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josé manuel cansino

La impugnación del dragón

La tibia reacción china en favor de Rusia ha llevado a la exrepública soviética a un cuasi aislamiento internacional

Actualizada 03:58

La invasión de Ucrania por Rusia y la posterior reacción internacional pueden impedir que se consolide la denominada economía postoccidental llamada a dominar el siglo XXI. Entre los analistas casi nadie dudaba antes del 24 de Febrero de que la progresiva alineación de China y Rusia en la política y la economía mundial marcaban la agenda y el mapa del planeta. Dos potencias autocráticas estaban condicionando la agenda mundial hasta ahora marcada por potencias gobernadas por las reglas heredadas de la revolución francesa de 1789.

La tibia reacción china en favor de Rusia ha llevado a la exrepública soviética a un cuasi aislamiento internacional. Esta marginación es notoria si se analizan las votaciones en el Consejo de Seguridad la ONU; 141 países condenaron la guerra y pidieron un cese del fuego una semana después de la invasión de Ucrania. Sólo Bielorrusia, Siria, Corea del Norte y Eritrea votaron en favor de Moscú. Otros 35 estados se abstuvieron. La abstención más importante fue la de China, pero también la de India, así como la de varios países africanos y del Golfo. Este alineamiento sirve también para mostrar que Rusia no cuenta con el apoyo unánime del grupo de economías emergentes agrupadas en el acrónimo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Además de las abstención ya comentada de China, el gobierno de Moscú ha visto cómo Brasil también condenaba la invasión por mucho que su presidente reivindique una posición de neutralidad.

Junto con el aislamiento internacional, las sanciones económicas impuestas van a suponer un lastre notable para la, hasta ahora, undécima potencia económica mundial. Indudablemente nadie sabe cómo va a terminar la guerra y menos aún cuáles serán las consecuencias geoeconómicas, pero sí es indudable que el puzle internacional está recolocando sus piezas.

En Europa, Polonia, Hungría y Alemania también han visto cómo su papel se revisa en el contexto de las naciones. En los dos primeros casos, los dos países del Este estigmatizados como sistemas políticos iliberales por el resto de socios de la Unión Europea han dado una lección internacional de humanidad pocas veces vista. La caricatura que de sus Gobiernos ha venido haciendo la izquierda europea se ha visto refutada por una acción solidaria y capacidad logística que ha roto el discurso frágil que pretendía arrojarlos extramuros de los sistemas democráticos. Pero ha sido Alemania la que más en evidencia ha quedado como gran urdidora durante décadas de la dependencia estructural del gas ruso. Una responsabilidad que explica su pereza en impulsar el embargo de las importaciones del gas. Este poco edificante comportamiento se ha visto acompañada por Austria.

Económicamente Rusia comparte un gran problema con los países de la alianza denominada OPEP+; el problema de un mundo que abandona decididamente la dependencia del petróleo. Un mundo en el que la OPEP+ todavía puede jugar durante un poco de más tiempo el as del gas natural, pero que camina hacia un sistema energético alejado de los combustibles fósiles. En 2016 los 13 países de la antigua Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) logró una nueva alianza en la que se incluyeron otros 10 países. La alianza estuvo liderada por Rusia dando nombre a la OPEP+. Los diez nuevos miembros fueron la propia Rusia, México, Kazajistán, Azerbaiyán, Baréin, Brunéi, Malasia, Omán, Sudán y Sudán del Sur. En buena medida es un club de poderosos asimétricos con fecha de caducidad salvo que remplacen su oro negro por una alternativa igual de importante.

La economía postoccidental hacia la que el planeta caminaba indubitadamente hasta el pasado 24 de febrero estaba liderada por una potencia que hay que calificar como «exportadora sistémica». Evidentemente esa potencia es China, el dragón asiático, y sólo puede seguir siéndolo sin sanciones internacionales que se lo impidan. China es consciente de que de la misma forma que las viejas potencias económicas han apostado contra el petróleo y el carbón, han sufrido las consecuencias de la hiperdependencia asiática puesta de manifiesto durante la pandemia. Europa, por ejemplo, ha apostado fuerte por la industria de los semiconductores y por la electromovilidad, muy ligada a las baterías de litio; ambos, terrenos dominados por Asia.

La decadencia de la economía basada en el petróleo estaba escrita, y ahora podemos estar asistiendo a sus belicosos estertores. La impugnación de la dependencia mundial de Asia puede ser otro cambio de paradigma.

  • José Manuel Cansino es Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla y académico de la Universidad Autónoma de Chile / @jmcansino
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