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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Como las canicas

Y para mí, que Abascal, en esta ocasión, además de valiente estuvo acertadísimo. Podía haber cambiado la voz «putas» por «profesionales del amor», la coca por «polvillo blanco» y las saunas por «negocios familiares», pero prefirió utilizar la versión del lenguaje de Quevedo

Actualizada 07:56

Mi compañero de colegio Pedro González de Vivar era el mejor caniquero de todos los tiempos. Jugaba a las canicas como Di Stéfano al fútbol. Acumuló una gran colección de canicas chinas, de cristal y de barro.

Otro compañero, que perdía siempre, le pidió en préstamo un lote para competir en los recreos. Y González de Vivar, que era generoso pero no tonto, accedió siempre que le firmara un recibí al respecto. Las perdió todas. Y se hacía el distraído cuando se encontraba en el patio central del Pilar con su acreedor.

La defensa de la propiedad privada, total o compartida, es un reconocimiento a la libertad de poseer bienes y Pedro González de Vivar no estaba dispuesto a renunciar a sus canicas mal administradas.

Y así estaban las cosas, cuando, inesperadamente, joven y aparentemente sana, la madre de Vivar falleció de un infarto de miocardio. Y todos sus compañeros acudimos al funeral, como está mandado por el concepto del compañerismo. Y finalizada la misa, hicimos cola para abrazar a nuestro amigo huérfano. Al llegarle el turno al receptor del préstamo caniquero sin devolver, se abrazaron con fuerza, y cuando se separaron, Vivar se lo recordó. –Gracias por venir al funeral de mi madre, pero devuélveme mis canicas–. Una cosa es la emoción y otra muy diferente, la propiedad. Resultó violento el encuentro, pero todos apoyamos la demanda de Vivar. Sin madre y sin canicas, su vida carecía de sentido. Su padre era serio, calvo y usaba peluquín, y a Vivar lo del peluquín de su padre le traía frito. Era un huérfano total y estafado en canicas.

Cuando el deudor consiguió reunir todas las canicas perdidas, tanto él como Vivar habían cumplido los 25 años. Aún así, Vivar las recibió con alegría. –Ya no me sirven para nada, pero eran mías, y lo mío tiene que estar con su propietario–.

Hace días, y ha sido injustamente vapuleado por la dureza de su intervención en el Congreso de los Diputados, Santiago Abascal, como ciudadano español contribuyente, pidió a Pedro Sánchez la inmediata reposición en las arcas del Estado del dinero que, presumiblemente, ha volado para anidar en bolsillos particulares de su familia. En mi opinión, lo que dijo Abascal lo tendría que haber exigido hace meses Núñez Feijóo, que es menos aficionado a la contundencia verbal. A la verbal, la intelectual, la física y la anímica.

Sánchez simuló desde su escaño la molestia que le causaba la petición. Se trataba de la propiedad de un dinero que ha desaparecido. Y Abascal, como Vivar con las canicas, nos representó a todos, incluyendo en el todos a los votantes de Sánchez que no se enteran de nada. «Haga el favor, señor Sánchez, de devolver el dinero que se ha llevado su mujer, que se ha llevado su hermano, y haga el favor de devolver el dinero que se ha gastado su partido en putas, en coca y en saunas». Lo entendió hasta Yolanda Díaz, que no daba crédito a lo que oía.

Y para mí, que Abascal, en esta ocasión, además de valiente estuvo acertadísimo. Podía haber cambiado la voz «putas» por «profesionales del amor», la coca por «polvillo blanco» y las saunas por «negocios familiares», pero prefirió utilizar la versión del lenguaje de Quevedo que la de uno cualquiera de nuestros poetas metafóricos del siglo XIX. La presidente del Congreso estuvo lenta de reflejos y no le cortó el sonido al micrófono. Abascal reclamó lo que ha desaparecido y nos deben, al menos, la justificación del extravío. La propiedad, como la libertad, ante todo.

Como las canicas de Villar.

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