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Crítica musicalCésar Wonenburger

El Cuarteto Casals se acercó al enigma del ‘Arte de la fuga’ con los Stradivarius del Palacio Real

La monumental obra de J.S. Bach se interpretó en el Teatro Real para recaudar fondos destinados a las instituciones musicales valencianas, entre las afectadas por la Dana

El Cuarteto Casals interpreta 'El arte de la fuga' de Bach con los Stradivarius del Palacio RealEFE

En las teles se anunciaba como «Los Stradivarius por la Dana en el Real». Como si en el teatro madrileño actuara un grupo alternativo a los Rolling. O si alguna constelación de flamencos se dispusiera a arrancarse por unas improbables bulerías recién paridas a propósito de las inundaciones. Quizá la idea de partida de este acto benéfico no fuese la más conveniente ni acertada.

Si el objetivo principal era recaudar dinero para el tejido musical valenciano dañado, quizá habría sido más oportuno reunir sobre el escenario a una selección de los divos operísticos con más gancho, plantear una gala lírica a los habituales precios estratosféricos que este coliseo cobra en esas ocasiones (los más altos de Europa) y retransmitirla, además, en directo por televisión como suelen hacer los alemanes en estos casos (José Carreras tiene amplia experiencia con su fundación en ese país y este tipo de eventos: los típicos telemaratones que en su día ya inventaron los americanos en un formato más reducido, adaptado a un concierto, en procura del mayor beneficio).

El Casals ya había grabado el testamento musical de Bach

En lugar de eso se ha querido ofrecer un acto exquisito, pero como tal, su proyección y propósito han resultado limitados pese a las informaciones que se referían a la comentada actuación de esos desconocidos «Stradivarius». Sublime Bach, el de su testamentario Arte de la fuga, en la interpretación de uno de los escasos conjuntos españoles que ha logrado alcanzar la excelencia reflejada en su apreciable trayectoria internacional. Además, el Cuarteto Casals tiene la obra reciente en sus dedos porque la ha grabado en un disco precioso, lo que propició una serie de iluminadores conciertos para terminar de hacerse además con su espíritu.

En 1772, los herederos del fabricante se los vendieron a Carlos III. Con distintas peripecias, como el robo de dos de estos instrumentos durante la ocupación napoleónica (uno se lograría recuperar a mediados del siglo pasado), el cuarteto ha permanecido. Y ahora puede decirse que ha cruzado la calle para el mejor fin posible, que suenen por una noble causa.

El concierto se inició con notorio retraso

Después de unos largos minutos de retraso por la asistencia de las autoridades (había que ver al ministro Urtasun aplaudiéndole en el palco a la Reina Sofía, como uno más entre los entusiastas asistentes), el Casals pudo dar inicio a su concentrada interpretación, tan solo perjudicada por otro concierto, el interminable de toses (sobre todo durante las breves pausas), que procedía de las butacas: no es El Arte de la fuga una obra complaciente para quienes solo esperan sumergirse en acariciadoras melodías y ampulosos golpes de efecto. Aunque de todo hay en sus justas proporciones en este Bach de una austera belleza, más destinado al elevado pensamiento que a la pura evasión o al sentimentalismo efímero.

Resulta una interesante y admirable suposición, pero el Cantor de Santo Tomás era mucho más que un teórico. El producto de sus desvelos se dirigía siempre a los oídos más que a la vista. Con el tiempo, El Arte de la fuga, expuestos todos los enigmas que siempre la han rodeado (y que la conectan con otras obras trascendentales, como la Missa solemnis de Beethoven), escapó de su sarcófago y se hizo sonido, igual que los Stradivarius palatinos ahora mismo. El proceso fue lento, requirió su tiempo de maduración, y su contenido ha dado para toda suerte de arreglos, empezando por los orquestales, e interpretaciones.

Una versión que se acerca al estilo de Schubert

La versión para cuarteto de cuerda resulta muy adecuada a partir de las cuatro voces originales que ya esbozó el compositor. La interpretación de los integrantes del Casals, por más que en algunas ocasiones parezcan asomarse ya a algunos instantes de los cuartetos schubertianos, combina la simplicidad (sobre todo en los cánones, aquí abordados en combinaciones violín-viola y violín-violonchelo), traspasada siempre por ese velo sutil de misterio que le concede la serena melancolía a la que apuntaba Paul Hindemith en su célebre conferencia sobre este autor, con la hondura.

La Reina Sofía junto con el alcalde de Madrid, el ministro de Cultura, Ernest Urtasun, y los organizadores del conciertoEFE

A partir de una transparencia que puede resultar íntima y conmovedora, Bach parece aquí haber llegado al final, y «se encuentra, como se lee en el antiguo poema persa, ante la cortina que ya nunca nadie descorrerá», según el acertado autor de «Matías, el pintor».

La lectura que de obra tan formidable acaba de ofrecer el Casals (Vera Martínez y Abel Tòmas, violines; Cristina Cordero, viola, y Arnau Tomàs, violonchelo) posee dos claras virtudes: permite que nos aproximemos cautelosos hacia ese abismo que, sin precisarlo del todo (la obra resultó inconclusa), atisba el compositor. Y nos conduce sutilmente por ese tortuoso sendero tornando en sencillo lo que a simple vista encierra una paralizante complejidad, como el gran reto de conquistar una cumbre de aventurado acceso.

Formidable transparencia y un final consolador

Los estupendos cuatros integrantes del cuarteto desvelan la esencia de este monumental Arte de la fuga a partir de una formidable transparencia en la que cada una de las diferentes voces, perfectamente articulada mediante una afinación impecable y un pulcro, expresivo fraseo, cobra justa vida en el conjunto que, como ha señalado Josep Soler, llega a representar una suerte de Ars morendi.

Al concluir, la peripecia desvela su genuina esencia: lo que en el fondo este tratado sobre una determinada forma ofrece es una impresión personal acerca del modo de desaparecer, de desvanecernos en el misterio de lo que pueda venir después. Y lo hace además de una manera casi abrupta, deteniendo el discurso durante el transcurso de la última fuga, por más que ahora el Casals proponga el cierre alternativo con el coral consolador Ante tu trono me presento, para disipar cualquier duda. Nada extraño o particular, también suele hacerse así.

La modorra en la que se sumergió buen parte de la asistencia pareció disiparse también con este cierre, que también era el preferido de Nikolaus Harnoncourt para una despedida. Finalmente estallaron las ovaciones como si el más afamado de los tenores hubiese logrado encender la sala tras haber cantado Di quella pira.