Fundado en 1910
Cosas que pasanAlfonso Ussía

Vejez

Llegar a nuestra edad, Luis Antonio, ha sido un privilegio y una bendición de Dios. Nos ha permitido vivir más de setenta años esplendorosos, en mi caso a destiempo. Y ahora nos toca admitir que nuestro paisaje inmediato lo conforman las cenizas del viejo esplendor

Actualizada 01:30

He leído con mucho respeto la entrevista publicada en El Mundo a su colaborador Luis Antonio de Villena, buen escritor y buen poeta, desolado por la vejez. «Me acechan los achaques, las goteras, la soledad». En mi caso, la soledad no me amenaza, pero sí los achaques, las goteras, y las averías incorregibles de un coche viejo. Los mayores somos como las calles de La Habana, que antaño fueron la explosión de la vida y hoy ruina y cochambre desmoronadas. El diario descubrimiento de una nueva mancha en la piel. La falta de sueño. La pérdida de fuerza. Yo mismo, que durante mi juventud dediqué mis horas libres a practicar la halterofilia, he perdido tono muscular. A pesar de una cicatriz, mantengo los papos en su lugar, sin el abatimiento facial de Fernando VII, que de vivir un año más, para moverse de un sitio a otro tendría que haber ido transportado por un patinete para no tropezar con los colgajos de su barbilla. Decía Maurice Chevalier que envejecer no es tan malo cuando se piensa en la alternativa.

Se equivocó. Envejecer es igual de malo que pensar en la alternativa, porque la alternativa cuando se presenta, no ofrece una segunda oportunidad. Pero lo más inteligente es asumir la edad que se tiene, no añorar la que se querría tener. Uno se apercibe de su ingreso en la vejez cuando las velas de la tarta de cumpleaños cuestan más que la tarta. La vejez de Rosenberg fue apacible, sólo atacada por la incontinencia urinaria. «Primero olvidas los nombres, luego olvidas las caras, luego olvidas abrocharte la bragueta, luego olvidas desabrocharla». Mejor eso que la insuficiencia. De Bretón o de Palacio o de Samaniego.

Sin estudiar medicina
Se sabe con evidencia
Que la retención de orina
Es una fuerte dolencia.
Era uno que se quejaba
De esta grave enfermedad
Y su mujer le exhortaba
A tener conformidad.
«Acuérdate –le decía–,
Lo que el Santo Job pasaba
Y cuánto el pobre sufría»…
Y el marido respondía:
«De acuerdo… ¡pero meaba!».

Yo le recomendaría a Luis Antonio un esfuerzo para sentirse orgulloso. Su vida literaria ha sido brillante, y en la personal, no me meto porque nos conocemos apenas de saludarnos cada vez que coincidíamos en algún lugar. Que de golpe aparece una luz luminosa y cegadora que no se sabe interpretar en otros sectores de la vida. Los límites de la vida están en las farmacias. La vejez se olvida gracias a los medicamentos. Recuerdo un dibujo en el Punch. Un matrimonio anciano en un restaurante. Ella, con el plato rodeado de frascos y cajitas de medicamentos. Y él, que se lo advertía: «Recuerda, Dorothy, tomar la comida durante las medicinas».

Llegar a nuestra edad, Luis Antonio, ha sido un privilegio y una bendición de Dios. Nos ha permitido vivir más de setenta años esplendorosos, en mi caso a destiempo. Y ahora nos toca admitir que nuestro paisaje inmediato lo conforman las cenizas del viejo esplendor.

De lo único que me arrepiento en mi vida es de haber practicado con tanta frecuencia como inutilidad la halterofilia. No sirve para nada.

comentarios
tracking