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Una imagen de la representación en Trieste del nuevo 'Fantasma de la Ópera'

Cómo el revisionismo ha convertido 'El Fantasma de la Ópera' en el pobre fantasma de Canterville

Llega a Madrid, procedente de Trieste y Milán, una nueva versión del clásico que lo woke omnipresente ha desposeído de su carácter para convertirlo en una historia distinta

Si lo que el espectador quiere es ir a ver El Fantasma de la Ópera de toda la vida, que no espere verlo. El Fantasma de la Ópera sigue en París, mientras han creado, a lo Frankenstein, uno nuevo en Coney Island. La obsesión por adaptarlo todo a los nuevos tiempos arrasa. Simone Weil, la filósofa santa, dijo que «La destrucción del pasado es quizás el más grande de todos los delitos». Y en ello se está: delinquiendo sin freno por los escenarios del mundo.

Gastón Leroux, el autor de la novela gótica original, ya no tiene quien le defienda. Ni a él, ni a su fantasma. El musical de Andrew Lloyd Webber le dio lo que parecía vida eterna a Erik, el malvado personaje al que a pesar de todo, todo el mundo quiere. Un Don Draper deforme que ha encandilado con su máscara a casi 200 millones de espectadores durante los últimos 40 años hasta que han llegado los nuevos tiempos para arrancarle el carácter al protagonista.

Si Lloyd Webber encontró la inspiración en la obra original de Leroux, del mismo modo que encontró la inspiración para Cats en los gatos habilidosos de T. S. Eliot, el nuevo fantasma, con la aquiescencia de Lloyd Webber y Antonio Banderas, en la producción, la ha encontrado en la sociedad, en la sociedad dirigida, «desclasicando» lo «indesclasicable», que en los caletres de los hacedores de las nuevas producciones teatrales o cinematográficas, no es ningún óbice.

Para empezar, los phans, como se llaman a sí mismos los seguidores de esta historia universal, están que trinan con los decorados (pintados), la orquesta (reducida) la música, la letra y el argumento. Para empezar y casi para terminar. En el nuevo espectáculo, el fantasma revive, y eso ha enfadado a los incondicionales. Pero revive convertido en una sombra de lo que fue, como ya dijo la crítica del Times. Erik ya no es la estrella absoluta de siempre, sino que camina peligrosamente por los límites del Kendom, el reino de Ken, la pareja de Barbie. Y es que este fantasma en lugar de furia tiene rabietas porque le saca de quicio su amor.

Es un fantasma que sufre no por su condición, por su pasado, por su deformidad o sus vicisitudes, que también, pero mayormente porque Christine se impone al mito a la forma en que la familia Otis se impone a la presencia del fantasma de Simon de Canterville cuando llegan a vivir a su castillo y aquel no solo no logra asustarlos, sino que se convierte en el objeto de las burlas y pasatiempo de unos poco impresionables americanos que causan una zozobra en el espíritu centenario que a lo mejor se parece a la zozobra, está por ver (a partir del 20 de septiembre en el Teatro Albéniz de Madrid), de los espectadores de la penúltima revisión de un clásico.