Leonard Bernstein, el genio «clásico» que enseñaba música con los Beatles
El autor de West Side Story, el último gran director de orquesta estadounidense, nació un 25 de agosto de 1918 en Lawrence, Massachussets, y fue también compositor de éxito y pianista virtuoso
Leonard Bernstein fue el último gran director de orquesta estadounidense. Tan americano como su West Side Story y tan europeo como Mahler (cuya música adoraba y grabó íntegramente en Nueva York) y como se puede ser habiendo nacido en Lawrence, Massachussets. Compositor, director de orquesta y pianista, Bernstein era un genio para Paul Myers, el productor de la CBS para que el director grabó durante años, y un genio universal para el pianista Arthur Rubinstein.
Adquirió su enorme prestigio dirigiendo la Orquesta Filarmónica de Nueva York y la fama con el musical de Broadway West Side Story. Y no se acabó su alcance en ese viaje sino que volaría más lejos sin ser considerado jamás del todo un iconoclasta, un maestro de lo clásico a lo que dio su personalidad, un carácter sin barreras psicológicas ni artísticas.
Su padre y el piano de cola
Dice Myers en el Libro Conversations about Bernstein, de William Westbrook Burton, que una vez le confesó que a sus 55 años, casi la edad a la que murió Beethoven (otra de sus grandes admiraciones), todavía no había compuesto ninguna obra importante, lo cual en realidad significaba que verdaderamente poseía la elevada característica de la que estaba dotado el autor alemán, cuya Séptima Sinfonía fue la última que dirigió solo unos meses antes de morir el 14 de octubre de 1990.
La genialidad que se despertó cuando, siendo niño, ya no pudo quitarse la bola de presidiario de la música (como expresaba Truman Capote la labor de la escritura) tras escuchar su primer recital de piano. Autodidacta en un principio, su incrédulo padre acabó comprándole un piano de cola. Si a Elvis Presley se le metieron la música y los movimientos por dentro del cuerpo viendo y escuchando a los artistas negros de Tupelo, al joven Leonard le pasó algo parecido al ver moverse sobre el podio al director Dimitri Mitropoulos.
Estudió en Harvard y recibió lecciones magistrales de piano, instrumento del que ya era un virtuoso. Sin embargo, no fue acariciando las teclas como a Bernstein le llegó su oportunidad, sino como director asistente en la Orquesta Filarmónica de Nueva York, y más adelante el día, como un guardameta sustituto, en que Bruno Walter, el director invitado, se puso enfermo y a él le tocó dirigir aquel 14 de noviembre de 1943.
Desde entonces la orquesta neoyorquina fue suya hasta 1967, cuando renunció para sorpresa de todos. La televisión aumentó su fama debido a su facilidad y amenidad para la enseñanza, cuando utilizaba a los Beatles como ejemplo o decía de Elvis Presley que era «la más grande fuerza cultural del siglo XX. Él introdujo el ritmo en todo y lo cambió todo, música, lenguaje, ropa... Fue una nueva y total revolución social. Los sesenta vinieron de ahí».
«Goodbye, Lenny»
West Side Story fue su lanzamiento definitivo al estrellato popular, una universalidad que ya se había ganado, aunque todavía no se sabía, con obras clásicas de gran delicadeza como su sinfonía Jeremías. Su musical por antonomasia (aunque había compuesto otros antes, no menores, como On the Town o Candide) se estrenó en 1957, tres años antes de que compusiera la música del film La Ley del Silencio, su única banda sonora, de Elia Kazan.
Una vida de película rodeado de figuras de su arte y de otros como el de Visconti o Lauren Bacall. Su vida última, en la década de los ochenta, la dedicó a Viena y a Beethoven. Gran fumador y gran bebedor durante su vida, se murió cinco días después de anunciar su retirada víctima de un infarto de miocardio. Dicen que durante la comitiva de su funeral en Manhattan, los obreros se quitaban sus cascos y decían «Goodbye, Lenny» (en realidad se llamaba Louis), como le llamaban sus padres y como decidió llamarse él, casi como una muestra definitiva de aquel alcance que viajó mucho más lejos de Nueva York y su West Side.