La geografía de las riadas
«Ese suelo era muy barato y era la vía más rápida para tener una segunda vivienda o, directamente, vivir en plena naturaleza, pero todo tiene un precio»
Las cíclicas riadas con las que castiga el Guadalquivir a la ciudad de Córdoba llevan aparejadas una toponimia que, generalmente olvidada, pasa al primer plano de la actualidad en cuanto las aguas de río suben más de lo que deben. Se trata de esa Córdoba oculta que saca pecho cuando menos se le espera y dice «aquí estoy yo».
Este catálogo de lugares no es siempre el mismo y evoluciona al ritmo de la historia. Son enclaves en los que se han cebado los desbordamientos y siempre, más tarde que pronto, se han ido solucionando, por lo que han pasado al olvido al no tener que estar ya vinculados a las lluvias tan copiosas como dañinas.
Le memoria de la ciudad tiene dos puntos en los que históricamente se medía la gravedad de las riadas. Uno de ellos es la calle Lineros, por la que cuentan las crónicas que llegaron a circular las barcas, como si de una Venecia de barrio se tratase. La interminable obra del murallón de la Ribera puso fin a ese desastre que en cada riada destrozaba lo que se le ponía por delante y dejaba a un puñado de cordobeses sin vivienda.
La misma historia tuvo el Campo de la Verdad, al que le entraba el agua por los peñones de San Julián, con el temor de que el río cambiara su cauce y acortara por lo que ahora se llama Sotos de la Albolafia. Las consecuencias hubieran sido gravisimas, ya que al bordear el Puente Romano la ciudad quedaba incomunicada con el sur de España.
Otro punto ligado en la memoria de los cordobeses a las riadas es el santuario de la Fuensanta. En este caso no era el Guadalquivir, sino el arroyo de las Piedras el que se encargaba de dejar todo aquello hecho unos zorros, hasta que una canalización faraónica lo encauzó en un colector y se resolvió el problema.
Como se ve, los lugares ligados a los desastres naturales causados por las lluvias torrenciales son aquellos en los que se generaban problemas. Todos ellos, afortunadamente, han pasado al olvido por haberse puesto solución con barreras, canalizaciones o lo que sea.
Ahora, en cambio, la toponimia de la riada es distinta. Seguro que muchos llevaban desde 2010 sin escuchar los nombres de parcelaciones como Guadalvalle, La Altea o Ribera Baja; o de calles como la de las Tórtolas, la Perdiz o la de la Barca, en Alcolea. Son los nuevos puntos negros de las borrascas, aquellos en los que hay que prestar atención porque en su momento algo no se hizo bien.
Construir sobre el cauce mismo de los ríos tiene sus consecuencias. A lo mejor tarda una década, como es el caso, o más, pero el agua siempre tira por su camino natural y se lleva por delante sin preguntar todo lo que encuentra. Efectivamente ese suelo era muy barato y era la vía más rápida para tener una segunda vivienda o, directamente, vivir en plena naturaleza, pero todo tiene un precio, incluso hasta para quienes quieren negarlo.
Ahora, con el fango aún fresco en la geografía urbana de las riadas del siglo XXI es el momento no de buscar soluciones sino de aplicarlas. Se anuncian derribos, se espera la colaboración de la Fiscalía, y todo será positivo en un futuro cuando de nuevo el Guadalquivir se desborde y no afecte a ninguna familia cordobesa.