Las melancolías de Don Eutiquio
«No me convencen las bodas desiguales. Novio vasco con novia de fuera, o novia vasca con novio de fuera. Un error. Pronto 'Euskalerría' será mestiza»
A pesar de sus ensoñaciones nacionalistas, don Eutiquio Oizmendi era un buen sacerdote. Su figura negra con la chapela paseando por el malecón de Ondarreta ayudado de su cachaba no tuvo el pintor o el dibujante que merecía. Ayudaba a quien se lo pidiera y carecía de diplomacia. Casaba a disgusto a los novios «desiguales». «No me convencen las bodas desiguales. Novio vasco con novia de fuera, o novia vasca con novio de fuera. Un error. Pronto 'Euskalerría' será mestiza». A principios del verano de 1956, con anterioridad al inicio de la Santa Misa, don Eutiquio se dirigió a los fieles que abarrotaban la parroquia del Antiguo. «En una semana, todo ha cambiado. El domingo pasado estábamos aquí los de siempre, y hoy veo la iglesia llena de veraneantes».
Finalmente, por otro error diplomático, don Eutiquio fue sancionado a ocupar la vacante de Bahabón de Esgueva, un pueblo en el sur de Burgos, agricultor y honrado. El primer domingo se presentó en la homilía. «Queridos hermanos. Estoy aquí porque no tengo remedio. No sé callarme, y les ruego que me perdonen si, en algún momento, me extralimito». Eran tiempos en los que los fieles se vestían de domingo, con la camisa blanca cerrada y sin corbata y trajes oscuros, los hombres, y de negro y con velo, las mujeres. El río Esgueva, a partir de junio, si no cae agua del cielo es un río agonizante, con apenas un reguero que corre con lentitud y sin alegría, entre un frondoso bosque de álamos. No era el paisaje de don Eutiquio, que añoraba las verdes praderías y los bosques cerrados y sus montañas de Guipúzcoa. Calmó su capacidad de equivocarse pero enfermó de nostalgia.
En septiembre no tenía noticias de su retorno a San Sebastián.
Habló el segundo domingo de septiembre de la castidad. Era el pastor de un pequeño rebaño que trabajaba de sol a sol, cumplía con los preceptos, y no daba la murga, pero un grupo de mujeres le había informado que en las fiestas patronales, se habían reunido parejas de jóvenes en las márgenes del Esgueva, y cometido toda suerte de actos pecaminosos. Don Eutiquio decidió cortar por lo sano.
«Amados hermanos. Estamos en septiembre, casi otoño. En este mes, durante mis paseos por el malecón veo movimiento y trabajo en la falda sur de Igueldo. Allí decimos al mes de septiembre 'irailla', el mes del helecho. Pero además de los helechos en su esplendor, septiembre es maíz y mora, y la tierra expulsa su aroma de manzana. Así que en un maizal, con el torso desnudo, sudando, se hallaba el joven Benito, recogiendo los últimos frutos de maíz. Y por el sendero, mientras cantaba con su voz melodiosa un zorcico, con una cesta, descendía Arancha, que al igual que Benito, eran rubios, altos guapos, y de mucha religiosidad. Pero el Demonio siempre está al acecho. Se miraron, ardió el deseo, ella dejó la cesta de moras en el suelo, él se olvidó de los maíces, y pecaron. Sí, lo reconozco. Eran vascos, los conocía desde niños y pecaron. Y yo me pregunto, queridos hermanos de Bahabón. Si Benito y Arancha, precipitadamente, unen los malos pensamientos que Lucifer les recomienda, ¿qué no haréis vosotros en las fiestas patronales? Sodoma y Gomorra».
Se sucedieron las protestas al obispado. Para evitar confusiones, don Eutiquio fue destinado a una parroquia de Lanzarote. Volvió a San Sebastián a dar sus últimos paseos y apostar por la trainera de Orio en la Regata de La Concha.
De su encuentro con Dios, carezco de noticias fiables.