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César Wonenburger
Crítica musicalCésar Wonenburger

Echanove se estrella con dos joyas del género chico

El Bateo y La Revoltosa naufragan con un montaje fallido que sólo salvó el buen hacer del barítono Gerardo Bullón, único triunfador en el Teatro de la Zarzuela

Actualizada 18:01

El barítono Gerardo Bullón recibe el reconocimiento del público, en la Zarzuela

El barítono Gerardo Bullón recibe el reconocimiento del público, en la Zarzuela

El Teatro de la Zarzuela no está viviendo la mejor de sus temporadas. Los últimos tres espectáculos pueden considerarse fallidos en un curso lírico muy irregular.

De ese modo, había cierta expectación por ver si el nivel lograba elevarse mínimamente con la apuesta de una nueva producción, confiada a Juan Echanove (que parece seguir la línea de los Alonso, Pasqual, García y otros directores interesados en el género lírico español), un programa doble con sendas referencias de indudable gancho popular, El bateo y La revoltosa.

Alguien ha explicado ya que de lo que se trata, en el fondo, ahora con este nuevo montaje es intentar repetir, en la medida de lo posible, el éxito asociado durante años a La del manojo de rosas de Emilio Sagi, que precisamente volvió a exhibirse a finales del año pasado con renovados bríos a pesar de no contar ya con el gran Carlos Álvarez, en esta ocasión.

Si se pretende que el teatro de la calle Jovellanos amplíe su fondo de armario y, además de engalanarse este escenario con otra muestra de calidad de largo recorrido, la nueva propuesta pueda viajar hasta los otros lugares donde aún se programa zarzuela, sobre todo en España, este último objetivo se logrará sin problema. Todos recaudarán.

La tarea de facilitar nuevos montajes se ha dejado hoy, exclusivamente, en manos de la Zarzuela: el resto de los teatros provinciales se limitan a reproducir ahora lo que allí se fabrica. Y basta. La creación ha muerto en esos lugares, centros de reposición que, en su desidia, suelen limitarse también a repetir incluso los mismos elencos madrileños: ocurre hasta en ciudades importantes como Sevilla, Valencia y Oviedo, donde, en el caso concreto del género patrio, no abunda la imaginación.

Dos obras bien distintas, con sus propios desafíos

Lo otro, es decir, que este programa compartido por Chapí y Chueca logre imponerse como una especie de un nuevo gran «hit», a la manera de lo que ya ocurrió con La del manojo, no parece tan claro. La obra de Sorozábal sobrepasa a las dos aquí elegidas en interés, sobre todo musical; el montaje de Sagi, que rezuma a la vez inteligencia, talento y amor por el género, supera sobradamente lo que aquí se ofrece, y la compañía de canto (eso siempre puede variar) era también muy superior en aquel caso, al menos durante las primeras veces que esa reconocida propuesta subió a las tablas.

La aproximación que ahora propone Echanove sobre El bateo y La revoltosa resulta decepcionante en un consumado hombre de teatro como él.

Cierto es que aquí se enfrenta a dos obras muy distintas, pese a su apariencia compartida de ligeros, inocuos artefactos destinados al consumo rápido de un público ávido de entretenimiento sin demasiadas pretensiones que, en principio, solo buscaba reír y poder salir silbando hasta llevarse al café, y luego ya a casa, un par de melodías inspiradas (algo no tan fácil como podría parecer).

En la obra de Chueca palpita la calle, se ensaya la crítica social y se pone todo en solfa con esa perspicacia urgente del estilo periodístico: el clericalismo, sí, pero también su reverso, el fanatismo populista que pretende revestir de ciencia y progreso sus simplistas balbuceos doctrinarios.

Chapí también deja espacio para las chanzas, sutiles bombas de racimo contra instituciones tan serias como el matrimonio, pero en el fondo de todo late una íntima melancolía, un malestar personal de hondas raíces que ni si quiera se resolverá del todo con el acuerdo amoroso preciso para el final feliz.

Resulta siempre curioso observar cómo uno y otros compositores se remiten, en ocasiones, a los modelos que, sobre todo en el caso de Chueca, aseguran despreciar. En El bateo, donde se critica a Mozart, Verdi y Meyerbeer (autores preferidos por ese otro público no contaminado por lo plebeyo que solo acudía al Teatro Real), se cita el Rataplán de La forza del destino.

