Al tenazónRafael del Campo

La sonrisa de Don Demetrio

Actualizada 04:30

Las gentes de sotana y sacristía venían especulando, desde hace varios meses, sobre quien sería el próximo obispo de Córdoba: que si el actual obispo de Jerez, que si uno de los auxiliares de Madrid, que si un sacerdote que aun no era obispo…. La cosa empezó cuando un año atrás Don Demetrio comunicó que había solicitado a la Santa Sede el nombramiento de un obispo auxiliar. Y esa iniciativa era sorprendente: pedir el nombramiento de un obispo auxiliar sólo es razonable cuando el titular tiene problemas para regir la diócesis, cosa que, evidentemente, no ocurría en el caso de Don Demetrio, en perfecto estado de salud y con capacidad sobrada ( a la vista está ) para cumplir su cometido episcopal.

La cosa se fue demorando y no llegaba el nombramiento del nuevo obispo. Había quien decía que la petición de Monseñor Fernández no había sido bien vista en Roma y que había parecido impertinente que un obispo con sede solicitase espontáneamente un auxiliar; otros aducían que el citado Don Demetrio había propuesto una terna y que ninguno de los tres aspirantes había sido visto con buenos ojos en la Santa Sede. Probablemente sean habladurías…o probablemente no, quién sabe. Lo que sí es cierto es que nunca llegó el nombramiento y que este año, el pasado 15 de febrero, Don Demetrio, siguiendo una ley canónica, presentó su renuncia como obispo de Córdoba, al cumplir los setenta y cinco años de edad. A mí me parece absurda esta ley canónica: que se pueda votar en un cónclave hasta los ochenta y que no se pueda gobernar una diócesis a partir de los setenta y cinco, es algo que, como regla general, difícilmente se compadece con la recta razón. Además, si un obispo es capaz, el cumplir los setenta y cinco no lo convierte en incapaz. Y si es un “ marmolillo “ debe dársele puerta cuanto antes, tenga la edad que tenga. Y todo, naturalmente, por el bien de la Iglesia. Este es mi leal saber y entender.

Sea como fuere, con una celeridad significativa, o sea, sólo un mes y medio después de la renuncia, sabemos que ya está nombrado el nuevo obispo, Don Jesús Fernández, quedando hasta su toma de posesión Don Demetrio como administrador apostólico y luego como Obispo emérito. A mi parecer esta celeridad es, cuando menos, poco elegante: no me ha gustado en absoluto. Lo normal es que en estos casos el nombramiento se demore varios meses, aunque sólo sea para no dar la sensación de que alguien, en las altas esferas del gobierno vaticano, está deseando quitarse de en medio a Monseñor Fernández.

Tengo de Don Demetrio la mejor de las opiniones. Como católico de a pié que soy, desvinculado de cualquier movimiento, asociación o grupo, y ajeno absolutamente a la curia diocesana, constato lo que de verdad importa a un “ cristiano raso “: que tenemos un seminario esperanzador, un clero solícito entregado a su labor , que no ha habido en la diócesis más escándalos que los inherentes al normal discurrir de la vida y, lo que es más importante, que la fe sigue arraigada en el pueblo de Córdoba. De todos modos, fuere cual fuere mi personal opinión del señor Obispo, sería indiferente: ni yo, ni ningún cristiano, estamos aquí para opinar sobre el Obispo ( y mucho menos criticarlo acerbamente ) . Estamos, eso sí, para seguir su magisterio y rezar por él. Y si el Señor nos hubiera mandado un obispo que consideráramos inapropiado ( que no ha sido el caso ) la culpa no es nuestra….

No es momento ( y probablemente yo tampoco esté capacitado ) para hacer un balance riguroso ni de Don Demetrio ni de cómo ha regido la Diócesis de Córdoba. Me gustaría, eso sí, haberlo tratado personalmente y tener alguna anécdota humana que me permitiera ilustrar esta columna con sucedidos curiosos que tocaran el corazón. Pero no es el caso. Eso no es óbice para que haya leído, con verdadera delectación, sus cartas pastorales y para que haya oído algunas de sus homilías: unas y otras, cartas y homilías, rotundas, auténticas y de absoluta profundidad y ortodoxia teológica. Ciertamente han servido para confirmarme ( para confirmarnos ) en la Fe. Pero por ese gusto mío a descender a lo aparentemente anecdótico y hacerlo lo esencial, quiero destacar una característica de Don Demetrio: su sonrisa. Una sonrisa afable, meramente intuida en su rostro, retranqueada en su fisionomía…Una sonrisa sutil y franca que, a mi modo de ver, no denota la alegría desbordada, luminosa o incluso jacarandosa de otras sonrisas, sino una alegría plácida, sosegada y dulce, que arranca, aventuro, de la profunda conciencia de la Fe y que se proyecta al infinito de la Eternidad. Tal vez, pienso ahora, esa sonrisa bondadosa y plácida me haya confirmado más en la Fe que las cartas pastorales y las homilías…Quien sabe, los caminos del Señor son insondables…

Llega otra fase de la vida. De una u otra forma, nos deja Don Demetrio. Le deseo lo mejor en esta nueva etapa de su ministerio más aplicada, probablemente, a la oración, a la cura espiritual de almas, a impartir los Sacramentos…más aplicada, probablemente, a la vuelta a su vocación primigenia de sacerdote, de modo que cierre , como tantas veces en la vida, volviendo al origen, el círculo de la propia existencia, dándole su sentido más rotundo y definitivo. Pero, sin embargo, uno no puede dejar de sentir una cierta melancolía por su adiós. La melancolía, como es sabido, es la forma dulce de la tristeza…Dulce, sí, pero no por ello menos dolorosa. Más como la vida es esperanza, y la del cristiano más, recibimos a la misma vez, y felices, a Don Jesús que, estoy seguro, se ganará sobradamente el amor del pueblo de Córdoba. No sólo por sus virtudes, que son muchas, sino porque, nos pongamos como nos pongamos, y nos guste o no, es el Pastor que nos manda el Señor y si Él lo ha decidido, nosotros, los cristianos de Córdoba, sólo tenemos tres cosas que hacer: amar a nuestro obispo, escucharle y rezar por él.

Hasta siempre, Don Demetrio. Gracias por su magisterio . Siempre me quedará la imagen de la afable placidez de su sonrisa, símbolo de un ministerio brillante y fructífero.

Bienvenido, Don Jesús. Aquí nos tiene. Lo recibo ( lo recibimos ) con toda esperanza y afecto.

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