Restar
En Fene, su lugar de nacimiento, no reúne una bolsa de votos considerable. Todo evoluciona, pero en ella la evolución es una fantasía. Cuando abandone el Gobierno, a lo más que podrá llegar es a la presidencia de la Federación Gallega de Petanca
Cuando a Yolanda Díaz le nace un resentimiento, una semilla del rencor social, lo planta, lo riega, y mira cómo crece hasta que la semilla de la envidia se convierte en una secuoya. Le falta química. Rechaza su falsa dulzura. Y está cumpliendo una encomiable labor con un fin merecedor del aplauso. Que Sumar, su invento, se dedique a restar. Su problema es pavoroso. En el caso, muy probable, de que desaparezca en un breve futuro del poder político, Yolanda Díaz se verá obligada a dedicarse a otra cosa. Lo difícil será encontrar a qué cosa. Su discurso es cómico y su manera de expresarlo, divertidísimo. Cuando un político dice tonterías adoptando una postura de seriedad y trascendencia el resultado es demoledor. Sumar fue un invento y una traición. Ahí acertó. Sumó ella y restó fuerza a Podemos, especialmente a la Montero y a la Belarra. Se llevó a Íñigo Errejón, garantía de catástrofe. Y ahora se enfrenta a su futuro. Pasar de vicepresidente segunda del Gobierno a nada de nada, tiene que resultar desconsolador. Dorothy Parker lo dijo de Margot Asquith, y puede adaptarse a la perfección a Yolanda Díaz. «El romance entre Yolanda Díaz y Yolanda Díaz perdurará como una de las más bonitas historias de amor de la política». No se soporta ni ella misma, pero ha conseguido, a fuerza de tesón, quererse, admirarse y amarse. Fuera de ella, no hay quien la aguante.
Para colmo es más cursi que viajar con un juego de maletas de Louis Vuitton o coleccionar conchas playeras. Cuando era comunista a secas, se sometió a las normas de la vestimenta progre, y era morena, morenaza, como una mujer de Romero de Torres. En el Gobierno le sobrevino el rubio y pretendió vestir como aquellas mujeres que envidió tanto. Resultado desastroso. Si el presidente de los empresarios, Garamendi, tuviera los caprichos cambiantes de Jenny Hermoso, Yolanda estaría en prisión por reincidencia en el sobeo. Como en la Venganza de Don Mendo.
Delante de mi faz, estuvo feo.
Detrás de los besos, los abrazos, las caricias, y las miradas derretidas de Yolanda Díaz, hay una comunista feroz dispuesta a todo. A todo lo malo, quiero decir. Su gran virtud, que ha conseguido sacar de sus casillas a la faraona Marisú Montero, que se sienta a su lado en el Congreso, y simulan una sintonía prometedora mientras se dan patadas en los tobillos. Aprovechan cuando su Pedro mira hacia otro lado, y patada al canto. Es Yolanda la síntesis de la innecesariedad, la demostración del nivel de fosa séptica del Gobierno de España, en el que las ministras y los ministros son chachas y chachos del amo y señor, que nunca está en España por precaución.
En Fene, su lugar de nacimiento, no reúne una bolsa de votos considerable. Todo evoluciona, pero en ella la evolución es una fantasía. Cuando abandone el Gobierno, a lo más que podrá llegar es a la presidencia de la Federación Gallega de Petanca. De nuevo morena, con la foto del Ché Guevara en la cartera y ejerciendo de comunista de verdad, olvidando para siempre aquella época de gastos y cuidados físicos, y de vestidos propios de Clara, la amiga de Heidi.
Con dinero público, claro está.