Primavera
En fin, que entre tanta mangancia, rencores renacidos, odios ancestrales, robos nauseabundos y demás delicias que la política nos procura, podemos celebrar que ha llegado la primavera
Cuando la primavera nos alcanza, no dejo pasar un día sin releer 'Las Cosas del Campo' de José Antonio Muñoz Rojas. El poeta y académico Dámaso Alonso se lo comentó por carta de esta manera: «Has escrito el libro más bello, con la prosa más bella, de cuantos se han editado en español en lo que va de siglo». Hay obras que deben repasarse. El Canto Espiritual de San Juan de la Cruz, que siempre esconde un secreto para los que reinciden en su lectura. En cuanto a libros de humor, 'Ola de Crímenes en el Castillo de Blandings', de Wodehouse.
En Poesía, al cojo estevado y Caballero de Santiago don Francisco de Quevedo, de cuya casa natal paterna en Vejorís, valle de Toranzo, no quedan ni los cimientos. 'El Hombre sólo' de Antonio Mingote, que lo escribe todo con sus trazos magistrales sin usar de la palabra. Y 'Las Cosas del Campo', de Muñoz Rojas, el humilde y portentoso escritor de Antequera que pasó tres años terriblemente enfadado con la muerte, porque no le visitaba. Textos cortos y medidos. Nacen en la primavera, cuando llegan los abejarucos, y las golondrinas en los techos del comedor, y la primera flor del membrillo. Las hierbas ignoradas, esas que pisamos en los paseos verdes de las siembras, los nazarenos, las lechetreznas, los zapaticos de Dios, los jaramagos y en los caminos de las sierras, las peonías. Puede ser que el capítulo más rotundo sea el que dedica a cuando florecen las encinas. «Y de pronto hay un estremecimiento, y el árbol comienza a vestirse llovido de belleza. Las encinas no se conocen a sí mismas cuando llega el florecimiento. Están tan enamoradas que, casi componen una figura patética en el paisaje». Y claro, el milagro. «Y ese manzano joven, aún sin hoja, que pronto se ha puesto a dar flor, y que parece un candelabro de flores, y que nos ha detenido hoy largo rato en nuestro paseo haciendo que nos preguntemos cómo es posible tanta hermosura en tan poco lugar».
Quizá las lluvias torrenciales de este invierno, con riadas, muertes y ruina, han retrasado los milagros de las cosas del campo. En el norte, no. Aquí apenas ha llovido, y lo ha hecho con mucha educación, por las noches. Están los Picos de Europa blancos de nueva nieve, y en su falda, en el inmenso valle de Liébana, las encinas lloradas de oro y los frutales en flor, las viñas a punto de echar la hoja, y los castaños milenarios más dispuestos que nunca a la exhibición. Porque los castaños son los árboles más dados a mostrarse, que para eso llevan siglos desnudándose o vistiéndose, amparando al oso y al lobo. Lo contrario que los hayedos, que han perdido a sus urogallos, y apenas quedan unas pocas parejas en los bosques de Asturias.
La primavera nos viene muy bien a los que ya vemos en el horizonte el final de nuestra estancia en este conflictivo planeta. Todo aquello que hace años no tenía ni medida ni final, ahora se mide con esa mezcla de temor, soledad y aburrimiento que nos prepara la muerte, a pesar de nuestras creencias.
Relean 'Las Cosas del Campo' , el libro más precioso escrito en español. Mingote llegó un día a nuestra cita con la expresión sonriente. «Han florecido los castaños de Indias en El Retiro». Se conocía a todos sus árboles, y hablaba con ellos mientras lo recorría diariamente.
En fin, que entre tanta mangancia, rencores renacidos, odios ancestrales, robos nauseabundos y demás delicias que la política nos procura, podemos celebrar que ha llegado la primavera.