EditorialLa Voz de Córdoba

Inclusión de escaparate: la doble moral de la izquierda ante el síndrome de Down

Actualizada 04:30

Hay campañas que molestan no por lo que dicen, sino por lo que dejan al descubierto. Hace apenas un par de semanas, la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP) lanzó una pregunta incómoda con motivo del 8M: ¿Una mujer nace o se hace?. Y, como era de esperar, no tardaron en alzarse voces que, entre la sobreactuación y el automatismo ideológico, acusaron de incitación al odio una simple apelación al debate. Socialistas y comunistas, en Córdoba, llevaron el cartel a la fiscalía. No soportaron la pregunta. Quizá porque les cuestionaba dogmas laicos que prefieren no discutir.

Pero ahora, con motivo del Día Mundial del Síndrome de Down este 21 de marzo, la misma asociación ha lanzado otra campaña, aún más demoledora por su mensaje claro y directo: «Hoy me felicitas, ¿mañana me abortarías? ¿No te parece un poquito hipócrita?». Esta vez, silencio. Ninguna marquesina tapada. Ninguna denuncia. Ninguna furia en redes. Nadie ha dicho que se incita al odio. Y sin embargo, la campaña apunta al mayor tabú de nuestra supuesta sociedad inclusiva: que en España el 83% de los niños diagnosticados con síndrome de Down son abortados.

¿Dónde están los adalides de la igualdad cuando las cifras hablan de exterminio prenatal? ¿Por qué tanta sensibilidad con los carteles del 8M y tanto silencio cómplice con los que apelan al derecho a la vida de una minoría que, precisamente, es celebrada un día al año y descartada el resto? Si hay algo que esta campaña ha puesto en evidencia, no es solo la tragedia de los abortos por diagnóstico, sino la enorme hipocresía de quienes se proclaman defensores de los más vulnerables y, a la vez, toleran (o justifican) que a los más débiles de todos —los no nacidos con discapacidad o una alteración genética— se les niegue incluso la posibilidad de existir.

La ACdP ha hecho lo que muy pocos se atreven a hacer: mirar de frente a una sociedad que se dice integradora mientras margina antes de nacer a quienes considera «menos aptos». Ha dicho, con respeto pero con claridad, lo que muchos prefieren ignorar. Y lo ha hecho no solo con una campaña impactante, sino tras un trabajo serio de contacto con asociaciones, familias y realidades concretas.

Quizá por eso no han reaccionado quienes suelen hacerlo: porque esta vez no hay nada que caricaturizar, ni ningún chivo expiatorio fácil. Solo queda el espejo. Y en él se ve con nitidez algo que incomoda más que cualquier lema: que en esta batalla entre la apariencia de inclusión y el derecho real a la vida, hay quienes prefieren no mirar. Porque si miran, tal vez tengan que admitir que la verdadera exclusión no está en las palabras, sino en los actos.

Y que no hay peor delito de odio que considerar que algunos no merecen nacer.

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