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Paula Andrade

Cómo el cuento de hadas de las renovables ha hecho de Rusia un socio energético clave para España

Las importaciones de gas ruso han aumentado exponencialmente para cubrir la demanda

La política energética de Pedro Sánchez roza el trastorno bipolar. El Gobierno estableció en el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC) el cierre de las centrales nucleares a partir de 2027 al tiempo que defendía su uso en Bruselas. Pero la ausencia de esta fuente de energía no puede ser cubierta por las renovables, lo que obliga al país a seguir dependiendo de los combustibles fósiles y aumentar el suministro de gas procedente, cómo no, de Rusia.

El 73 % del consumo de energía primaria en nuestro país sigue dependiendo del petróleo (45,5 %), gas natural (24 %) y carbón (3 %), según los datos del último Balance Energético del Ministerio de Transición Ecológica correspondiente a los años 2021 y 2022.

Los motivos son varios: la paulatina vuelta a la normalidad del transporte aéreo y por carretera tras las restricciones impuestas por el coronavirus, el incremento de la actividad industrial o la necesidad de obtener más electricidad –en el caso del carbón– para garantizar las exportaciones, principalmente a Francia, en un contexto de precios disparados por la invasión rusa de Ucrania.

Por el contrario, las renovables se vieron reducida su aportación por la falta de lluvias y la grave sequía que redujo en más de un 40 % la aportación de las centrales hidroeléctricas. También cayó un 9,5 el consumo de energía solar térmica por la reducción de las horas anuales de radiación solar. El saldo eléctrico, por su parte, experimentó en 2022 un récord histórico exportador de 1.703 GWh por las paradas de las centrales nucleares a Francia, que hicieron necesaria la aportación de su red de energía eléctrica generada en España.

En los últimos años, la energía procedente de las renovables ha podido sufragar el déficit generado por la estrategia de descarbonización de la Unión Europea, pero el asunto de las nucleares es harina de otro costal. «España es un país pobre en energía y las únicas fuentes propias son las renovables y la nuclear», explica Roberto Gómez-Calvet, profesor de Empresa y experto en Energía de la Universidad Europea de Valencia.

«La nuclear está condenada a la extinción y las renovables, que vendrían a ser nuestra salvación, tienen sus debilidades ya que son intermitentes y no controlables, por lo que un pico de crecimiento económico provoca un aumento de energía primaria importada que las renovables no son capaces de cubrir», añade.

Las ayudas a las renovables provocaron un déficit de tarifa desorbitado

El problema, comenta este experto, son las altas expectativas generadas alrededor de las renovables, cuya implantación en la segunda década del siglo sobrevivió en gran medida gracias a unas ayudas públicas que provocaron un déficit de tarifa desorbitado –subvenciones que, por cierto, nos han convertido en el segundo país con más laudos impagados del mundo–. Además, este tipo de plantas tiene unos costes de instalación muy altos en comparación con otras fuentes y el almacenamiento de la energía que generan es, a día de hoy, carísimo.

«Las nucleares tienen un componente de peligrosidad que no debemos obviar, pero antes de cerrarlas debemos tener clara una hoja de ruta. El PNIEC es voluntarioso, pero condena a una dependencia de combustibles fósiles ya que no garantiza el suministro. El mensaje de que hay una fuente de energía magnífica y otra terrible es peligrosa, ya que todas tienen sus bondades y defectos», comenta Gómez-Calvet.

Gas ruso

Este exceso de optimismo con las renovables ha llevado a los sucesivos gobiernos a fijarse en el gas, muy socorrido por su eficiencia energética pero bastante más caro. Tradicionalmente, Argelia ha sido el principal proveedor de este recurso, pero el viraje del Ejecutivo con el asunto del Sáhara cabreó lo suficiente a nuestros vecinos magrebíes como para amagar con cortar el suministro.

Así las cosas, España ha encontrado en Rusia un nuevo socio para comprar gas natural. En el año de la invasión de Ucrania, el 2022, nuestro país importó 3,7 millones de toneladas de este producto, un 38 % más que el año anterior. En 2023, y a falta de un mes de consumo tradicionalmente alto como es diciembre, las adquisiciones llegaron a las 3,6 toneladas.

Y no porque se trate de una bicoca precisamente. De los cinco principales exportadores a España de gas natural, el ruso es el más caro (1.178 euros por tonelada) por delante del estadounidense (1.011 €/t), el catarí (717 €/t), el nigeriano (658 €/t) y el argelino (632 €/t) que sigue siendo, con diferencia, el más barato.

GNL

Un reciente informe del Instituto de Economía Energética y Análisis Financiero (IEEFA, por sus siglas en inglés) apuntaba que España es el principal importador de gas natural licuado (GNL) de toda la UE con 5.210 millones de metros cúbicos entre enero y septiembre de 2023, un 50 % más que el mismo periodo de 2022.

El origen de las reexportaciones de este producto en nuestro país no está claro, lo que significa que una cantidad importante podría proceder de Rusia. El pasado año, reexportó 1.050 millones de cm, principalmente a Italia.

Con los beneficios de la venta de productos energéticos, el Kremlin se ha podido permitir seguir financiando su maquinaria de guerra en un conflicto que el próximo mes celebrará su segundo aniversario.