Con la venia, señoría... así habla un andaluz
«Es exasperante que en pleno siglo XXI aún debamos justificar nuestra valía profesional por el simple hecho de tener un acento determinado»
Permítanme alejarme de la habitual opinión jurídico formativa habitual de los sábados, pero hace unos días me ocurrió algo digno de comentar que me hizo hervir la sangre. Mientras gestionaba un procedimiento judicial en Guadalajara, me vi en la necesidad de contactar telefónicamente con un funcionario del juzgado. Tras las presentaciones de rigor, noté un cambio en su tono al percibir mi acento andaluz. Hubo incluso ciertos comentarios que prefiero no reproducir, porque no vienen al caso ni merecen más protagonismo del que ya ocupan en mi memoria. Lo que sí puedo decir es que, a partir de ese momento, su reacción fue claramente condescendiente, como si mi forma de hablar fuera sinónimo de incompetencia. No es la primera vez que experimento este tipo de situaciones, pero este caso fue tan directo y claro que con un capotazo cargado de estudio y preparación, le callé la boca rápidamente.
Soy un abogado cordobés con tres másteres en mi haber y en camino hacia el cuarto. He impartido conferencias en diversos foros jurídicos y publicado un libro, con el segundo en proceso. Mi desempeño en los juzgados ha sido reconocido por colegas y magistrados, no por vanidad, sino por dedicación y esfuerzo; esfuerzo desmedido durante años y que continúa. Sin embargo, parece que para algunos, el acento andaluz eclipsa cualquier logro académico o profesional.
Esta actitud, conocida como andalufobia, es una manifestación de glotofobia, término acuñado por el sociolingüista Philippe Blanchet para describir la discriminación basada en el acento o la forma de hablar. En España, esta discriminación se dirige frecuentemente hacia los andaluces, asociando nuestro acento con estereotipos de incultura o falta de seriedad. Como señala el politólogo Daniel Valdivia, «aún sigue vigente en determinadas élites españolas la vieja idea de que el habla andaluza no debe salir del bar, la dependienta o la limpiadora».
Nuestra forma de hablar es el reflejo de una tierra rica en historia y cultura. El catedrático José María Pérez Orozco defendía que el andaluz no es un idioma, sino un conjunto de hablas que enriquecen el castellano. Esta diversidad lingüística es una muestra de la riqueza cultural de Andalucía.
El habla andaluza, lejos de ser una deformación del castellano, es una expresión lingüística tan legítima como cualquier otra variedad peninsular. Su riqueza fonética, su musicalidad y su capacidad de síntesis la convierten en una joya del lenguaje popular. Desde los patios de vecinos hasta los estrados judiciales, el andaluz transmite con claridad, emoción y, por qué no decirlo, una cierta elegancia natural que muchos otros acentos envidiarían en silencio.
Es exasperante que en pleno siglo XXI aún debamos justificar nuestra valía profesional por el simple hecho de tener un acento determinado. Esta discriminación lingüística no solo es un ataque a nuestra identidad, sino que también perpetúa desigualdades y limita oportunidades. La riqueza de España radica en su diversidad cultural y lingüística, y menospreciar el habla andaluza es menospreciar una parte esencial de la identidad española.
Nuestra forma de hablar es música, es arte, es historia. Es el reflejo de una tierra que ha sabido mezclar culturas y tradiciones para crear algo único y maravilloso. De una tierra que jamás ha dejado a nadie atrás. Y, aunque algunos intenten hacernos sentir inferiores por ello, debemos recordar que nuestra voz es nuestra fuerza.
Harto de estas situaciones, harto de que compañeros me digan que «si subo de Despeñaperros modere el acento que al Juez le puede sentar mal», harto de ver que nuestra más evidente seña de identidad nos avergüence.
Así que, queridos paisanos, no permitamos que nos silencien ni que nos hagan sentir menos por cómo hablamos. Al contrario, elevemos nuestras voces con orgullo y demostremos al mundo que el acento andaluz es sinónimo de riqueza cultural, de historia y de pasión. Porque, al final del día, lo que realmente importa no es cómo decimos las cosas, sino lo que decimos y cómo actuamos.
Y a aquellos que nos miran por encima del hombro por nuestra forma de hablar, les digo: escuchen bien, porque detrás de cada palabra nuestra hay siglos de historia, de lucha y de arte. Y eso, queridos míos, no hay prejuicio que lo pueda callar.
Porque, señores míos, este humilde letrâo va a seguí hablando como lo que é: cordobé de nacimientoh y convicción. Con ehte acento tan nuehtro, seguiré disiendo en sala: «Con la venia, señoría, y sin ánimo de ofendé...», o rematá un alegato con un «seré breve, pero me va usté a permití una última considerasión...». Porque hablá andalú no eh ningúh impedimento pa ejercé la abogacía con excelensia. Eh máh: eh mi señâ, mi identidá, y, si me apuran, hasta mi mejóh arma retórica.