Dos periodistas y un director crearon la Filarmónica de Viena
La prestigiosa orquesta austriaca, que esta tarde regresa a Madrid con obras de Stravinsky y Shostakovich, bajo la batuta de Daniele Gatti, se fundó para fomentar la máxima excelencia musical, y en ello continúan casi doscientos años después
Vuelve la Filarmónica de Viena a Madrid, donde esta tarde (Auditorio Nacional, 19.30h) tiene previsto ofrecer un único concierto con obras de Stravinski (Apollon Musagète) y Shostakovich (Décima sinfonía). Y con la legendaria falange viaja esta vez Daniele Gatti (Milán, 1961), el director italiano apartado en 2018 de la titularidad de otro mítico conjunto sinfónico europeo, la Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam, por uno de esos repentinos ramalazos justicieros del «Me Too» sin aclarar ni confirmar.
Stravinsky, Shostakovich y Gatti
Gatti aún se recupera de unas insinuaciones de acoso a un par de mujeres, según una información de The Washington Post, que en ningún caso dieron lugar a proceso judicial alguno. Tras un tiempo bajo el estigma de la cancelación, ahora regrese a nuevos puestos importantes, como la titularidad de la Orquesta de la Staatskapelle de Dresde, a lo que suma la confianza de la agrupación vienesa, considerada una de las cinco mejores del mundo.
En el caso de los Wiener, en la elección de Gatti para su nueva gira seguramente habrá tenido que ver el hecho conocido de que sus integrantes no se deban a nada ni a nadie para tomar sus propias decisiones artísticas. Desde su fundación, en 1842, la Filarmónica de Viena mantiene una envidiada gestión autónoma. Por eso sus integrantes aún representan algo así como lo que en su día dijo de ellos Alexander Berrsche, el conocido crítico del Münchener Zeitung: «Ciertamente, ¡los filarmónicos vieneses son una república de reyes!».
Los músicos de la ópera querían formar una orquesta sinfónica
Los músicos que formaban parte de la orquesta de la antigua Ópera de Viena albergaban el sueño de crear otro conjunto, con el que seguramente redondear sus magros ingresos, pero sobre todo para dar rienda suelta a su deseo de interpretar periódicamente el gran repertorio sinfónico, las mayores obras de Haydn, Mozart y Beethoven, que entonces ocupaban un lugar secundario ante el avance, por una parte, de la música italiana, y la proliferación de solistas que, siguiendo la estela triunfal de Paganini, aquel ilustre mago del violín, hechizaban al público de la época con su virtuosismo de salón.
Otto Nicolai, August Schmidt y Alfred Julius Becher sentaron las bases de lo que constituiría la Filarmónica de Viena
Incluso más allá de las ansias de los propios músicos, parecía flotar en el ambiente cultural vienés la idea de tres hombres que aspiraban a dotar a sus conciudadanos de una nueva institución que contribuyese a elevar significativamente su formación musical. El primero era Otto Nicolai, un reconocido director de orquesta cuya influencia en el foso del primer teatro austríaco era evidente: suya fue la iniciativa, por ejemplo, de hacer interpretar la obertura Leonora número 3 antes del último cuadro del Fidelio de Beethoven, que casi se ha mantenido, para alborozo del público, hasta los años 70, cuando Leonard Bernstein dirigió allí mismo unas históricas funciones del único título lírico del creador alemán.
Nicolai, que también era compositor, principalmente de óperas como la pinturera Las alegres comedia de Windsor, se apoyó en el pensamiento similar de dos reconocidos periodistas de la época, August Schmidt, fundador de una de las revistas musicales más influyentes de su tiempo, la Allgemeine Wiener Musik-Zeitung, y Alfred Julius Becher, un crítico amigo de Mendelssohn. Los tres juntos, en charlas en la redacción que luego se prolongaban por los espléndidos cafés de la ciudad, sentaron las bases de lo que constituiría la Filarmónica de Viena. Fundamentalmente les animaba la idea de poder ofrecer interpretaciones que por su elevada perfección técnica garantizaran «hacer presente la naturaleza, la belleza y la espiritualidad de cada obra».
