Cochinada
Estamos dejando la educación en España en manos de unos obsesos sexuales de altísima peligrosidad. Impartir lecciones de sexualidad a niños de tres años no es moderno. Es una cochinada
Los partidos catalanistas con el inapreciable apoyo de los socialistas han aprobado en el Parlamento de Cataluña que se imparta Educación Sexual a los niños desde los tres años de edad. No encuentro adjetivos dignos de semejante degeneración. Esto no trata de ideologías, sino de sentido común y respeto a nuestros menores. Estamos dejando la educación en España en manos de unos obsesos sexuales de altísima peligrosidad. Impartir lecciones de sexualidad a niños de tres años no es moderno. Es una cochinada. ¿Qué se proponen enseñar a los niños de tres años? Ellos saben perfectamente si son niños o niñas, y lo del sexo les llegará como nos ha llegado a todos, a cada uno a su debido tiempo y con todas las opciones probables y posibles. Estamos creando una sociedad miserable, fundamentada en la amoralidad y la estupidez. He visto la entrevista que le han hecho a una majadera que se ha casado con un autobús. Un día se subió a ese autobús y se enamoró de él. Pero no espera autobusitos, porque el autobús es bastante torpe en esas cuestiones. Terminará consiguiendo que la Seguridad Social le pague una fecundación autobusera «in vitro», y dará a luz al autobusín deseado en unas cocheras previamente autorizadas por el Ministerio de Sanidad. No se trata de una demencia colectiva en fase de crecimiento, sino en el inicio de una degeneración mayoritaria. En una ciudadanía normal, la mera noticia de la aprobación de catalanistas y socialistas en el Parlamento de Cataluña, impulsaría una reacción radical contra los representantes de sus votos. Pero en España, todo es posible. Hay hombres que fecundan a los árboles y mujeres que se enamoran de autobuses. También es verdad, que de todo esto tienen culpa y responsabilidad todos esos «colectivos» de idiotas que buscan la notoriedad que necesitan para sobrevivir.
Los profesores que se presten a dar lecciones de sexualidad a los niños de tres años, son, en principio, unos delincuentes. Como lo serán los responsables de las guarderías que permiten la atrocidad. Y los padres de los niños. Y los parlamentarios que votan, y los parlamentarios que callan. Alguien, días pasados, con la mejor voluntad, escribió que «estamos viviendo tiempos confusos». De confusos nada. Estamos en manos de degenerados, cretinos, farsantes, y necesitados de una atención psiquiátrica intensiva. A todo esto nos han llevado los 17 sexos diferentes que defiende Irene Montero. Lo escribió oportunamente un comentarista de El Debate pocos días atrás. Que terminaremos entre machorras y hembrorros, en manos del movimiento social más poderoso del mundo, que es de color rosa, que ha pasado de ser una numerosa reunión de personas a convertirse en la multinacional más poderosa del mundo. Pero esto no tiene explicación, ni cabeza, ni necesidad, ni derecho a la tolerancia. Y lo ha aprobado un Parlamento, no un chiflado o un mugriento representante de la suciedad supina.
Permítanme los que han votado a favor de esa asquerosidad, que los meta, a todos juntitos, en el saco de la degeneración más absoluta. Y permítanme, si a ustedes les queda espacio para permitir, que exprese mi deseo de que se produzca el milagro, y de una imbécil y un autobús, nazca un microbús o una caravana, para pasear su amor por las carreteras de España.
Decirles, además de degenerados y miserables a estas gentuzas entra en los ámbitos del elogio.