El problema de Truss es el elevado gasto
La primera ministra británica ha optado por el camino fácil y rápido, pero, sin duda, por el equivocado
Hace unas semanas, escribía en El Debate que el Reino Unido acertaba al bajar impuestos y que lo único que le faltaba era presentar una serie de medidas de eliminación del gasto improductivo, ausencia que era lo que había provocado el movimiento contrario de los mercados al afirmar que la diferencia presupuestaria negativa sería financiada con deuda, cosa que comprometía la sostenibilidad de la economía del Reino Unido, porque acumularía importantes endeudamientos.
Ahora, Truss ha dado marcha atrás, pero lo ha hecho por el peor de los caminos posibles: ha destituido al secretario del Tesoro, ha nombrado a otro en su lugar que va a paralizar las bajadas de impuestos y a recuperar la subida del impuesto de Sociedades previsto por Johnson, y no va a reducir el gasto público. Es decir, ha optado por el camino fácil y rápido, pero, sin duda, por el equivocado.
El problema del plan del Reino Unido no era la bajada de impuestos, sino que no llevase aparejada una disminución del gasto. Ese gasto es insostenible y lo será con impuestos bajos y con impuestos altos, porque no se puede financiar. Si baja los impuestos y sigue incrementando el gasto, no logrará cubrir la diferencia aunque aumente la actividad económica, pues ese mismo exceso de gasto lastrará el crecimiento y provocará un efecto expulsión de la economía. Si sube los impuestos para cubrirlo, quizás logre sortear el desastre en el cortísimo plazo, pero se hundirá en el medio y largo plazo por la huida de inversiones y de profesionales.
Por tanto, la única receta viable para la economía del Reino Unido es bajar impuestos y reducir el gasto. La reducción de impuestos es su vía de salvación ante la salida de la UE, para poder convertirse en un foco de atracción de inversiones al que ahora parece renunciar al dar marcha atrás y aumentar la confiscación vía impuestos. Por supuesto que debe hacerlo sin poner en peligro la estabilidad presupuestaria en el corto plazo, con lo que debe ajustar el gasto y ha de tener valentía para hacerlo. Si lo hace, en el medio y largo plazo logrará también un equilibrio estructural.
Lamentablemente, esa valentía necesaria parece que no existe y que Truss toma ya las decisiones para preservar su cargo, no en función de las necesidades de la economía. Empezó parcialmente bien, con una propuesta ambiciosa en la bajada de impuestos, a la que le faltaba la rebaja en el gasto, que debía llegar. Se negó a ello y los mercados castigaron su plan incompleto no por la bajada de impuestos, sino por la inestabilidad que incorporaba el no querer reducir el gasto. Después, rectificó en los impuestos, no en el gasto, y destituyó a su secretario del Tesoro. Gran error.
Parafraseando a Churchill, Truss pudo elegir entre el deshonor (aferrarse al cargo a toda costa) y la guerra (defender las medidas necesarias para la economía pese a poner en riesgo su puesto), y eligió el deshonor y tendrá la guerra, pues seguramente su permanencia como primera ministra no sea muy larga.
Truss se ha equivocado por no completar su plan reduciendo el gasto, por no comprender que el problema no es bajar impuestos, sino no hacerlo acompañado de una disminución del gasto. Se ha negado a tocar el gasto improductivo y con ello merma las posibilidades de recuperación de la economía británica. Poco le ha durado el intento de parecerse a Reagan y Thatcher, que sí que fueron unos colosos de la libertad.