A por el medio siglo de Leño, el grupo leyenda del rock macarra
Han pasado 45 años desde que se fundó el grupo donde surgió Rosendo, el Tamarit rockero de inconfundible voz carabanchelera de los 80
Leño, en la letra de Rosendo, le cantaba a Adolfo Suárez que tirara la toalla. Si las películas quinquis no hubieran tenido el flamenquito adherido a su ser, el rock urbano de estos carabancheleros de raza podría haber sido su banda sonora. Con la Movida y la Transición todos esos grupos de garaje fueron haciendo camino en paralelo por detrás de una cortina. Ñu fue el germen y tras los primeros pasos la cosa terminó en Leño, siempre la «ñ», porque uno de los primeros miembros, «El Molina», decía que, cada vez que componía una canción, Rosendo le decía que era un «leño».
El Leño al final se quedó en Rosendo, Ramiro Penas y Tony Urbano, representantes musicales de sus barrios, a los que hablaban (tocaban) en su idioma, con su forma y hasta con su timbre. Leño se quejaba, pero se quejaba metafóricamente, casi inteligiblemente, con sus frases cortadas, incompletas, a las que parecía que les faltaba algo por decir que la música completaba sin terminar de desentrañar el mensaje. El caso es que enarbolaban esa bandera de los bares de barrio humilde y barra de cinc que solo siguió llevando Rosendo toda su vida al margen (de marginal) de todo.
Con la misma melena heavy, con la misma ropa, sin variar nada. Sin llamar la atención, tocando sobre un escenario. Rosendo, sin la elegancia, hubiera sido el Ian Curtis madrileño si hubiera sobrevivido, mientras Ñu era Joy Division y Leño unos New Order que nunca hubieran salido de aquel Manchester feo e industrial. Leño decía: «Es una mierda, este Madrid/ Que ni las ratas, pueden vivir...». Su camino era de corto recorrido en la pretensión audaz, reivindicativa, de existir más allá de los negociados. Una soledad buscada que significó su fin. No había quien les moviera. Tocaban y tocaban sin sentido y con sensibilidad y hacían vida de barrio.
Discutieron mucho en el ínterin hasta que nada tuvo sentido porque encima no ganaban un duro. Nadie les había hecho caso en vida, pero se lo hicieron después como leyenda. El mito por el que Rosendo (que tuvo una larga carrera en solitario) se negó a volver como banda a pesar de las importantes ofertas posteriores, Maneras de vivir, porque en el fondo quería ser como James Dean, un bonito cadáver en el recuerdo. Y es posible que tuviera razón: puede que por eso, camino de medio siglo, aún se habla de Leño.