Los errores con la energía nuclear que pueden costarnos caros
Un nuevo libro deshace los prejuicios en torno a este tipo de energía y explica por qué es clave para el futuro
Manuel Fernández Ordóñez es doctor en Física Nuclear y acaba de publicar el libro Nucleares: sí, por favor. Por qué la energía nuclear es la energía del futuro. En él explica por qué considera que la energía nuclear ha sido tratada injustamente en los últimos sesenta años por intereses «deshonestos» de lobbies y ecologistas cuando los datos reflejan que ha sido muy beneficiosa para la humanidad.
Fernández lamenta que de momento los antinucleares están ganado la batalla. Como en tantas otras cuestiones, la victoria ha tenido que ver con el dinero: «En Estados Unidos se sabe desde hace muchos años que las principales organizaciones ecologistas antinucleares (Sierra Club, 350, NRDC, Greenpeace…) están financiadas por el lobby del gas y del petróleo. En Europa y en España no se sabe quién financia a cada ONG porque el sistema fiscal no es tan claro».
Este apoyo económico ha penalizado tradicionalmente al sector de la energía nuclear, y seguramente lo seguirá penalizando: «El respaldo a las renovables cuando no producen energía solo puede darse con gas o energía nuclear», añade Fernández. Si se elimina la nuclear, todo el negocio es para el gas.
Los antinucleares han ido construyendo su relato con esta perspectiva, y Fernández sostiene que hasta ahora lo han impuesto en la opinión pública. La nuclear ha intentado defenderse con argumentos técnicos que la población no ha entendido, y finalmente ha dejado de comunicar. La comunicación nunca ha sido su fuerte.
Fernández recuerda algunas acciones de los antinucleares que le han parecido especialmente lamentables a lo largo de la historia. Por ejemplo, la de un joven de la burguesía suiza, hijo de un banquero israelí, que compró cinco lanzagranadas a una célula combatiente comunista con la ayuda de Chacal, mercenario que está cumpliendo condena por terrorismo en Francia. Con ellos lanzó cinco granadas a una central nuclear. El joven burgués militó luego veinte años en el partido verde suizo. Fernández lo cuenta para ilustrar cómo son los antinucleares los culpables con estas acciones de crear bulos como que las centrales nucleares no son seguras.
El autor dedica un capítulo del libro a desmontar este bulo y otros, como que las centrales nucleares se utilizan para fabricar bombas o provocan cáncer. Sobre el accidente de Fukushima, por ejemplo, explica que ni siquiera la única víctima que se decía que había fallecido por radiación murió efectivamente por este motivo: «Tenía un cáncer de pulmón. La radiación habría causado la muerte si se hubiera producido sobre la víctima en una determinada dosis o si el fallecimiento hubiera llegado después de cinco años, pero no ocurrió ni lo uno ni lo otro. El Gobierno reconoció que la radiación fue la causa para que la víctima pudiera recibir ciertas indemnizaciones».
Tampoco cree Fernández en los posibles ataques a centrales nucleares de los que en ocasiones se está hablando a raíz del conflicto entre Rusia y Ucrania: «No ha habido ningún ataque directo. Solo se ha perdido la electricidad exterior. Nadie va a tirar misiles contra las centrales nucleares. ¿Qué interés puede tener provocar un accidente nuclear, que el terreno se contamine? Las centrales son un activo».
Frente a estas teorías catastrofistas, Rodríguez reconoce que la crisis energética ha hecho que la mentalidad hacia la nuclear esté siendo más positiva. Solo «España y Alemania nos estamos quedando solos» en la postura antinuclear, que él piensa que debería reconducirse. En principio las centrales españolas se cerrarán entre los años 2027 y 2035, pero él piensa que ese acuerdo entre el Gobierno y los operadores nucleares podría revertirse. La nuclear ha sido la única fuente que ha proporcionado más del 20 % de la energía en España en diez de los últimos doce años. Solo en 2021 fue superado por la eólica y en 2022 por el gas.
La energía nuclear es más barata y su producción es más estable, algo que es clave para suplir a la energía renovable cuando no produce (cuando no hay sol o viento, por ejemplo). Fernández ve fundamental su complementariedad con las renovables, y explica que descartarla e contraproducente, como se ha visto en Japón tras el accidente de Fukushima: «Todo el porcentaje de nuclear pasaron a producirlo combustibles fósiles; los precios de la electricidad para hogares e industria aumentaron entre un 25 % y un 35 %; aumentó la emisión de gases de efecto invernadero; las importaciones de combustibles fósiles se dispararon. Por tanto, si se descarta la nuclear, suben los precios y la emisión de gases de efecto invernadero, se reduce la seguridad de suministro y aumenta la dependencia exterior».
Teniendo en cuenta estos resultados, y aunque la ministra Teresa Ribera y el PSOE llevan en su programa el cierre de las centrales nucleares, Fernández estima que sería conveniente replantear la decisión por el futuro del país y también para poder cumplir con los objetivos del cambio climático. Afirma que sin el apoyo de las nucleares, no sería posible alcanzarlo.