El elevado nivel cultural vienés, fruto de su vida artística
Que lo lograron parece fuera de toda duda. El mismo Stefan Zweig parece reconocerlo al escribir en una de sus obras capitales, El mundo de ayer: «Quien en la ópera conoció la disciplina férrea hasta el detalle más ínfimo bajo la batuta de Gustav Mahler y en los conciertos filarmónicos supo qué era tener empuje, además, claro está, de meticulosidad, hoy rara rara vez se queda satisfecho del todo ante una representación teatral o musical. Pero así hemos aprendido a ser severos también con nosotros mismos en cada una de nuestra actuaciones artísticas: teníamos y tenemos por modelo un nivel como pocas ciudades en el mundo han inculcado a los futuros artistas. Además, este conocimiento del ritmo y de la fuerza adecuados penetró también en el pueblo, incluso el burgués más insignificante, sentado ante una copa de vino joven, exigía tan buena música de la orquesta del local como buen vino del tabernero».
Camino ya de su segunda centuria, el sendero artístico de la Filarmónica de Viena no ha sido siempre de rosas. A partir de su concierto inaugural, el 28 de marzo de 1842, tuvieron que lidiar con varias crisis que solo han servido para certificar la solidez de un proyecto que con el tiempo, en lógica ampliación de las bases de sus programas iniciales, contribuiría a divulgar las obras de otros grandes compositores como Schumann, Brahms, Bruckner o Mahler, entre otros. El periodo más espinoso tuvo que ver con la anexión de Austria a la Alemania nazi: «los héroes» a posteriori, que escriben hoy desde la comodidad de sus cátedras, proclaman que la orquesta debió poco menos que disolverse en aquellos días, en lugar de plegarse a los deseos de Hitler, que se aprovechó de su enorme prestigio con fines propagandísticos.
Las mujeres se han ido incorporando a su plantilla sin ningún problema en los últimos años, como ha sucedido en otros ámbitos sociales
Seguramente, la orquesta albergaría en su seno a simpatizantes del nazismo, pero entre todos se dedicaron principalmente a tocar esa música que produce el benéfico consuelo durante los tiempos más oscuros. Y al acabarse la pesadilla, continuaron haciéndolo hasta hoy mismo. Tampoco las acusaciones de antisemitismo (nunca probadas, al contrario, mantuvieron excelentes relaciones con directores como Mahler o Bernstein, o solistas de la talla de David Oistrakh) o misoginia: las mujeres se han ido incorporando a su plantilla sin ningún problema en los últimos años, como ha sucedido en otros ámbitos sociales, les han alejado un ápice de esa aspiración a la máxima excelencia que constituye su primordial sello de identidad.
El forjador del «Concierto de año nuevo»
En este tiempo, además, los filarmónicos han logrado que la iniciativa de uno de los directores asociados a su temprano esplendor, Clemens Krauss, se haya convertido en el concierto de música clásica más seguido del mundo. Krauss, un enamorado de las composiciones de la dinastía Strauss, impulsó su interpretación en lugares tan elitistas como el Festival de Salzburgo, donde aquellos programas de valses y polcas se convirtieron en el éxito que poco después se trasladaría a la cita que ha cuajado como el célebre «Concierto de Año Nuevo». Este evento constituye, en el presente, una de las mejores tarjetas de visita para Austria entera, que se ha beneficiado de esa publicidad que fomenta el turismo.
Los «reyes» de esa república ideal austriaca se encuentran entre los mejores haciendo un trabajo que, en su momento (hoy quizá quede algo de aquello), contribuyó a materializar el deseo de sus fundadores. Aquellos días, en los cuales, los vieneses podían ser indulgentes con una falta cometida en los ámbitos de la política, la administración y la moral, como señala Zweig en su libro citado, pero en cambio no perdonaban una entrada a destiempo de alguno de sus instrumentistas. Con las cosas del arte no se jugaba, entre otras cosas, «porque estaba en juego el honor de la ciudad».