Aventuras en un sancheskiÁlvaro García de Luján Sánchez de Puerta

Rojipardos que odian la serie 'Friends'

Actualizada 04:30

La serie «Friends» nació en el año 1994 para desgracia de tres cuartas partes de la población mundial. Protagonizada por seis lechuguinos en puertas de cumplir la treintena y sin el más mínimo sentido del humor, sus nombres son Chandler, Phoebe, Mónica, Ross, Rachel y Joey. Se trata de una prescindible comedia de situación en la que este grupo de amigos que viven en Manhattan -otra vez no, tío- atraviesan diversas aventuras tan fascinantes como tomar un Frigopié bajo una entrañable borrasca. En cierto modo, fueron los precursores de la bobada sistémica que ahora disfrutamos.

Los Billares Saigón hacían esquina. Situados estratégicamente en la parte chunga del Centro, quedaban lejos de las miradas con reproche de las viejas señoras burguesas y también de la censura de los liberal-progresistas de chupa de ante cara. Todos y ninguno de los que los frecuentábamos, encajábamos en los Billares Saigón. Y esa sería la razón, seguramente, por la que nos llamaron rojipardos a los habituales del lugar por primera vez.

En los últimos tiempos se ha puesto de moda el vulgarismo «rojipardo» para designar a todos aquellos que no comulgan con ruedas de molino neoliberales: sean estas progresistas o de derechas. Viene a englobar, dicho término, ciertos discursos heterodoxos -de odio, según muchos, fijo que también- que se escurren por las grietas del sistema actual. Es un término despectivo frecuentado por ciertos medios de comunicación apesebrados y acomodaticios y donde lo mismo -según ellos- entran un jubileta gruñón crítico con el sistema actual, que un patriota inclasificable. O un sargento chusquero del Ejército Rojo soviético, que un estirado oficial de la Wehrmacht. Un verdadero lío esto de los rojipardos.

Todo este guirigay -perdón- de series demodé y nuevas tribus rojipardas viene a colación sin saber uno bien el porqué -tiremos por la calle de en medio- porque hace unos días se celebró en las calles de nuestra ciudad una mani convocada por una Asamblea Antirracista e inclusiva denunciando que gran parte de los cordobeses somos racistas, pareciera que con forma de fauno o sátiro, con patas, pezuñas y cuernos. Apestando a azufre que tira para atrás. No sé bien por qué lo de estos señores antirracistas, pero bien es verdad que con las batucadas deben pasárselo perita. Se les veía animados, saltando incluso. Es su forma de vida, un modo cualquiera de pasar una mañana dominical de picnic posmoderno y migas veganas.

Y me preguntaba entonces -no es broma- si a los asistentes a la manifestación les movía un guion televisivo similar al de Friends: uno en el cual se crean situaciones ficticias de sitcom para justificar una solución innecesaria como forma de vida regada con generosas dádivas. Pero no -rectifiqué- no puede ser que la realidad supere a la ficción.

Así que seguí disfrutando aquel heterogéneo desfile desde la lejanía. Como un aguafiestas que madruga demasiado o como uno de esos tipos a los que la perplejidad le sienta mejor que la ropa, me instalé en la atalaya del Bar Correo para ver desfilar la batucada antirracista mientras esta atravesaba Las Tendillas. Juraría que parecían felices.

Mientras, saboreando la caña en el escalón de la barra, me preguntaba qué seré -¿Acaso un rojipardo?- y reflexionando sobre el cartón de huevos que está por las nubes, caí en la cuenta, entonces, que todo esto es random. Demasiado random.

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