Diez frases de Simone Weil, la intelectual de izquierdas que rechazó la violencia en las filas de la República
Se cumplen 80 años de la muerte de la honesta filósofa y mística, «el único gran espíritu de nuestro tiempo», como la definió su compatriota Albert Camus
El de Simone Weil es uno de esos casos inutilizables para aquellos taimados con intereses. La filósofa cristiana de origen judío ateo, la intelectual que se hizo obrera para ver las dos caras de la moneda, la revolucionaria que no creía en la violencia y que se denunció a sí misma horrorizada por formar parte de los violentos anarquistas de Buenaventura Durruti en la Guerra Civil española tras los asesinatos ufanos de falangistas. Fue un «no es esto, no es esto» como el de Ortega. Miembro de la Resistencia durante la II Guerra Mundial que no llegó a ver terminar al morir de tuberculosis en su exilio neoyorquino en 1943.
De filósofa a obrera
Weil fue el caleidoscopio humano del que un Albert Camus admirado dijo que era «el único gran espíritu de nuestro tiempo». Poseedora del tesoro de la compasión, el hilo irrompible que unió sus inclasificables peripecias y que fue la brújula de una existencia intelectual privilegiada por ascendencia y talento. A los 22 años, a principios de los años 30, ya era profesora de instituto después de graduarse en la prestigiosa Escuela Normal Superior de París con honores mayores que los de su compañera Simone de Beauvoir, quien contó en sus memorias:
«Una gran hambruna acababa de asolar China. Me contaron que cuando lo supo se puso a llorar. Estas lágrimas motivaron mi respeto, mucho más que sus dotes como filósofa. Yo envidiaba un corazón capaz de latir a través del universo entero. Un día logré acercarme a ella. No recuerdo cómo comenzó la conversación; afirmó de manera tajante que solo había una cosa importante: hacer una revolución capaz de saciar el hambre de todos los hombres. Yo contesté que el problema no consistía en la lucha por la felicidad de los hombres, sino en dar sentido a su existencia. Entonces me miró y contestó tajantemente: ‘Se nota que usted nunca ha pasado hambre’. Nuestra relación acabó allí».
Contra Hitler y Stalin
De Beauvoir, heroína de la izquierda divina, solo miró el mundo desde su atalaya erudita de la que Weil bajó hasta el barro. Se fue a trabajar voluntariamente a las fábricas durante años para comprender a los obreros. Allí descubrió una realidad que era bien distinta a la que solo acariciaban el lomo como a una mascota la izquierda caviar de De Beauvoir y Sartre y del propio Marx. Weil vio más allá de las teorías zambulléndose en la realidad de las condiciones del mundo obrero. Fue una suerte de Moisés femenino rehusando volver a sus privilegios de cuna.
Abominó del fascismo y del comunismo. Tan malo era Hitler como Stalin sin ambages, en una honestidad política, ideológica y personal nunca vista ni antes ni después. No se conformó con nada, salvo con la enfermedad que la mató a los 34 años y por la que no se cuidó para unirse en cuerpo y alma a los que sufren siempre, a los suyos, a los obreros, a los necesitados, a los esclavos con los que se identificó, como los esclavos cristianos. Pensó que el colectivo (la colectividad) no hace una suma y tuvo experiencias místicas: «Cristo mismo descendió y me tomó». Toda su gran e ingente obra fue publicada después de su muerte por sus amigos. Estas son algunas de las frases que demasiado escuetamente la retratan:
Diez frases de simone weil:
- «Todos los pecados son intentos de llenar vacíos».
- «La palabra revolución es una palabra por la cual se mata, por la cual se muere, por la cual se envía a las masas populares a la muerte, pero que no tiene contenido alguno».
- «¿Por qué he de preocuparme? No es asunto mío pensar en mí. Asunto mío es pensar en Dios. Es cosa de Dios pensar en mí».
- «La desgracia extrema que acomete a los seres humanos no crea la miseria humana; simplemente la pone de manifiesto».
- «Toda obra de arte tiene un autor, pero cuando es perfecta, sin embargo, tiene algo de anónima. Imita el anonimato del arte divino».
- «El capitalismo ha logrado la liberación de la sociedad en relación con la naturaleza. Pero esa misma sociedad ha heredado rápidamente, frente al individuo, la función opresiva que antes ejercía la naturaleza».
- «La existencia humana es una cosa tan frágil y expuesta a tales peligros que no puedo amar sin temblar».
- «La destrucción del pasado es quizás el más grande de todos los delitos».
- «Una verdad es siempre la verdad de algo. La verdad es el esplendor de la realidad».
- «La atención es la más extraña y más pura forma de generosidad».