El perfil
Ada Colau, la superheroína antidesahucios que hundió Barcelona
Poca gente hubiera sobrevivido a un estreno público disfrazada de Abeja Maya, pero Ada Colau lo consiguió al hacerle ver a unos cuantos comunicadores influyentes que aquel traje no era el de la cabecilla de los zánganos y sí, pese a las pintas, el de una superheroína contra los desahucios.
De momento, y son ya muchos años, el único desalojo que ha evitado es el propio. Y el único progreso que ha obtenido es el suyo: es una de las alcaldesas mejor pagadas de España; el Ayuntamiento de Barcelona es la mejor agencia de colocación de amigos tras La Moncloa de Sánchez y la envidia internacional que fue no hace tanto la Ciudad Condal es hoy la ciudad apocalíptica de Paul Auster en El país de las últimas cosas.
Donde había turistas hoy hay manteros, okupas, menas desatados y una fauna con lo mejor de cada casa que ha transformado el Parque Güell en un safari y la Sagrada Familia en la Maldita Tribu.
De Ada Colau, que pese a todo suena como escudera de Yolanda Díaz en el enésimo intento de presentar el comunismo de siempre como el colmo cool de la nueva política, pueden decirse muchas cosas, pero no que se guardara su populismo sectario: promocionó desde el Consistorio el documental Ciutat morta para presentar como un ejercicio de represión policial la primera salvajada de Rodrigo Lanza, elevado a mártir y animado, con ello, a protagonizar su siguiente proeza: asesinar a patadas a Víctor Laínez, la víctima de los tirantes españoles que se topó con él en Zaragoza.
Defensora del referéndum; estilete contra el Rey, en carne o busto; partidaria de expulsar al Ejército y promotora del lazo amarillo; no hay cáscara de plátano que Colau no pise aunque, para hacerlo, deba cruzarse de acera: no le faltará el apoyo del PSOE que, con Collboni o con Illa, se ha especializado en el papel de báculo de lo más indeseable en Cataluña.
Ahora se tendrá que sentar en el banquillo por derrochar un montón de dinero público en pagarle las rondas a asociaciones y entidades de las que ella misma formó parte o que la ayudan en su cruzada ideológica a cambio de cantidades que le vendrían fenomenal a Cáritas para dar de comer a quienes, a diferencia de ella, pasan hambre en Barcelona.
Por mucho menos, Colau ya se habría encadenado al Ayuntamiento barcelonés para exigir la dimisión del imputado. Pero ahora, con esa misma coherencia que la ha llevado a convertir Barcelona en un cortijo ramplón, se aferrará al sillón auxiliada por todas esas amigas, con cargo público de postín, que no dudarán en llamar franquistas a los jueces y heteropatriarcal a la Justicia cuando entra en su colmena y descubre que, en lugar de abejas reina, allí solo hay zánganas.