A muchos les sorprende el tirón de este andaluz de pura cepa nacido en la Barcelona de la inmigración, pero no a él ni a su entorno, donde siempre se le vio como un líder desde sus ya lejanos tiempos de presidente nacional de Nuevas Generaciones, allá por 1997.
Moreno Bonilla ha logrado seducir a Andalucía, a una buena parte de España y a no pocos votantes del propio PSOE; con un viaje político y personal similar al emprendido por John Wayne en Un hombre tranquilo: obtener el poder en aquella tierra, donde el socialismo era más un sistema climatológico estructural que un fenómeno meteorológico pasajero, es parecido a la epopeya de Sean Thornton al volver a Innisfree, al volver a su Irlanda natal y descubrir un entorno hostil y lleno de recelos que, al final, acaba rendido a sus pies.
Eso es lo que ha logrado este malagueño nacido a escasos metros del Nou Camp, hijo de la inmigración y nieto del campo, con un carácter pacífico, un verbo integrador y los mismos puños de Wayne en la película de John Ford para pelear, hasta despellejarse los nudillos, contra esa imagen de Andalucía como tierra de subsidios, corrupción, retraso y nepotismo.
Moreno fue investido con autobuses socialistas rodeando el Parlamento andaluz y Pablo Iglesias activando, por vez primera, su ya desgastada «alerta antifascista»; y llega al 19 de junio con la sensación de que a su vera hay un páramo: el PSOE se ha convertido en una sucursal del sanchismo ; el resto de la izquierda andaluza vive en permanente estado de guerra civil y a VOX y a los restos de Ciudadanos no les queda otra, llegado el caso, que no impedir la nueva investidura de Moreno con la fórmula y en las dosis que los números permitan.
Para lograr ese éxito, Moreno ha logrado que los andaluces, le voten o no, se acostumbren a él y le consideren una parte del paisaje, como la Giralda de Sevilla, gracias a una gestión sin excesos retóricos y con los movimientos típicos de un buen pívot de baloncesto: un pie en el centro y girando a derecha e izquierda, solo lo justo, para encontrar el mejor espacio de anotación.
El «morenismo» consiste en tener ideas sólidas y guante blanco y con ello ha logrado ser tan popular como la Giralda y que el PP de Feijóo intente parecerse a él
Nieto de jornaleros e hijo de comerciantes, Moreno conoce la calle y ha sufrido los rigores de aquella Andalucía de exilios laborales que ahora compite con Madrid y Cataluña por ofrecer las mejores cifras de empleo, inversión extranjera y pujanza.
Y en ese viaje, siempre acompañado por la mujer de su vida, Manuela Villena, y sus tres hijos, Moreno Bonilla ha pasado también otra etapa histórica: de querer que el PP se pareciera a Soraya Sáenz de Santamaría, a quien apoyó en aquellas Primarias traumáticas que terminaron con la victoria de Pablo Casado; a que el PP de Feijóo quiera parecerse a él.
«No nos confiemos»
De su actitud da cuenta un dato bien reciente: no ha dudado en defender el derecho de Macarena Olona a ser la candidata de VOX, pese a la jugarreta que le intentan hacer con su reciente empadronamiento en Granada. Y tampoco ha aprovechado la depresión de Ciudadanos para defender la gestión de su líder, Juan Marín.
Incluso ha tendido la mano a Juan Espadas, el desdibujado líder socialista que se parecía más a Moreno en tiempos de alcalde de Sevilla que a la versión sanchísta que le han hecho adoptar para presentarse a las Elecciones.
«No nos confiemos», repite a su equipo a diario por mucho que las encuestas le sonrían enseñando toda la dentadura. Lo dice alguien que recorrió España en un coche alquilado para reunirse con todos los cachorros del PP hace cinco lustros; que cantó en grupos musicales como Cuarto protocolo en sus años mozos; que repartió preservativos a la juventud malagueña y defendió ante Aznar el fin de la mili obligatoria y que, tras idas y venidas políticas a Madrid, ha conseguido que el centro del mundo esté en Andalucía y la política española vea en él un bálsamo de sosiego entre tantas locuras.