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23 de septiembre de 2024

Unai Mezcua Gordillo
Unai Mezcua Gordillo

Los avisos del informe Draghi y el gran problema de Europa

Reducción de emisiones, sí, pero no por encima del interés industrial, viene a decir el informe del expresidente del BCE, que vuelve a poner el foco en el exceso de barreras en Europa

Actualizada 04:30

La presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Von der Leyen, y el exprimer ministro italiano Mario Draghi, en la conferencia de prensa.

La presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Von der Leyen, y el exprimer ministro italiano Mario DraghiEFE

Vaya por delante: el informe de Mario Draghi sobre competitividad no supone un abandono de los objetivos climáticos, de los cuales Europa ha hecho gala en los últimos años. Pero sí lanza una gran advertencia: las políticas de descarbonización y las industriales deben estar alineadas. De lo contrario, el afán descarbonizador puede dañar el crecimiento y la competitividad europea, afirmó el propio Draghi ante los ojos de la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, que ha hecho gala precisamente de su apuesta ecologista durante la anterior legislatura comunitaria.

Un ejemplo particularmente sangrante es el del automóvil. Europa ha obligado a los fabricantes automovilísticos a reducir drásticamente sus emisiones, con el objetivo declarado de que a partir de 2035 solo se puedan vender coches nuevos si no emiten CO₂. Con el hidrógeno aún en pañales y los combustibles sostenibles acaparados, por su coste, por la aviación, eso se traduce en una apuesta por el automóvil eléctrico que sigue sin encandilar al consumidor. El resultado: el sector se expone a 15.000 millones de euros en multas, como advertía esta semana el consejero delegado de Renault, Luca de Meo. Y ello pese a que precisamente han comprometido 250.000 millones de euros en inversiones para descarbonizar su sector.

La industria europea necesita ahora otro salvavidas. Y no sólo el automóvil

El automóvil es el gran innovador del continente europeo. Lo era hace 25 años y lo sigue siendo, según reconoció el propio Draghi. En ese tiempo, en Estados Unidos han despuntado todavía más las compañías digitales, como Google o Facebook, que han arrebatado ese mismo cetro a las farmacéuticas. Sus alternativas europeas, salvo alguna excepción meritoria, no logran alcanzar un tamaño suficiente que las permita convertirse en grandes campeones. «No faltan buenas ideas, pero hay demasiadas barreras para comercializar las innovaciones y someterlas a procesos de escala», identificó el ex banquero central, vinculado para siempre a aquel whatever it takes —«lo que haga falta»— que consolidó los cimientos del euro durante lo más sombrío de la Gran Recesión.

La industria europea necesita ahora otro salvavidas. Y no solo el automóvil. Otro ejemplo: el programa Horizonte Europa, que busca potenciar las inversiones en la UE en I+D, no ha priorizado los procesos de manufactura para la generación de aerogeneradores, a pesar de que tanto Suecia como España son líderes mundiales en esta industria (llegando a acaparar el 90 % del mercado). En cambio, el grueso de los fondos se ha destinado al desarrollo de baterías de iones de litio, a pesar de que otra tecnología rival, la de iones de sodio, permitiría reducir la dependencia de materias primas críticas, controladas sobre todo por China. Mientras, la alemán Varta, un gigante en la producción de baterías tradicionales, se tambalea hasta tal punto que Porsche ha tenido que salir en su rescate.

Desde 2008 casi el 30 % de los unicornios se han ido, la mayoría a Estados Unidos

Desde 2008, casi el 30 % de los unicornios, empresas que van a valer más de mil millones de euros, se han ido, y la mayoría de ellas han terminado en Estados Unidos. Europa tiene que ser un lugar donde la innovación florezca, sobre todo para las tecnologías digitales. Un sector tecnológico flojo no va a poder beneficiarse de la revolución de la IA. Obstaculizamos también la innovación en sectores tradicionales», cuestionó Draghi. «Esto tiene que cambiar», subrayó.

El problema es que, por claro que sea el diagnóstico, la solución no deja de ser espinosa. Según Draghi, hacen falta 800.000 millones de euros anuales para no seguir cayendo por detrás de China o Estados Unidos y recuperar de nuevo el pulso. Es casi el 5 % del PIB de Europa, nada menos que el doble del Plan Marshall que reconstruyó Europa tras las bombas de la Segunda Guerra Mundial. Unos fondos de los que el sector privado no dispone, y la mera mención a un sistema de financiación común, como se ha puesto sobre la mesa, sigue generando alergia entre la mayoría de países europeos.

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