La imaginación de la imaginería
Recemos y pidamos con auténtico convencimiento que nuestra plegaria será escuchada, con la misma fe y esperanza que cantaba María La Talegona cuando lanzaba su plegaria en su última saeta al Esparraguero…
Aunque no dejé de pasear por la acera por la que se denota, cada vez más, el ambiente festivo que se acerca, he acortado los paseos y me he dedicado a hojear algún libro que otro, y consultar información web. Se acercan días llenos de motivos de información, y este columnista colaborador aficionado al periodismo, quiere estar bien documentado para que las letras se conviertan en espejos de nuestra propia vivencia.
Las multitudinarias concentraciones de personas, creyentes y cofrades, alrededor de una plaza o a lo largo de una calle, cuando la Imagen de un Cristo o de su Madre pasa por delante, están a la vuelta de la esquina. Solo queda una semana para el Viernes de Dolores, lanzadera de una Semana llena de fe, cultura, sonidos y olores especiales.
Hoy me he parado a aprender sobre la imaginería y he leído el texto de una conferencia de 2007, de Francisco de la Plaza Santiago, de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro de la Universidad de Valladolid, sobre el paso y la imagen procesional. En su intervención destacó nuestra Semana Santa como un espectáculo global, en el que se integraba la escultura, la música, el teatro narrativo, el sentimiento de la población, los aromas. En definitiva un arte concebido para cautivar los sentidos, tanto de los que participaban activamente en las procesiones, como de los que simplemente las observaban con una devoción basada en la fe.
Finalizaba su intervención diferenciando los variopintos estilos peninsulares, desde el recogimiento castellano, representado por los diferentes pasos del gran maestro imaginero vallisoletano Gregorio Fernández (Azotamiento, Ecce Homo, Cristo del Perdón, Cristo de los trabajos etc…) y el entallador Francisco Rincón, hasta el sentimiento más alegre de la zona levantina, centrándose en Murcia, nombrando los más afamados pasos de Francisco Salzillo, y Cartagena, con impresionantes pasos como el de San Juan y el de San Pedro, incidiendo también en la particularidad de la Semana Santa sevillana, con ejemplos tan conocidos como el Jesús del Gran Poder y la Macarena.
Este arte, que se mantuvo ininterrumpidamente desde sus inicios a la actualidad, ha vivido diferentes momentos con un mayor o menor esplendor, en manos de escultores pertenecientes a diferentes estilos y escuelas, según se puede desprender de lo anteriormente expresado, sobre los variopintos estilos peninsulares.
La escuela canaria se considera que tiene su inicio en el S. XVII con la llegada a las Islas de uno de los discípulos de Alonso Cano, Martín de Andújar, con dos principales discípulos, Francisco Alonso de la Raya y Blas García Ravelo. Algunos de ellos logran aproximar la imaginería a la escultura contemporánea, dándole un nuevo enfoque, alejándose del barroquismo como Mariano Benlliure, José Capuz, y Antonio León Ortega.
La castellana, con las características de realismo, muestra preferencia por la talla completa, el estofado y la policromía. Dominan las composiciones de muchos personajes, con Juan de Juni, Alonso Beruguete, Luis Salvador Carmona, Gregorio Fernández, etc.
La escuela murciana, que recoge influencias mediterráneas, especialmente de Italia, a través del arte pesebrista que se introduce y desarrolla en España en ese siglo.
Y la escuela andaluza, caracterizada por la suavidad en el modelado y por el uso de ropas y vestimentas para adornar las imágenes, con dos sub-escuelas: La escuela sevillana, representada por Juan Martínez Montañés y su discípulo Juan de Mesa, y Pedro Roldán y su hija Luisa Roldán, y la escuela granadina, liderada por Alonso Cano y su discípulo Pedro de Mena.
Pero no olvidemos nunca al cordobés Juan de Mesa, que nació en nuestra ciudad en 1583. Su trabajo está dedicado casi en exclusividad a las imágenes que se procesionan en Semana Santa, pero además cuenta con numerosas imágenes de vírgenes gloriosas y otras por toda la Andalucía. En el año 1606 se traslada a Sevilla, para ingresar en el taller del entonces ya afamado escultor Juan Martínez Montañés, con el que firma un contrato de aprendizaje de cuatro años, continuando su formación iniciada en Córdoba.
De ahí vienen nombres como Mateo Inurria, Juan Martínez Cerrillo, o Antonio Castilla que hacen de nuestra ciudad, ya en el siglo XX, durante la posguerra, una época en la que hubo que ponerse a reconstruir muchas imágenes que fueron destruidas durante el enfrentamiento entre hermanos.
En nuestros días podemos presumir de nuevos escultores e imagineros, que proceden de las enseñanzas de sus maestros, que siguen plasmando con su arte en sus esculturas religiosas, arte y cultura a nuestra Semana Santa. Así, entre otros, Miguel Ángel González, Francisco Romero, Antonio Bernal, Sebastián Montes y Antonio Cabello, dignos herederos de una larga tradición cordobesa, o los más recientes, Edwin González Solís, Juan Jiménez y Pablo Porras, entre otros.
La imaginación es la facultad del alma que representa las imágenes de las cosas reales o ideales. Se requiere creatividad, fantasía, ingenio, inventiva, viveza, agudeza, y chispa imaginativa. La imaginería es el conjunto de imágenes literarias usadas por un autor, escuela o época, para la talla de imágenes sagradas.
En un trabajo de Guillermo L. López Merino (UCO) para el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Murcia, indica, entre otras cosas, que «La imaginería procesional ha experimentado en las últimas décadas una evolución estética que ha sido ya puesta de manifiesto por diversos investigadores expertos en la materia. La antropología que hay detrás del fenómeno cultural y religioso de la Semana Santa tiene su reflejo en la manera en la que un determinado grupo de imagineros entendieron la escultura sacra, generando un estilo que ha terminado por fraguar gracias al surgimiento de una escuela con nombre propio».
Que los sentimientos que vive un autor cuando talla una imagen en la soledad de un estudio en el que se escucha música de fondo, nos sirva como ejemplo para vivir una realidad esperada cada año, nuestra Semana Santa. Y que esos sentimientos nos sitúen en un «tu a tu» con nuestra imagen devota cuando le hablamos en silencio y lanzamos la plegaria desde nuestra acera, la empedrada plaza, o la calzada llena de historia.
Preparémonos para vivir con fe y esperanza el paso de esa imagen. Recemos y pidamos con auténtico convencimiento que nuestra plegaria será escuchada, con la misma fe y esperanza que cantaba María «La Talegona» cuando lanzaba su plegaria en su última saeta al Esparraguero, “Cristo mío de mi alma, escucha esta saeta, que la canta una mujer, que ya le faltan las fuerzas.
Hablando en el argot de la calle, la Borriquita, las Penas, la Vera Cruz, el Rescatado, la Esperanza, el Amor, el Huerto, la Merced, la Estrella, la Sentencia, el Vía Crucis, Remedio de Animas, la Agonía, la universitaria, la Sangre, el Buen Suceso, la Santa Faz, el Prendimiento, el Perdón, la Paz, Misericordia, la Pasión, la Piedad, el Nazareno, la Caridad, el Caído, la Sagrada Cena, las Angustias, el Cristo de Gracias, la Buena Muerte, la Soledad, la Expiración, el Descendimiento, la Conversión, los Dolores, el Santo Sepulcro o el Resucitado, de la capital, o de cualquier municipio de la provincia, nos están esperando.