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08 de septiembre de 2024

César Wonenburger
César Wonenburger

A Wagner quieren apropiárselo, ahora los Verdes

El legado de Richard Wagner, que en buena parte aún custodia su familia a través del Festival de Bayreuth, empieza a suscitar el interés de la nueva política

Actualizada 04:30

Una de las esculturas doradas de Wagner, obra del artista Ottmar Hoerl stand on the lawn in front of the 19th century Bayreuth Festival Opera House before the opening of the 112th Bayreuth Opera Festival (Festspiele), in Bayreuth, Germany, 25 July 2023. The Richard Wagner festival opens with the opera Parsifal and runs until 28 August. (Alemania) EFE/EPA/RONALD WITTEK

Una de las esculturas doradas de Wagner enfrente del Festpielhaus en la anterior edición del Festival de BayreuthEFE

En 1875, a pocos meses de la inauguración del Festpielhaus, el teatro concebido por el propio Richard Wagner para que sus obras se interpretasen en las mejores condiciones posibles, un periódico tan serio como el Times confundió en uno de sus titulares el enclave natural del teatro, Bayreuth, en pleno corazón de Baviera, con Beirut. De ese modo, animaba a su más distinguida clientela a viajar hasta el Líbano, entonces bajo la protección de Francia, para conocer próximamente, de primera mano, las futuras creaciones del gran compositor.

Al pie de la letra

Algunas damas británicas se tomaron la noticia al pie de la letra y hasta comenzaron a preparar sus equipajes. Las más aventuradas incluso se aprestaron a difundir la idea de que la ocasión propiciaba una excelente oportunidad para establecer una línea ferroviaria directa con Jerusalén, para de que ese modo la afluencia de público fuese incluso mayor. A Hitler, que ni siquiera había nacido entonces, la idea seguramente se le hubiese atragantado: ¡el futuro gran centro difusor de ideas equivocadas para su funesto proyecto expansivo, su refugio espiritual situado lejos de la patria aria, entre gente inferior!

La anécdota no pasó de ahí pero expresa el desconocimiento que, incluso entre las ilustradas élites europeas, reinaba en aquellos días, de modo general, acerca de las últimas intenciones del creador de Lohengrin, y particularmente sobre la geografía del continente, que no concedía a la bávara Bayreuth más que una posibilidad de existir, solo si la fonética se refería al país próximo al mediterráneo que en poco tiempo llegaría a convertirse en la Suiza del Oriente.

La unión entre el infatigable Wagner y el visionario Luis II

Pero la irreductible fuerza de voluntad de Wagner, que aspiraba a construirse el más moderno teatro para sus dramas líricos, y la imprescindible intercesión de su amigo Luis II de Baviera, transformaron aquel sueño (lo mismo que el monarca considerado «loco», como casi todos los grandes visionarios, lograría con sus fantásticos castillos) en una formidable marca turística, hasta conseguir que aquel poblacho se convirtiera en una nueva meca para los melómanos, gentes curiosas y turistas adinerados. Fuente eterna de obligada peregrinación (también al menos una vez en la vida) para los seguidores del compositor.

Cuando el devoto Houston Stewart Chamberlain (cuyo amor por el compositor le llevó a casarse con una de sus hijas) se desplazó por primera vez para asistir al estreno de Parsifal, en el festival de 1882, entre sus acompañantes viajeros se encontraban un juez del Tribunal Supremo, un profesor de matemáticas, un ingeniero, un gran empresario y el fundador del Museo Wagner… Julio Camba, en una de sus notas, apuntaba en 1914 que para entonces la gran cita musical europea se había convertido «en una estación elegante que era preciso visitar (…) los millonarios americanos y las baronesas austríacas, los príncipes rusos y las viejas inglesas, todos le rendían tributo a Bayreuth, en el que dejaban montones de oro».

Hasta en el monasterio de Jarabacoa los cenobitas aplazan sus ocupaciones más urgentes para intentar cazar por «streaming» las funciones estivales

La audacia de Wagner, unida a la ambición del monarca, obraron el milagro de situar Bayreuth en el mapa para todos. Y estos días, hasta en el monasterio de Jarabacoa los cenobitas aplazan sus ocupaciones más urgentes para intentar cazar por «streaming» las funciones estivales retransmitidas en directo desde el Festpielhaus, aguardando aún en vano a la Isolda de la diosa Lise Davidsen, pero disfrutando mientras tanto con la que nos está regalando a todos, ahora mismo, la estupenda Camilla Nylund.

