Leo Messi y cuando solo siete partidos valen para ganar el Balón de Oro
En tiempos donde la victoria tiraniza más que nunca, la consecución del Mundial le da el octavo Balón de Oro al argentino
Leo Messi, el Balón de Oro que vino de Qatar y como último gran premio a una carrera excepcional
En temporadas de Mundial, ganar la Copa del Mundo significa potenciar ad infinitum las posibilidades de ganar el Balón de Oro. En 2018 lo ganó Luka Modric gracias al histórico camino de Croacia hasta la final. En 2006 lo ganó Fabio Cannavaro, el último defensa en hacerlo, gracias al título de Italia en Alemania. En 2002 lo ganó Ronaldo Nazário y en 1998 lo hizo Zinedine Zidane. Son solo algunos ejemplos de lo importante que es esa competición a la hora de otorgar el premio.
Por tanto, que Leo Messi gane su octavo Balón de Oro el año que ha conseguido el Mundial con Argentina, el trofeo más importante de su carrera, tiene sentido. El Mundial de Messi, a sus 35 años, fue excepcional. Siete goles y tres asistencias en siete partidos. Liderazgo para sacar a Argentina de situaciones de riesgo, como su golazo ante México en la segunda jornada, cuando Argentina estaba jugando realmente mal, muy nerviosa tras la derrota en el primer partido ante Arabia Saudí.
Anotó en todos los partidos de eliminatorias: Australia, Países Bajos, Croacia y Francia. Dejó jugadas para el recuerdo, como su asistencia a Nahuel Molina para abrir el marcador ante los neerlandeses en cuartos, o su baile a Josko Gvardiol, el defensa más caro de la historia, en el partido de semifinales.
Messi completó un Mundial de ensueño, logrando, al fin, lo que tanto había ansiado. El broche de oro a una carrera legendaria, el punto final a su carrera. Si fue el mejor jugador de la competición ya entra dentro de la valoración personal de cada uno. Candidatos para discutirle esa consideración hubo.
Antoine Griezmann, por ejemplo, realizó una Copa del Mundo maravillosa, liderando los momentos de mejor fútbol de Francia. Su final, sin embargo, no mantuvo ese excelso nivel. Kylian Mbappé estuvo colosal, el máximo goleador del torneo, con ocho goles y un hat-trick incluido en la final. Tuvo tramos de ser realmente imparable, de superar todo lo que se le ponía delante. Considerarle a él como el mejor jugador de la competición es completamente razonable.
El problema es que estamos en tiempos donde el palmarés legitima, donde se hacen de menos las actuaciones individuales de un jugador por logros colectivos. Llegado el minuto 120 de la final, tanto Messi como Mbappé ya habían puesto todas las cartas sobre la mesa para que se les considerara los mejores jugadores del torneo. El buen hacer del Dibu Martínez en la tanda, y los fallos de Tchouaméni y Coman hicieron que el título se dirigiese hacia Argentina.
En esta era de las redes sociales, se ha hecho que la victoria separe un abismo entre vencedores y vencidos, una barrera infranqueable. Es como si la historia del deporte, con la victoria como único eje, atendiera a dos visiones raramente compatibles: la épica, prioritaria hasta la tiranía, y la estética, que permite entrar al detalle y denunciar, llegado el caso, ejemplos de humano azar, como que un penalti de Tchouaméni se desviara por centímetros. Messi no es más merecedor del MVP mundialista que Mbappé por ese fallo del jugador del Real Madrid, pero el relato importa más que nunca.
La temporada de Messi fuera del Mundial, en el PSG, no fue excepcional, ni mucho menos. 16 goles y 16 asistencias en 32 partidos de Ligue1 no son malos números, pero, a nivel colectivo, ganar la liga por tan solo un punto al Lens y sendas eliminaciones en octavos en Copa y Champions League dejan un regusto amargo.
No hay que dejar pasar que Mbappé juega –jugaba, los partidos en el Inter Miami no computan para el premio– en el mismo equipo, por lo que, de haber ganado Kylian el Mundial, y por consecuencia el Balón de Oro, la crítica ahora debería ser la misma. Griezmann, de magistral torneo mundialista y gran nivel individual todo el año, tampoco tiene logros colectivos que le aúpen a estar en la terna de los candidatos.
Vinicius ha estado a un nivel excepcional, liderando al Real Madrid en un año gris de Benzema, pero el subcampeonato en liga y la eliminación en semifinales de Champions League le dejaron sin gloria colectiva. Criticar el premio de Messi por su falta de títulos en París haría que, la consideración de cualquiera de estos jugadores para el premio, estuviera dotada de los mismos problemas de cara al gran público.
Manchester City, una obra colectiva
Quienes sí han ganado, y mucho, son los jugadores del Manchester City. Lo ganaron todo, liga, copa y Champions League. Su «problema», de cara a optar por el premio, es la ausencia de una gran figura a nivel individual, que la cara más visible del proyecto sea su entrenador, Pep Guardiola. No quiere decir esto que el Manchester City no tenga estrellas, por supuesto, sino que ninguna destaca de manera clara por encima de las demás.
Habrá quien diga que es Erling Haaland, y sus 36 goles en liga más 12 en Champions le darían la razón, pero, la verdad, es que el noruego no estuvo especialmente bien en ninguna de las grandes citas del equipo inglés la pasada temporada. Kevin de Bruyne estuvo a un nivel excepcional, pero se tuvo que retirar pronto de la final de la Champions League. Rodri Hernández estuvo magnífico, pero le faltó poder mediático. Mismo caso para otros jugadores como Bernardo Silva, Gundogan o Rubén Dias, de prestaciones sobresalientes semana a semana en el Manchester City.
La gran variedad de candidatos del equipo inglés ha hecho que ninguno tuviera fuerza suficiente para hacerse con el premio. En una obra tan colectiva como es la de Guardiola, destacar muy por encima del resto es difícil.
Así que, por última vez en su carrera, salvo giro mayúsculo de los acontecimientos, Messi se hace con el Balón de Oro. El octavo en su carrera. Algunos lo considerarán controvertido, y tienen argumentos para pensar así, pero la capacidad de resiliencia del argentino está fuera de dudas. Ha obtenido el galardón en tres décadas diferentes. El arte de ganarle al tiempo.