Al tenazónRafael del Campo

Cosas de caza

Actualizada 04:30

Hay un personaje cazador de unas de las novelas del gran Miguel Delibes que, cuando se levantaba la veda de la caza, lloraba pensando en el día en que, meses después, se echase. Este personaje, probablemente algo neurasténico (¿ como el propio Delibes ? ) es un ejemplo palpable de un uso bastante común: el de anticipar el sufrimiento. A mí me pasa lo mismo, pero al revés. Cuando me siento triste de verdad es cuando entra la veda. Se conoce que no soy neurasténico como el personaje de Delibes. O lo soy menos.

Hace unos días ha entrado en vigor el periodo de veda de caza y, aunque posiblemente se pueda autorizar alguna batida para jabalíes por los daños que esta especie produce en cultivos, lo cierto es que los cazadores, por unos meses, diremos adiós a las armas. Los habrá, seguramente, que antes de octubre harán incursiones por tierras de Castilla o por otras geografías para cazar el corzo o quienes picados con el “ voleteo “ se preparen para cazar palomas y tórtolas en agosto ( Es un poner ) . Sin embargo, gran parte de los cazadores, esperaremos pacientes la llegada de octubre para reincorporarnos a nuestra pasión venatoria. Será un tiempo de reflexión y recuerdo, menesteres ambos tan saludables para evitar una melancolía excesiva y tan necesarios para la madurez del ser humano. También para consolidar la propia afición. Recordaremos, en este forzoso ínterin, lances, sucedidos, sensaciones… La caza es como la vida, por tanto rememoraremos también éxitos y fracasos: todos aquellos casos en que marramos porque un astuto jabalí nos ganó la vez y rompió por donde no imaginábamos, y todas aquellas veces en que gestionamos brillantemente el lance y nos quedamos con el animal.

Sé, y me importa bien poco, que muchos grupos urbanitas de nuestra sociedad nos atacan y vituperan. Ellos no nos aprecian. Nada que oponer: yo a ellos los desprecio de modo enfático y con toda acritud, de modo que estamos en paz. Esos grupos, en su estulticia, nos consideran asesinos, destructores de la fauna, la flora y del medio ambiente. Pero es incierto. Sólo se ama lo que se conoce y sólo lo que se conoce se ama de verdad. Y nosotros, los cazadores, conocemos al campo y a sus habitantes. Por ello los amamos, aunque luego nos midamos a los mismos y, en un deporte que arranca de un fuego instintivo, le demos captura. La vida es como es. Y la muerte también. Ambas, vida y muerte, son inevitables. Llegará en breve, con la primavera que ya enseña sus maneras, una explosión de vida arrolladora. Los paseos por el campo nos mostrarán arroyos cantarines, flores exultantes, nidos adornando las cumbres de los árboles o emboscados en la tierra, protegidos por los cardos y otras malezas…El cazador hará de esa vida un sentimiento de belleza en su corazón. Pero esa vida no se entiende sin la muerte, igual que la muerte no se entiende sin la vida. De hecho, cuando las Administraciones prohíben la caza en determinadas zonas, la proliferación de la vida sin control obliga al legislador a recular y a autorizar la caza de nuevo. Vida y muerte, muerte y vida, dos realidades aparentemente opuestas que para mí son, en realidad, un oxímoron.

El verano, su insoportable sequedad, será un tiempo amortajado, un tiempo de anulación y hambre. Conforme avance, la necesidad y la muerte se harán presentes en muestras sierras: falta de agua, falta de alimento…Será entonces cuando los cazadores, los dueños de fincas, los organizadores, pondrán vida en nuestros montes, en forma de agua vertida en los pilones, en los abrevaderos, y de pienso y cereales en los calveros, para mitigar la sed , para calmar el hambre de los animales.

Ninguno de los grupos anti caza que tratan de hostigarnos harán nada parecido. Ellos tienen una ignorancia salvaje sobre el tema. Y piensan que la sierra es como un parque temático, como una escena de dibujos animados donde el mundo es utópico. Por supuesto, no saben distinguir tampoco el vuelo de un triguero del vuelo de un zorzal, el canto del chamarí del canto de un verderón, la cagarruta de una liebre de la de un conejo…ni conocen otros muy básicos saberes del mundo campestre y cinegético.

Pero en la caza, como en otras pasiones, lo esencial está en lo aparentemente accesorio. Y, aunque sorprenda a los ignorantes, el acto de cazar en sí es secundario. Cada cazador tendrá su motivo para estar envenado con la caza: el disfrute de la amistad, el aspecto puramente social, el deportivo, la evocación de la tradición familiar… Para mí, lo más importante es que cazar implica fundirse con la naturaleza, sentirse un nimio actor de la misma, y asumir la propia poquedad, la propia insignificancia como ser humano. Y ello implica la búsqueda de un “ Algo “ superior que lo explique todo. En la soledad de un puesto de montería ( por ejemplo ) el cazador es consciente de la fatuidad de su presencia y de la explosión de vida y belleza que lo rodea: la masa arbórea de las laderas que recaen al arroyo, el pajarillo que cimbrea en las ramas del cercano lentisco, el vuelo de las aves por un cielo infinitamente azul…A veces, si uno mira al suelo, a sus pies, y concentra su vista en unos terroncillos de tierra, descubre insectillos, musgo, líquenes, brotes de hierba…y se pregunta cómo en un espacio tan minúsculo puede haber surgido tanta vida. El misterio de la belleza también me supera: los sonidos, el silencio sonoro de la brisas enredadas entre las ramas de encinas y chaparros; o cómo los canchales de piedra donde rebrillan las claridades, los apretales de monte, las aguas del arroyo, tienen apariencias distintas según los alumbre el sol de un modo u otro, desde una posición u otra, ya con la fría luz del invierno , ya con la melancólica turbiedad de la tarde de otoño…. Y en toda esa contemplación hay , para mí al menos, más teología que en todas las sumas y tratados que los grandes Padres de la Iglesia y el resto de los pensadores hayan podido pergeñar.

Posiblemente por ello, a mí me pase lo contrario que al personaje de Delibes. Mi tristeza palpita cuando, al echarse la veda, sé que pasaran varios meses sin sentirme en medio de la naturaleza, cazando. O, por citar a San Juan de la Cruz, saber que en varios meses no sentiré el arrebato de esa “música callada “ o la evidencia de esa “ soledad sonora “ que me procura la caza, que me conecta con el Creador, que me esclarece el entendimiento y que me engrandece como ser humano.

Y ahora a pensar que octubre está a la vuelta de la esquina, porque si no…

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