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Cosas que pasanAlfonso Ussía

La visita

Que el suelo de la Moncloa haya experimentado el peso de los pasos terribles de esa mujer es un insulto a todos los que hemos estado del lado de los buenos. De la mayoría abrumadora de los españoles

Actualizada 01:30

A una casa particular, habitada por alquiler o adquirida mediante compra al contado, hipoteca bancaria o extraída de los Presupuestos, los inquilinos o propietarios pueden invitar a quienes les parezca oportuno. Pero el palacio de la Moncloa no es una casa particular. Es la sede y residencia del presidente del Gobierno de España. Sus propietarios somos todos los españoles, incluida Merche Aizpurua, gran amiga, heredera y partidaria de una banda terrorista que asesinó a novecientos inocentes, arruinó la vida de miles de españoles y posiblemente mantuvo sus puestos de trabajo, políticos y periodísticos, gracias a los chantajes y las coacciones que los suyos ejercieron contra decenas de miles de personas que aflojaron sus ahorros bajo la amenaza del terror. Invitar a una casa que pertenece a todos los españoles a una odiadora de España que se permitió ironizar del secuestro de Ortega Lara, que estuvo encerrado en un mugriento sótano de Mondragón casi 600 días, no puede considerarse una invitación correcta.

El palacio de La Moncloa está guardado y vigilado por la Guardia Civil, y este es otro detalle canallesco a tener en cuenta. Más de trescientos guardias civiles fueron asesinados por la ETA, y su sentido del deber y el cumplimiento les obliga a permanecer en posición de firmes cuando pasa ante ellos quien no sólo no lamentó los asesinatos de sus compañeros sino que aún no ha expresado ni una sola palabra de arrepentimiento y consuelo dedicados a aquellos que murieron por cumplir con su deber, masacrados por coches-bomba o de un disparo en la nuca. No es una buena visita la de Merche Aizpurua a La Moncloa, lo cual a Sánchez le importa un rábano, porque Sánchez es un individuo que vive entre la psicopatía y la amoralidad. Pero conviene recordarle dónde y a costa de quienes vive y disfruta gracias a los votos de los separatistas de España y los herederos de la ETA. Porque sus votos no le autorizaban la ocupación del palacio y sus jardines.

Y todo para nada. Citó a todos y se olvidó de quienes tienen más de 3.000.000 de votos en España, muchos más que los obtenidos por la pandilla de Aizpurua. Y todos, menos Vox, acudieron a la cita. A una cita para nada. Feijóo se presentó a sabiendas de la chulería y la innecesariedad del encuentro. Y toda la ristra de partidos mínimos que, sumados sus votos, nos han conducido al desastre. Ignoro si también recibió al caradura de «Teruel Existe», del que se dice que vive bastante mejor desde que Teruel existe que con anterioridad a su existencia. Pero de ahí a recibir a la tal Merche Aizpurua media largo trecho. En el fondo, para una mentalidad simple como la mía, lo que hizo Sánchez fue recibir en La Moncloa a la representante de los que asesinaron a casi mil inocentes, y esa invitación me ha producido mucho asco. Sánchez tiene casas, hogares y terrenos particulares para agasajar bazofias, sin tener que usar de los bienes patrimoniales de todos los españoles.

Cumplida la desvergonzada rueda de pelotas, Sánchez seguirá haciendo lo que le dé la gana, porque tiene adquirida la voluntad del Tribunal Constitucional –de su mayoría quiero decir–, con su esbirro Pumpido a la cabeza. Y a un fiscal general a punto de ser juzgado, pero en España, estar a punto de ser juzgado a sentarse en el banquillo de los acusados, se mide por años de trampas, asuetos y olvidos. Ahí tienen a la familia Pujol, con diez años de recreo desde que reconocieron sus delitos. Para Sánchez los votos no cuentan. Cuenta el tiempo que necesita para que los votos dejen de existir. Y goza con la comprensión primaveral del Parlamento Europeo, presidido por su edelweis particular.

Que el suelo de La Moncloa haya experimentado el peso de los pasos terribles de esa mujer, es un insulto a todos los que hemos estado del lado de los buenos. De la mayoría abrumadora de los españoles. Podía haber esperado, para recibir en su casa a esa persona, tenerla dispuesta y amueblada como las tiene su amigo Zapatero. Casa en España o fuera de España. Pero no en la casa de una España que ha sufrido durante tres decenios el terrorismo y la visión del río de sangre de los inocentes zigzagueando sobre las aceras de nuestras calles. Y todo, para nada.

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