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Diego Barceló

Por qué un pacto de rentas sería contraproducente

Es como vendarle la pierna a alguien que tiene dolor de cabeza. No tiene sentido

Actualizada 04:30

En un mercado libre, una empresa gana dinero porque sabe satisfacer las necesidades de sus clientes. Por el contrario, si una empresa pierde dinero es porque sus competidores ofrecen productos mejores y/o a un precio más bajo. Por supuesto que, en el corto plazo, hay muchos otros factores que pueden incidir en los resultados empresariales (cambios regulatorios, en los impuestos, en los tipos de interés, mayor morosidad, etc.). Pero el caso central es que una empresa no puede ganar dinero si su trabajo no es valorado por sus clientes.

Las pérdidas y ganancias cumplen una función esencial: trasladan el capital desde las empresas cuyos productos son menos valorados hacia aquellas otras cuyos productos lo son más. Así, las empresas «ganadoras» podrán ampliar su producción. A su vez, eso funciona como un incentivo poderoso para mejorar, es decir, para tratar de satisfacer mejor las necesidades de los clientes. Todo el proceso es determinado por el consumidor, a través de su decisión de comprar, o no, cada producto.

La empresa no puede vender sus productos a cualquier precio. Su objetivo es vender al precio más alto que esté dispuesto a pagar el cliente. Pero la decisión final corresponde a este último. Otra verdad olvidada es que, al comprar, el cliente está diciendo, implícitamente, que valora más el producto comprado que el dinero que entrega a cambio. Nadie compra nada para estar peor.

Estos pocos puntos básicos bastan para entender que la idea de un «pacto de rentas» responde a teorías erradas. Por eso, cualquier pacto de rentas sería contraproducente.

Pensar que la inflación responde a un aumento de las ganancias empresariales es un error. ¿Por qué la competencia entre empresas ha dejado de evitar los aumentos de precios? ¿Por qué se les ocurre a tantas empresas, de todos los sectores y regiones, subir sus precios al mismo tiempo? ¿Y por qué los clientes aceptan pasivamente esos aumentos? ¿Es que ha cambiado súbitamente su valoración de tantos productos a la vez?

Si se intenta responder esas preguntas, se hace evidente que las ganancias empresariales no provocan inflación. Como tampoco la provocan los aumentos de salarios, ni de costes, como la subida del precio del petróleo, sea por un conflicto bélico o por cualquier otra causa.

La inflación es un incremento simultáneo de la inmensa mayoría de precios. Y eso solo puede ocurrir si, previamente, aumentó la cantidad de dinero. Si la cantidad de dinero permaneciera fija, un aumento de unos precios (por ejemplo, del trigo, por una mala cosecha), se compensaría con la caída de otros precios. Es lógico: si se usa el dinero para demandar unos bienes, que se han encarecido por hacerse más escasos, queda menos dinero para demandar los demás productos, por lo que su precio baja.

Un pacto de rentas no modifica la cantidad de dinero, por lo que es inútil contra la inflación. Es como vendarle la pierna a alguien que tiene dolor de cabeza. No tiene sentido.

Pero si alguien tiene interés en que no se sepa que toda la culpa de la inflación corresponde al Banco Central Europeo (el único capaz de emitir euros), o quiere aprovechar políticamente la inflación para presentarse como el salvador de la población, entonces puede ofrecer esta pseudosolución.

Pseudosolución dañina: si se pusiera un tope a los beneficios, cualquiera sea, dejaría de funcionar el mecanismo asignador de recursos que se canaliza a través de las pérdidas y ganancias. Se quitarían incentivos y recursos para innovar e investigar. Forzosamente, la inversión sería menor. Y, con su descenso, se debilitaría la creación de empleo. Los trabajadores, además, verían limitados sus incrementos salariales. La economía respondería más a un diseño político que a los deseos del consumidor, con la consecuente pérdida de bienestar.

Ludwig Erhard decía que la estabilidad monetaria debía ser incluida entre los derechos humanos fundamentales. Todos los problemas provocados por una inflación derivada de una temeraria política monetaria le dan la razón.

  • Diego Barceló Larran es director de Barceló & asociados @diebarcelo
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