El fiscaluco militante
El grandísimo Pérez-Galdós, canario de nacimiento y santanderino de vocación, tituló su primer libro «Memorias de un desmemoriado». Claro, que entre Yáñez y Galdós se establece más distancia que entre don Francisco Silvela y Bolaños
El Fiscal para la Memoria Democrática —hay que soportar muchos gatos en la barriga para cumplir con su antidemocrática misión— ha mostrado su enfado con el Ayuntamiento de Santander por no cumplir con las decisiones de esa gamberrada histórica que representa. Ser fiscal y terminar en ese cargo, es como saltar hacia atrás de obispo a monaguillo suplente de la Misa de la Patrona. Se apellida Yáñez, lo cual impone. Y no está bien educado. Se permite a sí mismo el odio y califica a héroes y militares vencedores de la Guerra Civil en beneficiados por el Ayuntamiento de Santander, que «mantiene los honores a criminales fascistas que repulsan abiertamente el derecho de reparación». No se trata, pues, de un fiscal, sino de un representante del resentimiento y la venganza. Porque calificar de criminales fascistas a los generales Dávila y Moscardó, a los defensores del Alcázar de Toledo, a los alféreces provisionales, a los capitanes Cortés y Haya, al general Díaz de Villegas, al heroico García Morato y a todos los sargentos provisionales, sobrepasa la vileza y destruye la memoria. También desea eliminar lugares fundamentales que sus antepasados rojos no supieron defender. El Alcázar de Toledo, el Alto de los Leones y Montejurra. Y a todos los que se prestaron voluntarios a combatir contra el comunismo en Rusia, entre ellos, al capitán Palacios Cueto, lebaniego de Potes, que mantuvo durante 11 años de cautiverio en la URSS el espíritu de sus soldados, que sufrieron toda suerte de privaciones y torturas a manos de los criminales —ahora sí—, métodos de Stalin.
Recuérdese que aquellos «criminales fascistas» vencieron en el campo de batalla al comunismo, compartieron con los vencidos la devastación de la guerra y al cabo de los años lograron que España se situara en el noveno lugar de las naciones industrializadas. Se creó la Seguridad Social, se construyeron centenares de miles de viviendas protegidas, asombrosas obras públicas y formidables hospitales. Es decir, que fueron «unos criminales» muy aprovechables.
Lo complicado de retirar el nombre a tanta calle es buscar los que sustituyan al de los «criminales fascistas». De ahí, que le proponga a Gema Igual, alcaldesa por mayoría democrática de Santander, alguna idea. «Calle de Juanín y Bedoya»; «De los heroicos gudaris de Santoña», que corrieron más que el «galgo de Paiporta». «De los maquis». «De los Paseos hasta el Cabo Mayor»: «De Ana Belén y Víctor Manuel», que no tienen nada que ver con Santander. «Calle de Santiago Carrillo de Paracuellos»; «Calle de las trece rosas»; «Calle de Begoña Gómez». «Calle de sobao pasiego». «Calle del Sastre de Pedro Sánchez». «Calle del Fiscal Yáñez». Y la más revolucionaria de todas: «Calle de los hipopótamos del río Besaya». Porque me pregunto. ¿Hay algo más revolucionario que un hipopótamo en el río Besaya, o el Pas, o el Saja? Así, a vuela pluma, de golpe, no se me ocurren más nombres de calles de los perdedores. Otra cosa es que el fiscal Yáñez haya enviado a la alcaldesa de Santander la relación de nuevas denominaciones.
A esta gilipollez histórica se dedica toda una fiscalía, al mando de quien llama «criminales fascistas» a héroes —también hubo héroes en el bando de Yáñez—, tirando el dinero en mamandurrias y asesores, e imponiendo una memoria inventada. No en vano, el grandísimo Pérez-Galdós, canario de nacimiento y santanderino de vocación, tituló su primer libro Memorias de un desmemoriado. Claro, que entre Yáñez y Galdós se establece más distancia que entre don Francisco Silvela y Bolaños.
Yañez, acepte que no le responda con los crímenes horribles del socialismo y el comunismo en España. Todavía, estoy mejor educado que usted. Ignoro hasta cuándo, pero todavía su microbio no ha crecido en mi comportamiento.
Y al Ayuntamiento de Santander. Ni caso.