Las calificaciones NO califican la actividad del alumno
Si se pierde la visión sistémica se piensa que la evaluación se atribuye a uno. Esto lleva a que junto con las posturas acusatorias aparecen las exculpatorias
Pensar que las calificaciones califican la actividad del alumno es lo mismo que pensar que quien lanza una piedra y rompe un cristal es el responsable de romper el cristal. Y alguno dirá: «¡Pues claro!» Vamos a ver como se hace el ridículo al afirmar tal cosa.
Para responsabilizar al niño de romper el cristal porque él lanzó la piedra se necesita hacer un corte en la línea del tiempo y aislar justo el momento cuando el niño toma la piedra y la lanza. Al hacer eso se deja fuera del campo de análisis lo que pasó antes y lo que pasará después. Pero ¿Cómo se justifica ese sesgo quedándose con unos segundos de vida del niño al margen de lo que le precede y le sigue? Si se amplía el foco y descubrimos que antes se estaban burlando de ese niño y que ese niño quería romper un dibujo burlón que habían hecho de él.
Y podemos ampliar y ampliar más el foco y aparecerá un sinfín de acontecimiento relacionados. Se podría descubrir que el profesor no ayudó en la situación y que a ese niño lo echaron de su casa porque no lo querían y para sobrevivir fue adoptando un estilo agresivo. Al final ese cristal roto no «habla» simplemente del evento sesgado de tomar la piedra y lanzara, sino que habla de la complejidad de la vida de esa persona y de otras muchas personas con unas historias concretas y entrecruzadas.
Hasta el sistema legal quiere tener en cuenta dicha complejidad con un sistema de atenuantes y agravantes. Pero en muchos colegios no son capaces ni de ver esto. Creo que el sistema legal puede ayudar al juez, pero ni siquiera eso resuelve la complejidad. Tampoco creo que corresponda aplicar dicha mentalidad legal al colegio, pues esa mentalidad es una mentalidad de agregados de acontecimientos y, como si fuera un puzle se van añadiendo piezas hasta ver un dibujo más completo. Pero, la realidad, y, por tanto, la vida no es puzle, sino un sistema. Creo que se requiere una mentalidad sistémica para poder hacer propuestas de valor en educación.
Tristemente muchos docentes con frecuencia sesgan la vida del alumno. Por ejemplo, el alumno pregunta «¿Profe por qué me puso esta mala calificación?» y el profesor responde «tu rellenaste el examen, tu sabrás» y el alumno podría decir «pero, tú me enseñaste». El docente se equivoca al pensar que la calificación del examen puede simplistamente atribuirse a un elemento del sistema y no al sistema. El alumno tiene una mejor comprensión de la realidad. Pero, como en los otros ridículos, el ridículo lo hace el educador y lo paga el educando.
Parece que cuesta mucho que todos asumamos responsabilidades. Valdría la pena que las calificaciones que se dan al alumno se sintieran de todos. Así serían una oportunidad para que tanto los padres, los docentes y el niño pudieran replantear su forma de interactuar. Pero para eso hace falta abandonar la búsqueda de culpables y simplemente evidenciar que, con esa forma de relacionarnos, no se está atendiendo la realidad.
Si ante una mala calificación se busca un cabeza de turco, alguien que pague los platos rotos, es porque tenemos una mentalidad de que corregir es ajustar y el que está desajustado es el alumno.
Pero si ante una mala calificación la sentimos como propia, ya no se busca a quien acusar. Corregir ya no es ajustar al desajustado, sino perfeccionar las relaciones entre todos y, por tanto, todos cambian. Y ahí está la clave: ¿están los padres y los profesores dispuestos a cambiar?
Ciertamente una mala calificación requiere corrección. Pero no conviene aplicar a las personas una mentalidad de corrección como ajuste que es lo propio que hacemos con las cosas. Ajustar es tratar a las personas como objetos. Con las personas corresponde una comprensión de corrección como perfección del sistema. Al aplicar la mentalidad de corrección como ajuste a las personas, se hace el ridículo.
Para vivir la corrección como perfección se requiere considerar como propios los resultados de los alumnos y, ojalá, la vida misma del alumno. Esto se encuentra en algunos educadores, pero tristemente no en la mayoría, y lo acaba sufriendo el hijo o el alumno.
En educación necesitamos rechazar una evaluación de «evaluador externo». Es decir, como que alguien al margen del sistema se acerca e imparcialmente evalúa. En educación no hay forma de que exista un evaluador externo. En el mejor de los casos podrá haber una corrección de ejercicios o trabajos externo. Pero, la evaluación solo puede ser interna. En educación todos los evaluadores son a su vez evaluados. ¿Estamos dispuesto a esto? o ¿preferimos seguir buscando alguien que pague por otros?
El acto educativo es co-creado por todos, luego tiene que ser evaluado por todos igualmente.
Tantas otras cosas tendrían que cambiar para una sana evaluación y así descubrir que, la evaluación no sirve para saber que está bien o que está mal, sino que simplemente es el estado del sistema de relaciones. Saber evaluar sin calificativos morales, bien o mal, sería todo un adelanto.
Con este breve recorrido espero se entiende la expresión «el educando no es el responsable», sino uno de los responsables en una responsabilidad global compartida. E igualmente se entiende que «las calificaciones NO califican la actividad del alumno» sino al sistema. Si se pierde la visión sistémica se piensa que la evaluación se atribuye a uno. Esto lleva a que junto con las posturas acusatorias aparecen las exculpatorias. Todos están a la defensiva y no se abre un espacio de confianza mínimamente tranquilo para saber qué está pasando con nuestra forma de relacionarnos y de plantear las actividades.
- José Víctor Orón Semper es director de la Fundación UpToYou Educación