La Barraca, la compañía de teatro formada por falangistas y comunistas que acercó los clásicos al pueblo
Al borde de la Guerra Civil, jóvenes universitarios de todas las ideologías dirigidos por Lorca y financiados por la República alcanzaron la utopía en el arte que se deshizo en sangre
La Barraca fue como un grupo de rock justo antes de la Guerra Civil. Pero era una compañía de teatro surgida de la Universidad Central de Madrid en los primeros tiempos de la II República. Futuros filósofos y futuros arquitectos y abogados se unieron casi por destino (y por Pedro Salinas, que les espoleó desde el púlpito para hacer teatro), y cuando Federico García Lorca apareció por allí encantado con la idea y con estar rodeado de jóvenes tan dispares e ilusionados por el arte, el asunto se disparó.
Se propusieron llevar el teatro clásico al pueblo y lo hicieron. Tan futuros filósofos y arquitectos y abogados como presentes falangistas y comunistas. Lo que era una alegre dragonaria al sol que se cerraba silenciosa y a la vez bulliciosa y culta las noches de representación, terminó abriéndose en un racimo de ideologías enfrentadas, que convivían recitando a Lope y a Calderón, que ya nunca más volvieron a cerrarse en función alguna.
Unos 40 estudiantes, hombres y mujeres, viajaron en furgoneta por España durante apenas 4 años. Del ideal cultural, de la juventud emocionada, llegó la muerte, casi como una generación perdida patria. Muchos de ellos murieron fusilados y otros en las checas. Comunistas y falangistas que antes actuaron, dirigieron o pintaron escenarios juntos, se mataron después entre ellos. Como una premonición o una declaración inmortal de intenciones, su primer espectáculo fue La Vida es Sueño, el Siglo de Oro convertido en feliz e inocente vanguardia que a pesar del desacuerdo de los laicos impenitentes con la religiosidad del auto sacramental, hicieron camino.
Un camino que fue el de los versos de Machado: «Caminante, son tus huellas/ el camino y nada más;/ Caminante, no hay camino,/ se hace camino al andar./ Al andar se hace el camino,/ y al volver la vista atrás/ se ve la senda que nunca/ se ha de volver a pisar...», y que recorrió más de 70 pueblos gracias al impulso del Gobierno, logrado por la amistad de Lorca con el ministro de Instrucción Pública Fernando de los Ríos. Fue el camino (casi un En el Camino de Jack Kerouac), el que hizo posible superar las bullentes disensiones ideológicas.
Germen del TEU
La pequeña República (con todos sus partidarios y detractores) chispeante que era La Barraca, soplada por el lobo del cuento que eran un bando y otro en la misma carretera y en su mismo seno, pero que siguió avanzando en la utopía real y efímera. La Barraca fue el espolón de proa de la Segunda República que se empezó a astillar cuando la misma República dejó de ser lo que apuntaba, como dijo Ortega: «No es esto, no es esto». Terminada la guerra, uno de los actores, Modesto Higueras, fundó su remedo, el Teatro Nacional de las Organizaciones Juveniles, que fue el antecesor del Teatro Español Universitario (TEU), cuna de directores, autores y grandes actores españoles del siglo XX y XXI como Fernando Fernán Gómez, José Luis López Vázquez o Alfredo Landa.
La última representación de estos «beatniks» españoles fue El Caballero de Olmedo de Lope de Vega, en 1936: «Que de noche le mataron, al caballero...».