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Cosas que pasanAlfonso Ussía

La gran guerra

La Codorniz alquiló en Cornejo uniformes militares, y sus jefes, oficiales y soldados se armaron de arcabuces, espadas y sables, algunos de ellos de verdad y la mayoría de juguete. El objetivo era causar miedo a los ingleses, con ataques inesperados

Actualizada 01:30

En los años cincuenta —sesenta del pasado siglo, España se recuperaba de la Guerra Civil e Inglaterra de la Guerra Mundial. Churchill escribía elogios de Franco, y Franco soñaba con Gibraltar. La verja estaba cerrada y la diplomacia se ocupaba de convencer a la ONU de la ocupación inglesa del Peñón. El ministro Castiella publicó «El Libro Blanco de Gibraltar», y los cachondos del Foro singularizaron su cargo. En lugar de ministro de Asuntos Exteriores, ministro del Asunto Exterior.

Ahí surgió el heroísmo. Por su empecinamiento en mantenerse en Gibraltar, el semanario La Codorniz, dirigido por Álvaro de Laiglesia, después de reunirse con sus más cercanos colaboradores, le declaró la guerra a Inglaterra. Votaron a favor Evaristo Acevedo, Miguel Mihura, Antonio de Lara «Tono», Antonio Mingote, Nacher, Munoa, Serafín, Herreros, la vizcondesa Alberta —brava mujer—, Alfonso Sánchez, Jorge Llopis, y Pablo entre otros.

La Codorniz alquiló en Cornejo uniformes militares, y sus jefes, oficiales y soldados se armaron de arcabuces, espadas y sables, algunos de ellos de verdad y la mayoría de juguete. El objetivo era causar miedo a los ingleses, con ataques inesperados. Existe una nutrida documentación gráfica que se publicaba en La Codorniz. Una tarde, el comando del que era comandante en jefe Antonio Mingote, irrumpió en las Pañerías Inglesas de la calle de Serrano, causando pavor a empleados y clientes. —Es nuestro último aviso. O cambian el nombre del negocio o no nos hacemos responsables de lo que pueda suceder en el futuro—. Miguel Mihura, que era el más pequeño en estatura, siempre iba vestido como un pincel y era cliente asiduo de las Pañerías Inglesas, fue amonestado por el propietario del comercio. «Don Miguel, a partir de ahora, olvídese del descuento». Mihura no mostró preocupación alguna: «Nos veremos en la ONU».

El contingente militar más numeroso, al mando de Álvaro de Laiglesia —director de La Codorniz—, y de sus lugartenientes Tono, Mingote y Evaristo Acevedo, rodeó el edificio de El Corte Inglés renunciando a la invasión. Pero en sus accesos, repartieron folletos a los clientes de Ramón Areces. «El que compra en el Corte Inglés vende a España». El fracaso fue absoluto. Los clientes de los grandes almacenes, leían el folleto y se reían. —Si estamos combatiendo en una guerra y la gente, en lugar de huir despavorida, se pitorrea de nosotros, es que algo estamos haciendo mal—. El general De Laiglesia degradó de teniente coronel a cabo furriel al autor del comentario, Enrique Herreros.

Mihura, que veraneaba en Fuenterrabía, propuso extender la situación bélica a Guipúzcoa. Allí, en San Sebastián, mirando a la bahía en el Paseo de la Concha se imponía la elegancia del «Hotel de Londres y de Inglaterra». Para ello había que desplazar hasta la capital de Guipúzcoa a una decena de combatientes, y Álvaro de Laiglesia les comunicó que los gastos de viaje y estancia tendrían que abonarlos cada uno de sus bolsillos.

Gracias a esa exigencia, se salvó el Hotel de Londres y de Inglaterra, que aún se mantiene en funcionamiento. El establecimiento que no se salvó fue Embassy, el distinguido salón de té sito en La Castellana esquina con Ayala. Irrumpieron en el local diez soldados de La Codorniz, y una señora mayor, que tomaba el té con pastas con unas amigas, amagó un patatús, un pipirlete, del susto. Ante la horrible situación creada, los enemigos de Inglaterra abandonaron Embassy y se refugiaron en Balmoral donde eran casi todos conocidos. Pero como advirtió Mingote: «Si hacemos la guerra contra Inglaterra y nos escondemos en Balmoral, el castillo escocés de la Reina de Inglaterra nuestra lucha carece de sentido».

Y se firmó el armisticio. Por los combatientes, lo hizo Evaristo Acevedo. Por Inglaterra, Tono, que firmó como Peter Smith. El General De Laiglesia y un nutrido grupo celebraron la paz hasta altas horas de la madrugada en Pasapoga.

Pero con honor.

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