Crisis Rusia-Ucrabia
Por qué la Unión Europea es rehén del gas ruso
El 35 % del gas que llega a la Unión Europea, procede de Rusia. La disposición geográfica imposibilita encontrar una alternativa
En plena crisis energética, Vladimir Putin lanzaba un recordatorio a la Unión Europea. El presidente ruso coqueteó públicamente con la idea de reducir la exportación de gas al Viejo Continente con las reservas casi vacías y con el precio de la electricidad marcando máximos históricos.
Esa declaración del ruso provocó una tempestad en el mercado del gas. Los precios rompieron barreras ante el miedo a problemas de suministro con las previsiones meteorológicas pronosticando un frío invierno en buena parte de Europa. De aquello hace tres meses, pero la dependencia europea del gas ruso es una historia antigua.
Rusia posee las mayores reservas de gas del mundo y la joya de su corona –Gazprom– es la mayor energética del planeta. En 2021 extrajo 514.800 millones de metros cúbicos. La extensión del país lo permite, sus más de 17 millones de metros cuadrados le garantizan que no haya competidor a excepción de Estados Unidos.
Cinco países europeos tienen una dependencia total sobre el gas ruso. Bulgaria, Eslovaquia, Finlandia, Letonia y Lituania, no pueden encender una calefacción, si no es con energía procedente del país. Otros cinco (Austria, Grecia, Hungría, Polonia y República Checa) compran más del 70 % del gas que consumen a Putin y otros países como Alemania o Francia han adquirido más de un 20 % de su gas a Rusia.
De la dependencia sobre Moscú solo escapan un puñado de países europeos. Bélgica, Reino Unido o España, que recibe la mayor parte de su energía de Argelia. El resto de la Unión está atada a Putin a través de la red de gasoductos con los que el Kremlin tiene atados a los ciudadanos europeos.
Alemania podría cegar Nord Stream 2
Dos años después de la última crisis con Ucrania –en 2010– Rusia empezó a construir la última de las tuberías con las que enviar gas a Europa. El Nord Stream 2 nace en el Campo de Yuzhno-Rússkoye, en pleno corazón del país, y atraviesa el mar Vívorg hasta desembarcar en Greifswald, al norte de Alemania. La obra de ingeniería buscaba reducir su dependencia de Ucrania y Bielorrusia, los dos países por los que transitan el resto de gasoductos que conectan Rusia y Europa.
Once años más tarde –y con Nord Stream 2 sin terminar– Alemania medita si detener el proyecto y cegar el tubo. Se trata del primer paso para romper los lazos que unen a Europa con Rusia. Un paso simbólico que abre un debate firme en Bruselas sobre el futuro energético de la Unión Europa.