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Javier Sierra Sánchez

Una nación que no cuida su universidad se titula en ignorancia

La universidad española, esa institución a la que Ortega y Gasset llamaba el poder espiritual del país, ha sido olvidada por todos y vilipendiada por algunos

Actualizada 04:30

Lo que ha dicho la señora Montero no es nuevo, pero sí es grave. Porque en este país uno puede comprarse un chalet, un bolso, un coche de alta gama o un escaño, pero nunca (debiera) un título universitario. Decir lo contrario es escupir sobre la frente sudada de miles de estudiantes que, en universidades públicas, privadas o de la Iglesia, se dejan la piel, el sueño y las becas por ganarse un futuro. Y si no lo sabe, ministra, asómese un lunes cualquiera a las ocho de la mañana a la puerta de cualquier facultad.

La universidad española, esa institución a la que Ortega y Gasset llamaba el poder espiritual del país, ha sido olvidada por todos y vilipendiada por algunos. En «Misión de la Universidad» ésta (para Ortega) no sería una torre de marfil, sino un taller de cultura, de ciencia, de vida. Pero para muchos dirigentes, parece más bien un trastero, un lugar polvoriento al que solo se acude cuando hay que buscar culpables.

Y sin embargo, es curioso que quienes hoy desprecian a las universidades privadas tengan en su propio Consejo de Ministros a varios egresados de estas. El presidente del Gobierno, sin ir más lejos, cursó estudios en dos instituciones privadas (Real Centro Universitario María Cristina y Universidad Camilo José Cela). También estudiaron en universidades privadas los ministros Marlaska, Albares, Elma Saiz, o Hereu, entre otros. ¿Debemos ahora cuestionar su valía, ministra? ¿Son menos ministros por ello? ¿O acaso se titulan de manera diferente los amigos del poder?

Las universidades privadas, públicas o confesionales, pasan por los mismos filtros de calidad de las agencias nacionales e internacionales. Sus titulaciones están auditadas, sus programas verificados, sus docentes acreditados. Yo mismo he trabajado en varias universidades privadas y ahora soy funcionario en una universidad pública. Y puedo decirlo sin rodeos: la calidad, la excelencia, el compromiso con la sociedad y la empleabilidad han sido una constante allá donde he estado. Lo contrario es no conocer el sistema o, peor, querer manipularlo.

La universidad española está siendo asfixiada, estrangulada. No por la competencia privada, sino por presupuestos pírricos que las comunidades autónomas apenas pueden sostener. Las instituciones centenarias tienen achaques propios de su edad, pero también una dignidad que no se merece este maltrato.

En sus programas electorales, señores del Gobierno, la universidad brillaba por su ausencia. No les interesa la universidad porque no da titulares, porque no sale en TikTok. Pero es el alma de la nación, el lugar donde se fragua el pensamiento crítico, la investigación, la ciencia y el futuro.

Muchos de los males de este mundo vienen de que no sabemos llamar a las cosas por su nombre. Pues bien; a esto hay que llamarlo desprecio, demagogia, oportunismo. La generalización es el refugio de los perezosos, y como escribió William Blake: «La generalización caracteriza a los idiotas».

Si hay universidades de baja calidad, actúen contra ellas, pero no manchen el nombre de todas. Porque señora Montero, los títulos no se compran. Lo que se compra, a veces, es el aplauso fácil.

Para legislar sobre universidades hay que saber de universidades. Quizás debieran dedicar menos tiempo a despreciarlas y más a comprender que invertir en universidad es invertir en prosperidad traducida en ciencia, cultura, innovación y compromiso social. Porque una nación que no cuida su universidad es una nación condenada a repetir su ignorancia con título oficial.

  • El doctor Javier Sierra Sánchez es profesor de universidad
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