Nemesio Fernández-Cuesta: «No creo en el apocalipsis climático, pero va a producirnos grandes pérdidas»
Este experto en cambio climático, ex secretario de Estado de Energía, insiste en que hace falta más tiempo y sentido común para llevar a cabo una transición energética
Nemesio Fernández-Cuesta (Madrid, 1957), técnico comercial y economista del Estado, fue secretario de Estado de Energía entre los años 1996 y 1998, cuando gobernaba Aznar. Antes y después trabajó en Repsol, donde fue consejero delegado hasta que le relevó Josu Jon Imaz. También ha sido presidente de Prensa Española y del diario ABC, vicepresidente de Vocento y presidente de Eolia Renovables, entre otras cosas. En la actualidad preside el Grupo de Transición Energética de Alantra Partners y acaba de publicar el libro No se trata de si es verde o no, sino de si elimina o reduce las emisiones, una aproximación que estima práctica y sensata a los retos que plantea el clima.
Fernández-Cuesta estima que «se puede discutir más o menos» sobre la profundidad del cambio climático, pero ve evidente que «es una realidad», como lo demuestra la subida de las temperaturas medias y una mayor repetición y virulencia de los fenómenos atmosféricos extremos. «¿Significa que el mundo se acaba y que la raza humana va a extinguirse? No. Quiere decir que en un horizonte temporal, por ejemplo, hasta el año 2100, España puede tener unas pérdidas económicas significativas», señala.
El autor menciona a este respecto que, si se produjera un aumento de tres o cuatro grados de temperatura (ya estamos entre grado y grado y medio sobre la época preindustrial), afectaría al turismo («A Qatar no va a veranear nadie», dice), al sector hortofrutícola (España representa el 26 % de la producción de la Unión Europea) o al vino, por el mayor calor y la menor agua, por poner algunos ejemplos.
Si no se toman medidas, la economía española lo notará a final de siglo
Para enfrentarse a este problema, Fernández-Cuesta recalca que hay que mitigar o reducir las emisiones a nivel internacional, y además hay que adaptarse a este escenario. Señala que «la política hidrológica española debe ser totalmente diferente. Hay que tratar de construir pantanos, ampliar algunos, construir trasvases y canalizaciones, mejorar la canalización de toda el agua. Se pierde el 30 % de todo el agua porque las tuberías son de hace cien años, y eso hay que abordarlo. Tendríamos que ir a una tecnología del agua como la de Israel». «No creo en el apocalipsis climático, pero sí en que el cambio climático va a suponer una pérdida notable de riqueza para la economía española a finales de este siglo si no se toman medidas de reducción de emisiones», añade.
Sentido común: no destruyamos la industria automovilística europea
Fernández-Cuesta se sorprende de que la Unión Europea quiera liderar la transición verde cuando la mayor parte de la contaminación viene de otras zonas, y una transición rápida perjudica notablemente a nuestro continente. China produce el 31 % de las emisiones del mundo y consume el 54 % del carbón del planeta. Más del 60 % de su energía está producida con carbón. Mientras tanto, la UE se empeña en cerrar las centrales nucleares: «¿Tienes una electricidad que se produce 24 horas al día, siete veces a la semana, sin emisiones, y la cierras?». No lo entiende.
La estrategia que se está siguiendo con el coche eléctrico en Europa «no tiene ni pies ni cabeza»
Tampoco la transición hacia el coche eléctrico que se está intentando llevar a cabo a toda velocidad: «El coche eléctrico está muy bien, pero resulta que la estrategia básica de la industria automovilística europea ha sido el coche diésel y los coches pequeños. Con ellos hemos mantenido una ventaja competitiva frente a los fabricantes americanos, japoneses y coreanos. Ahora hemos decidido que queremos el coche eléctrico ya, y que en 2035 se acabaron todos los coches de combustión interna, sin transición. Si queremos cumplir esos plazos, la única solución es comprar coches chinos. Nos cargamos nuestra industria automovilística y, detrás de la industria automovilística, la industria auxiliar. No tiene ni pies ni cabeza».
Por eso propone sentido común y calma: «Por ejemplo, podemos utilizar biocombustibles o incluso mezclas más importantes de etanol con gasolina con las que reduces hasta un 60 % de las emisiones, y en lugar de hacer el cambio para el 2035, darnos mucho más tiempo. Darnos 15 años para montar una industria de automóviles eléctricos europeos. O inventarnos que los coches grandes van a ser eléctricos, y los pequeños van a seguir siendo de combustión interna, pero solo pueden usar combustibles sintéticos o biocombustibles. Hay que tener una estrategia. Pero la idea de decir: no, el coche eléctrico ya... No tenemos ni una sola ventaja competitiva. Los minerales están en manos de China; los metales estratégicos que se necesitan para las baterías, también. La fabricación de baterías está en manos chinas. En coches pequeños tienen unos precios imbatibles...».
Invertir con cabeza
Fernández-Cuesta incide en algo que parece claro, pero que hay que recordar: «En el mundo hay dinero, pero cuando hay rentabilidad. Los consumidores compramos determinados bienes cuando la combinación calidad-precio parece adecuada».
Ocurre con el coche eléctrico y con la sustitución de las calderas, a las que se atribuye la mayor culpabilidad de la contaminación en Madrid: «Puedes decir que se prohíben las calderas en 2030, pero, ¿de dónde sacamos el dinero? Una bomba de calor es mucho más eficiente: solo consume electricidad, sirve para aire frío y caliente… Es estupenda, pero vale 18.000 euros, frente a los 3.000 euros de una caldera. El salario medio en España está en torno a los 23.000 euros… O damos dinero para que la gente se compre una bomba de calor o vamos articulando soluciones intermedias: puede ser sustituir el gasóleo de calefacción por otro combustible que reduzca emisiones, mientras esperamos a una tecnología que sea asequible para la mayor parte de la población».
El autor subraya que además hace falta tiempo: «Las transiciones energéticas anteriores (de la madera al carbón, del carbón al petróleo y al gas…) han llevado 50, 60, 70 años, y estaban apoyadas sobre una ventaja técnico-económica. La densidad energética del petróleo y el gas y su facilidad de manejo eran superiores a la del carbón, y por lo tanto se imponían con facilidad. Todo apuntaba a que había que sustituirlo y todo el mundo se sumaba. Ahora no está tan claro. Las renovables son más baratas que la electricidad hecha con gas, pero son intermitentes. Dependen de que haya sol, viento… La electricidad con gas funciona en cualquier momento».
Sobre el papel de Teresa Ribera, la principal impulsora de la transición verde en España en el Gobierno de Sánchez, afirma que «tiene mérito en haber sensibilizado a la sociedad, pero ha ideologizado este debate, y hay que desideologizarlo».