Viajes
París, una ciudad fantasma tomada por la Policía en vísperas de los JJ.OO.
Las cuestiones de seguridad y no las deportivas acaparan las conversaciones de unos parisinos que parecen ajenos al gran acontecimiento deportivo
Preguntado por las consecuencias de la revolución francesa, un filósofo chino respondió así hace unas décadas: «Aún es pronto para sacar conclusiones». Sin caer en la exagerada prevención de un precavido pensador con el ADN de una cultura milenaria, a dos días de la inauguración de los Juegos Olímpicos parece algo precipitado sacar conclusiones del insólito aspecto que presenta la capital francesa.
La ausencia de tráfico rodado y de transeúntes es evidente no solo en las proximidades de los estadios y junto al Sena, donde el viernes tendrá lugar la esperada e inédita ceremonia inaugural que tanta expectación está levantando. La sensación de «ciudad fantasma» se apodera de barrios turísticos y más o menos elegantes y populares y remite a aquellos tiempos del más duro confinamiento durante la pandemia.
Terrazas sin clientes, aceras desiertas, grandes avenidas sin peatones, pero con gradas ya preparadas y kilómetros de vallas metálicas que limitan las zonas donde está restringido el paso. Para acceder a amplias áreas de la ciudad es necesario mostrar un código QR previamente facilitado por las autoridades policiales en virtud del emplazamiento de la vivienda, el hotel o por razones profesionales.
«Hay más policía que gente normal» comenta un turista chileno visiblemente contrariado por no poder acceder a la rive gauche desde el Louvre. Cruzar el Sena se ha convertido en la prueba de obstáculos preolímpica más difícil de superar y que más dudas plantea. El Pont Neuf, uno de los más bellos y antiguos de París, presenta la inusual imagen de estar completamente vacío incluso de día, al igual que sus calles adyacentes. Tan solo hay policías y algún transeúnte que enseña con su móvil el código QR, salvoconducto digital de la nueva era.
La escena es frecuente en una ciudad que parece estar más en modo Chekpoint Charlie que en modo olímpico. Desde luego, no es precisamente una fiesta en estos días previos al gran acontecimiento para el que el país ha esperando nada menos que cien años. El contraste es mayor cuando se pasea sobre estos adoquines llenos de historia habiendo leído previamente toda la documentación oficial sobre Paris 2024, que insiste en la idea festiva, las olimpiadas de todos, las que pasaran a la historia por su audacia, buen gusto y ambición.
«Ese es el problema, las autoridades han pensado más en pasar a la historia que en cómo pasamos nosotros aquí estas semanas», comenta un veterano quiosquero del Marais con la sabiduría que confiere leer la prensa diariamente y comentarla con su clientela. Una clientela que, en buena medida, ha huido de la ciudad desierta y tomada por las fuerzas de seguridad.
¿To be or no to be in Paris? Etre ou ne pas être à Paris? Se diría que esta es la pregunta del verano, la que causa más fracturas y provoca opiniones polarizadas en una ciudadanía dividida entre los que no quieren perderse un acontecimiento histórico y quienes no están dispuestos a que les amarguen el verano. El periodista de Le Point Jean Michel de Alberti ha decidido quedarse en la ciudad. «Es un acontecimiento de una vez en la vida, me encanta vivir el ambiente de la preparación y la emoción previa al evento.
Obviamente hay ciertos inconvenientes, pero nada comparado con vivir in situ lo que va a suceder en la ciudad más bella del mundo en los próximos días. Ahora está vacía, y esto también ofrece ventajas, como disfrutar de los museos sin aglomeraciones y pasear por un centro sin apenas tráfico». Por el contrario, su colega, Anne Marie Cattelain-Le Du, influyente escritora de viajes, ha decidido hacer las maletas. «¿Quedarse en París durante los Juegos Olímpicos? ¡Ni pensarlo! Es una ciudad desfigurada donde es imposible ir y venir sin un código QR como en la época de la COVID, donde el transporte público es limitado e inasequible. Yo vivo en Montmartre, y ahora no hay ninguna sensación de estar en un barrio auténtico».
El contexto internacional, tras lo sucedido en Ucrania y en Israel, los atentados de Niza y París, los disturbios de los chalecos amarillos, no han hecho más que ir endureciendo unas medidas de seguridad que muchos parisinos encuentran asfixiantes. El elevado precio de las entradas para las competiciones estrella y las restricciones al tráfico consecuencia del formato elegido, con sedes repartidas por puntos neurálgicos de la ciudad, han hecho el resto.
Así las cosas, hay quien ha optado por salir de su ciudad y volver al teletrabajo que empezó a popularizarse durante la covid. Las principales quejas vienen de los comerciantes que se quedan en París, cuyos ánimos han tenido que calmar las autoridades con la promesa de inminentes ayudas y subsidios ante la caída de la clientela y del negocio. La otra gran pregunta del verano es ¿Dónde están los quince millones de visitantes que se esperaban? Tal vez todos vengan en los próximos días, quién sabe, pero no hay más que dar un paseo por París para dar la razón a aquellos que ponen de manifiesto que las olimpiadas han ahuyentado a esos millones de personas que acuden anualmente a disfrutar de los encantados de la capital francesa.
Sin turistas, con una parte de la población fuera de la ciudad, París ha entrado en la olimpiada. Pero, ¿ha entrado la olimpiada en París? En la ciudad se respira cierto aire de indiferencia, más allá de las críticas que, a decir verdad, son abundantes entre los parisinos por cualquier motivo. Al margen de la cartelería oficial que adorna las calles, desplegada por las autoridades, no hay banderas olímpicas, ni banderas de Francia en balcones ni ventanas. Ninguna.
Curiosamente, en algunos bares todavía se ven los carteles de la Eurocopa. «Para mí, los Juegos no significan nada, excepto perder dinero», me dice el taxista que me recoge en el aeropuerto. «En mi familia hemos hablado estos días mucho más de las elecciones que de los Juegos. Las autoridades han convertido Paris en una dama muy bella que no tiene quien la mire».
Tal vez la hayan embellecido para verla en millones de pantallas de todo el y para que pase a la Historia. «Esta es la olimpiada de los peces gordos, de la gente que está bien conectada, de las marcas de lujo que ahora quieren vender a los chinos y que necesitan que Paris siga siendo sinónimo de glamour». Esta es la particular versión de Chantal Bouhours, profesora de pintura comenta al quiosquero del Marais en una conversación en la que sale a colación la creciente brecha entre la super clase y los excluidos. «Cada vez hay más gente que duerme en la calle en la ciudad que tiene la libertad, la igualdad y la fraternidad por bandera», concluye.
En el quiosco del Marais, Trump sonríe con la tirita en la oreja, Macron anuncia que no habrá primer ministro hasta después de las olimpiadas, una foto da cuenta de la llegada de Celine Dion a París para participar en la ceremonia inaugural. Los diarios deportivos buscan a los nuevos Comaneci y Bolt. A unos metros, un vagabundo duerme en un banco, cubierto por los coloridos afiches de Paris 2024, inspirados en los festivos y despreocupados años 20. Paris es una fiesta. O tal vez no. Es pronto para saberlo. Las sirenas de la policía rompen de nuevo este silencio en cierto modo perturbador, impropio de una megalópolis. Es difícil, sino imposible, a día de hoy, interpretar este silencio bellamente perturbador que es hoy la banda sonora de esta ciudad tan hermosa.