Una fuente de conocimiento y cultura que ha sobrevivido a su fundador

Fallecido el principal artífice de aquellas jornadas veraniegas consagradas exclusivamente a su culto, los herederos de Wagner se han encargado después, por todos estos años, de velar para que su idea continuara preservándose. La cita de Bayreuth no sólo debía servir como punto de reunión anual para devotos confesos y nuevos adoradores, si no ser a la vez fuente de debate enriquecedor acerca del lugar que este compositor ocupa en la historia de la música, tanto en su tiempo como en la época presente.

Aunque quizá esto último sea precisamente lo menos interesante: la música se explica por sí misma y, en todos caso, acompaña en la labor auditiva la cultura de la que uno disponga sin necesidad de entrar en otras implicaciones que, en el caso de Wagner, han tenido consecuencias funestas, no por lo que sus obras contienen si no por la utilización retorcida, parcial e interesada que a veces se ha hecho de su propio mensaje, con el nazismo llevándose la palma de los descalabros.

Su nieto Wieland murió demasiado pronto, cuando apenas había iniciado una interesante labor de despojamiento consistente en centrar la esencia del mensaje de su abuelo en lo sustancial

La inteligencia no es virtud que abunde, como suele apreciarse entre profesores, críticos, políticos y notarios, y en las familias numerosas además no se transmite fácilmente: se da solo en casos muy limitados, no se hereda con el Patek Philippe. La de Wagner no constituyó una excepción, y en ese sentido, el heredero más dotado, su nieto Wieland, murió demasiado pronto, cuando apenas había iniciado una interesante labor de despojamiento consistente en centrar la esencia del mensaje de su abuelo en lo sustancial, extrayendo lo puramente humano de sus personajes, guiándose mayormente a través de la música, sin movimientos escénicos aparatosos, complejas estructuras ni gestos grandilocuentes. Algo a lo que Peter Brook se apuntó en El espacio vacío.

Y de ese modo, en una de las contiendas hereditarias que cada X generaciones suelen librarse en el seno de las familias hasta que ya solo quedan los escombros para repartirse, hace unos años, el ansiado cetro de Bayreuth se lo quedó una bisnieta, Katharina Wagner, hoy objeto de las iras de muchos de quienes aprecian un cierto declive en la actual deriva del festival de la Colina Verde hacia planteamientos más radicales para la renovación del certamen que los que en su día propuso su antepasado Wieland en la primera gran revolución, tras la Segunda Guerra Mundial. Wieland era un intelectual, Katharina quizá también, pero de estos tiempos líquidos en los que Houllebecq ha reemplazado a Kant.

Nuevas estéticas «rompedoras» para conquistar públicos jóvenes

A juzgar por sus elecciones, sus principales referencias pertenecen a la cultura pop, a la televisión y al cine de los 80, y por eso ha otorgado carta blanca a un nuevo grupo de directores de escena, casi ninguno formado en música, para que intenten llevar el mensaje de su bisabuelo a los jóvenes de hoy, con estéticas tan rompedoras como esencialmente vacuas, valiéndose de referencias e iconos en los que estos puedan llegar a identificarse, y si resulta preciso, vulnerando hasta la imagen «clásica» del antepasado, a veces asociada de manera simplista a posturas racistas o conservadoras (él que estuvo en las barricadas en Dresde, durante la llamada «primavera de las naciones», en 1849), para contribuir a derribarlo de su pedestal.

Bien, ¿y si insistimos en cargarnos una y otra vez a Wagner, ridiculizando sus obras, en una explosión controlada desde dentro, qué puede permanecer de Bayreuth que sirva para interesarnos? Eso se lo han preguntado últimamente muchos de los feligreses que han dejado de peregrinar cada verano a su santuario, alejándose del mismo hasta permitir que, por primera vez, en los últimos años, ya no sea necesario escribir aquella carta a los Reyes Magos de Baviera para que te dejasen participar en un sorteo de entradas, y quizá, algún año, resultar agraciado, como ocurría en tiempos míticos, no tan lejanos.

Todos los cantantes más prestigiosos desean actuar aunque sea solo una vez en Bayreuth

En la actualidad, ese sistema ha caído como en su día, por otras razones, el muro berlinés. Ahora cualquiera puede ya comprar una entrada para el espectáculo que desee, porque los «sold-out» son cosa del pasado (también en el Met neoyorquino, y por razones no muy alejadas). La demanda ha degenerado por múltiples cuestiones, pero quizá una de las principales resida en el hecho del escaso celo que la propia familia ha demostrado en la custodia de una de las joyas de la civilización occidental, propiciando todo tipo de patochadas escénicas y decisiones artísticas cuestionables.

