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Paula Andrade

El perfil

Meritxell Batet, la «mano de Dios» que metió un gol ilegal a su Congreso

La presidenta del Congreso ha protagonizado una imagen que la perseguirá el resto de su vida, tras una mirada de Sánchez que la llevó a cambiar sobre la marcha una votación adversa para el Gobierno

El gran momento político de Meritxell Batet, antes de la explosiva sesión de convalidación de la reforma laboral, ocurrió en octubre de 2016. Ahí expresó todo su fervor sanchista y se ganó, ya para la posteridad, la recompensa aplazada que desde entonces Sánchez le ha ido abonando generosamente.

Aquel 29 de octubre, día de San Narciso por casualidades de la vida, la hoy presidenta del Congreso fue uno de los 15 diputados del PSOE que se negó a asumir las directrices del partido para, tras dos Elecciones Generales saldadas con sendas derrotas estrepitosas de Sánchez, permitir la investidura de Mariano Rajoy con la abstención socialista.

Batet, del mismo partido que ahora llama «tránsfugas» a los diputados de UPN que votaron en conciencia contra la reforma laboral, rompió la disciplina de voto, como Margarita Robles, Odón Elorza o Susana Sumelzo; pero se ganó el corazón del entonces depuesto secretario general del PSOE y hoy presidente gracias a los pactos que, por aquel entonces, juraba y perjuraba que no quería hacer.

La fidelidad de Batet a Sánchez le sirvió para llegar a ministra y luego a presidenta del Congreso, pero siempre a un precio tan alto como el que Fausto le pagaba a Mefistófeles para triunfar en la vida terrenal: un día rompes las instrucciones del PSOE, cosa que no hizo ni Adriana Lastra; otro maleas la presidencia del Congreso para entregarle al patrón la victoria que los votos, recontados sin trampas, le negaban.

Que la tercera autoridad del Estado, y además profesora de Constitucional en la Pompeu Fabra, haya ejercido de Maradona para ganarle a Inglaterra con la mano de Dios tiene menos épica que la de un partido de Argentina tras las Malvinas y evidencia que ni la mejor formación legal ni la más alta magistratura institucional son suficientes para plantarse ante el patrón cuando exige la devolución de los favores.

Los misiles del Constitucional

Batet, nieta del general del mismo apellido que frenó la asonada de Companys en la Cataluña de 1934 con cuatro tanques frente al Palacio de la Generalidad, estaba 83 años después en el lado incorrecto, junto a los sublevados, y es posible que le caigan ahora los misiles del Tribunal Constitucional e incluso, en formato de querella por prevaricación, del Supremo.

Sorprende que una bailarina experta, amante de la danza tanto como de las leyes, haya pegado un pisotón de tal calibre al reglamento del Congreso para contentar a su pareja de baile, un presidente que nunca renuncia al centro de la pista aunque luego actúe como el cliente más sórdido de un garito nocturno de carretera.

Y no será por falta de experiencia política: Meritxell es diputada desde hace 18 años, cuando saltó de los entornos del hoy denostado Narcís Serra al mismo Parlamento que hoy preside con mano de hierro sanchista en guante de esparto.

La seda la deja para sus hijas mellizas, Adriana y Valeria, fruto de su matrimonio con el exdiputado del PP José María Lasalle, una alianza sentimental transversal que acabó en separación.

Pero el gran divorcio de Batet, aquella muchacha que se pagaba los estudios trabajando de camarera y llegó a sufrir en sus propias carnes un desahucio cuando aún vivía con su madre, ha sido con la institución que técnicamente encabeza: anunciar a viva voz que la reforma se había rechazado para, segundos después y tras una mirada de Sánchez, darla por aprobada entre sospechas fundadas de tongo; será la imagen que la persiga ya el resto de su vida.

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