Entrevista al autor de Tiza y pancarta (Almuzara)
Carlos Mayor Oreja: «Un colegio es el test que refleja todo lo que sucede en la sociedad»
«La falta de un gran pacto educativo ha arruinado el esfuerzo y la exigencia, y ello explica que los jóvenes lleguen ahora peor preparados a la universidad que antes»
Carlos Mayor Oreja (San Sebastián, 1961) es una persona muy vinculada al mundo de la educación. Funcionario de carrera tras estudiar Derecho en la Complutense de Madrid, su vida –amén de su etapa de consejero de la Comunidad de Madrid entre 1995 y 2003– ha estado vinculada a la gestión educativa. No en vano, ha sido director general del CEU, presidente de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR) y del Consejo Social de la UCM.
Tiza y pancarta supone su debut literario (editorial Almuzara), una novela que narra la historia del vínculo entre un maestro conservador y un joven creyente en aquel convulso País Vasco del año 1976. Una ficción construida a partir de los diarios del propio autor, que inició cuando apenas contaba con 15 años, y donde el protagonista, el profesor Carlos Ruiz Elosegui, decide volver a San Sebastián tras pasar media vida en Madrid para dar clase en el mismo colegio en el que estudió.
–¿Cómo era la educación en el País Vasco del año 1976?
–En aquellos momentos ni existía la Constitución ni las autonomías, por tanto, las competencias educativas estaban concentradas en el Ministerio de Educación. En esa época se empezaba a hablar del principio de subsidiariedad. Los problemas grandes se trataban desde el Gobierno central y los problemas menores, también. Los institutos y colegios de carácter público se gestionaban desde la centralidad. Por otra parte, también empezaba el movimiento de las ikastolas, que iba aglutinando tenuemente cierto apoyo.
–¿Por qué el relato de su obra se desarrolla en un colegio?
–Un colegio no es una jaula de cristal, sino que es el mejor test de lo que pasa en la sociedad. Todo se explica desde la necesidad de trasladar mis propias experiencias de aquella época. La historia que se encuentra detrás del libro se arma desde mi temprana afición de escribir diarios, y los de aquellos años me parecieron terriblemente interesantes, a pesar de la mejorable escritura del chaval que por entonces era. Pasados los años, fui consciente de la singularidad que sus páginas contenían, ya que la situación que describía era inusual (un relato de aprendizaje y la historia del vínculo entre un maestro conservador y un joven creyente en el convulso 1976). Para trasladar ese ambiente, creí que la mejor manera era montar una ficción, pero no deja de ser una crónica de ese tiempo.
–¿Por qué ese título?
–Eran años donde el uso de la tiza y la pizarra caracterizaba a cualquier clase de colegio. Pero en vez de tiza y pizarra, preferí añadir otro elemento muy común de aquella época, la pancarta, porque fueron años de mucha protesta.
–¿Cómo le ha marcado el paso por los marianistas de San Sebastián?
–La propia estructura de la novela está marcada irremediablemente por aquel paso. Es algo que me ha ayudado muchísimo al recordar a mis profesores y maestros y lo decisivos que han sido en mi vida y cómo han supuesto mi pauta de conducta. Lo que se recibe y se aprende hasta los 16 años marca tu vida. Mucho más que lo que se aprende en la universidad, me atrevería a decir.
–¿Y en política?
–Muchísimo. En algunas situaciones de tener que decidir, creo que siempre elegí la opción correcta. Sin lugar a dudas, el paso por los marianistas ha marcado también mi trayectoria pública.
–Ha ocupado importantes cargos en la UCM, el CEU y, más recientemente, la UNIR. ¿Qué opinión le merece el actual estado de la educación?
–Creo que las administraciones están haciendo un esfuerzo muy importante, pero los resultados no siempre están siendo buenos al seguir faltando ese gran pacto educativo, lo que ha arruinado el esfuerzo y la exigencia, un lastre que se está notando mucho al llegar a la universidad, que a día de hoy acoge una juventud peor preparada que la que había hace algunos años. El fenómeno de la aparición de las universidades privadas ha supuesto una equiparación entre la oferta y la demanda que ya se daba anteriormente en los estadios anteriores de la educación con la concertada. Sin embargo, sigue pendiente de solución el problema de la brecha social, ya que a más recursos, más libertad para elegir. Antes creo que había más homogeneidad en cuanto a los estudios universitarios.
–¿Cómo está influyendo la imposición de las lenguas cooficiales en aquellas comunidades en detrimento del español?
–La lengua nunca tendría que ser un elemento de discriminación. En la novela abordo el déficit que supone esa discriminación de una sobre otra y a qué nos lleva, porque en vez de percibir al euskera o vascuence y al catalán y al gallego como lenguas vernáculas, se les está otorgando la labor de lenguas contrarias al español, cuando no lo son, porque deberían complementar, en vez de usarse como contraposición política contra el castellano.