Poco proclives a variar el recién descubierto rumbo, los actuales Wagner solo cuentan ya con una bala para espantar al fantasma de su propio ocaso de los dioses. Todos los cantantes más prestigiosos desean actuar aunque sea solo una vez en Bayreuth: para ellos lo importante es que en su biografía pueda aparecer que en alguna ocasión se presentaron en el templo wagneriano. Hasta los años 50 solo una española lo había logrado, Victoria de los Ángeles. Si no has aparecido por el Festpielhaus, puede que no seas nadie. Y por eso muchos de ellos, acostumbrados a sufrir las estupideces de tantos directores de escena en otros teatros, se someten voluntariamente a lo que sea que se les proponga con tal de cumplir su objetivo con la historia.

Thieleman y Bychkov, apuestas seguras frente a la improvisación

Aunque Katharina tampoco ha dudado en meter su cuchara en el plato de los repartos con decisiones absurdas (este año su protegido, Klaus Florian Vogt cantará, como sea que pueda, Sigfrido), en general, ha logrado reunir casi siempre repartos dignos, e incluso convencer a directores de primerísimo nivel como Christian Thielemann (el mejor wagneriano de su generación) y ahora mismo a Semyon Bychkov, el comprensible gran triunfador del «Tristán» con el que acaba de inaugurarse la cita esta semana. La tarea de estos séniors consistiría en elevar el nivel musical a los usos establecidos frente a las impericias de varios chiquilicuatres reclutados por los caprichos de la dama.

Quizá por todo ello, en estos momentos, intentando pescar como siempre en río revuelto, la bazofia política ha visto una oportunidad para aportar su propia, inestimable contribución a la gloria de la institución, «salvándola» para la posterioridad. Ya desde los tiempos de Hitler, como se sabe, el certamen resultó una golosina muy atractiva para los jerarcas públicos. Ahora, los Verdes de la coalición gubernamental de Berlín (la Cultura siempre suele recaer en manos de los menos preparados en todo tiempo y lugar, salvo quizá en la Atenas de Pericles, como premio de consolación) acaban de empezar a dar muestras de querer inmiscuirse, también, en el goloso Bayreuth con sus propias, descabelladas propuestas.

En lugar de encauzar lo que aún puede arreglarse, su fórmula pasaría por convertir la cita en otro batiburrillo de festival, abriendo las puertas a compositores distintos

En lugar de encauzar lo que aún puede arreglarse, su fórmula pasaría por convertir la cita en otro batiburrillo de festival, abriendo las puertas a compositores distintos a Wagner, como si de pronto ellos mismos, sin más ayuda que su propia estulticia, hubiesen descubierto que hay otra música más allá de la que concibió el autor de Los maestros cantores. Quizá su novedoso hallazgo tenga que deberse a la «inclusividad», esa patraña tantas veces empleada como coladero de mediocres para rebajar la excelencia: el imprescindible elitismo intelectual que nos aparta del rebaño nada tiene que ver con la falta de oportunidades, sino más a menudo con el propio esfuerzo individual.

La lucha política parece tomarse un respiro

Después de una serie de intercambios con las autoridades de Baviera (de otro partido distinto), dispuestas a defender la exclusividad que convierte a Bayreuth en algo original, diferente, diverso sí, pero que sobre todo ha logrado para ellos el inmenso beneficio de que una insignificante localidad se convierta en faro de humanismo, receptor de visitas inesperadas y generador de expectativas que trascienden los límites de lo meramente local y pueblerino, parece que las espadas han vuelto a envainarse por ahora. Quizá hayan sabido darse cuenta, a tiempo, de que lo que otorga a Bayreuth su precioso sentido es precisamente que constituye una rara excepción en el mundo de la música y el teatro.

Pero no conviene relajarse. La tan extendida «tontuna» suele aliarse con la tozudez. Más pronto que tarde, estos políticos volverán a la carga y posiblemente lograrán introducir algún cambio cosmético innecesario, alabado por sus medios como una gran conquista para «modernizar» el legado wagneriano. Por suerte, el compositor no los necesita. Aunque incluso llegaran a dinamitar el Festpielhaus para convertirlo en un recinto destinado a las «raves», con presencia de jóvenes llegados de todas partes de Europa por Interrail o ya en platillo volante, la música de Wagner seguirá siendo necesaria para quienes, por pocos que sean, aún aspiren a seguir descubriendo algunas de las más grandes obras de arte de los tiempos modernos, con todas sus complejidades.

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