Y Chapí, de un modo más sutil, se fija nada menos que en otra mayor pieza verdiana, Falstaff. En ese tercero inédito que la musicología ha recuperado ahora para la ocasión, aparece inequívocamente la sombra de las alegres comadres de la obra maestra del operista italiano. Lo mismo que toda la escena de la «trampa» que las astutas féminas tienden a sus incautos galanes, fijada para las diez de la noche, posee el perfume delicado y grotesco, a ratos fantasioso, de la «quercia di Herne».

Echanove no logra resolver las partes musicales

Echanove mueve con cierta soltura sus piezas y acierta en las partes habladas, al lograr que cada personaje se ciña a la plasticidad de textos más directos que inspirados (la riqueza literaria se impone mayormente en los de López Silva y Fernández Shaw). Pero el resto se resiente de un cierto amateurismo que resulta desconcertante en alguien con su trayectoria: en el modo de mover el coro (torpe en sus intervenciones en El bateo, con un escenario demasiado poblado por la escasez de espacio que le deja la monumental escenografía), o de resolver la escena citada de La Revoltosa, de una candidez que, ciertamente desprende el texto, aunque precisamente por ello obliga a pensar en soluciones más hábiles, ponderadas e imaginativas.

No, no ha estado inspirado Echanove esta vez en otorgarle a ambas obras su naturaleza unitaria, como en cambió logró en gran medida con Pan y toros. En La Revoltosa hay caídas de tensión impropias en una pieza tan breve, que incluso provocan un leve sopor. Tampoco ha tenido demasiada ayuda en la parte escenográfica, en el vestuario ni en la luz, con un trabajo muy primario, en este último caso, de escasa imaginación ni contrastes. La escenografía molesta en la primera obra, entorpece el movimiento. En la segunda, resulta algo mejor, con ese simple planteamiento de un bar de alterne llamado (vaya) La Revoltosa.

En las notas al programa se habla de evocar el ambiente que eligió Fellini para Ocho y medio. Lo que aquí se ofrece parece más próximo, un suponer, al universo sofisticado de Guys and Dolls de Joseph L. Mankiewicz, ya desde el mismo vestuario escogido para la segunda obra. Anteriormente, en El Bateo, Lavapiés se convierte en el Soho londinense o en el carnaval de Notting Hill. Hay leves apuntes a la diversidad racial y los atuendos escogidos para coro y figuración, con demasiado diseño sugerido, resulta falso y artificial.

Lo mejor de la noche, el trabajo de Gerardo Bullón

De los intérpretes escogidos, lo mejor es que todos los convocados son muy buenos actores: Ricardo Muñiz, José Manuel Zapata (un extraordinario tenor que se negó a serlo para explorar otros caminos: la lírica perdió a un posible ídolo, él ganó en paz), José Julián Frontal

A la hora de cantar, todo se resume básicamente en la buena aportación de Berna Perles, la soberbia entrega de la incombustible Milagros Martín (artista de otra época, otros modos) y el maravilloso trabajo del gran triunfador de la noche, Gerardo Bullón. El barítono madrileño debería dejarse ya de veleidades y asumir que posee talento y materia para lanzarse a una carrera más relevante.

Apañada labor concertadora de Óliver Díaz, siempre preocupado por los cantantes, aunque esta vez se apreció algún descuadre. La orquesta sonó como casi siempre, falta de mayor empaste, transparencia y flexibilidad, a ratos con un sonido de escasa presencia sobre todo en lo que respecta a una cuerda escasamente sutil. Nos hizo desear que algún día la Filarmónica de Viena se ocupara de esta música para sacar a flote toda su riqueza y enjundia.

El coro nunca falla, siempre preciso y afinado, aunque el movimiento, en este caso, le perjudicara. A esta nueva temporada de la Zarzuela le sobran buenas intenciones y le falta ambición artística. Parece haber caído en una frustrante complacencia. Lo que se esperaba un gran triunfo ha resultado ahora una propuesta insuficiente, como reflejaron los tibios aplausos para el equipo escénico.

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