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El 5 de enero murió 'Pistol' Pete, el mejor jugador de baloncesto universitario de la historia

El 5 de enero en que murió 'Pistol' Pete, el mejor jugador de baloncesto universitario de la historia

Pete Maravich perdió la vida a los cuarenta años de un ataque al corazón mientras jugaba a baloncesto, después de haber dicho tiempo atrás en una entrevista que no quería seguir jugando a baloncesto a los cuarenta años y morir de un ataque al corazón

Uno piensa en Pete Maravich y no le es difícil imaginarlo caminando por Hill Valley junto a Marty McFly. O junto a George mientras suena Pledging my Love, de Johnny Ace, en el Baile del Encantamiento bajo el Mar. El joven Pete podría pasar por uno de aquellos Hoosiers de la película de Gene Hackman con su mirada de poeta. 'Pistol' Pete Maravich murió de un ataque al corazón un día como hoy, víspera de Reyes, en 1988, a los cuarenta años, mientras jugaba un partido de baloncesto con sus amigos. Una vez dijo, en sus años como profesional, que no quería seguir jugando a baloncesto a los cuarenta años y morir de un ataque al corazón.

Pete Maravich podía haber sido uno de los niños de ET o el protagonista de Super 8, pero fue el mejor jugador de baloncesto universitario de la historia y elegido uno de los mejores cincuenta jugadores de la NBA de todos los tiempos. Le llamaron 'Pistol' desde sus tiempos en Louisiana State por sus cuarenta y cuatro puntos de media por partido, una cifra escandalosa, jamás alcanzada, que tuvo su eco como profesional y sus más de veinticuatro por encuentro en su corta carrera posterior. Precisamente el eco, y no las cifras, fueron lo mejor de Maravich. El eco de los que le vieron y a los que maravilló e inspiró.

Pete Maravich con los Jazz

Pete Maravich con los Jazz

Como un Van Gogh de la cancha no le comprendieron. No entendían su forma de jugar, su mente adelantada. Era Marty McFly tocando a Van Halen en un baile de instituto de los cincuenta. En Louisiana su padre, Press Maravich, el entrenador, sabía quién era mejor que nadie. Y allí lo hizo todo. Allí, entre los pantanos, lugar de Baton Rouge, el hijo de inmigrantes serbios escribió su particular historia de los Estados Unidos que se haría enorme después, una vez descubierto como un cuadro, como una obra de arte no del todo apreciada.

«Pistol», como ponía en su camiseta, botaba el balón como si no supiera botarlo y no había forma de quitárselo. Ni casi de verlo. La pelota en manos de Maravich hacía movimientos únicos. Los pases de 'Magic' ya los habíamos visto antes en 'Pistol', solo que en los Jazz de New Orleans en vez de en el showtime de Hollywood. Pases sin mirar, pases que salían por encima de un codo, amagos de bote y de pase que despistaban a los defensas, confundidos, engañados.

El genio de Pete, tímido y tranquilo con el 44 en el pecho y en la espalda en recuerdo de su fantástica media universitaria. Él ni siquiera pasó de los cuarenta en vida, pero le dio tiempo a inventar el pase de cuchara o el pase por la espalda que al final no lo era. El pase de espaldas por encima de la cabeza. Esa manera de correr agachado, que de repente se estiraba en carrera. Hemos visto jugar muchas veces a Pete Maravich reencarnado, aunque quizá no sabíamos que todo eso que veíamos en tantos estaba al principio solo en él.

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