La crónica política
La temeridad de Sánchez con Mohamed VI hipoteca a España durante décadas
El presidente ha emprendido un viaje de no retorno en política internacional en soledad. Y lo que es peor: sin más cartas que jugar si el Rey alauita acaba traicionando su confianza
El pleno del Congreso aprobó el jueves por amplia mayoría (168 votos a favor, 118 votos en contra y 61 abstenciones) una proposición no de ley presentada por Unidas Podemos, ERC y Bildu pidiendo un referéndum para el Sáhara Occidental.
El panel de votaciones de aquel día revela que hubo solo dos diputados que no emitieron su voto. Uno de ellos era el hasta hace una semana vicesecretario de Comunicación del PP, Pablo Montesinos, que está a punto de hacer efectiva su renuncia al escaño. El otro era Pedro Sánchez, que a esa hora estaba reunido con Alberto Núñez Feijóo en La Moncloa.
Pudo haber votado de forma telemática, o cambiado la hora de su primer encuentro con el nuevo líder de la oposición; pero en lugar de eso decidió terminar mal lo que mal había empezado. Decidió no votar y hacer oídos sordos al clamor de la Cámara Baja. Es más. En el avión que horas después le trasladó a Rabat, durante una conversación informal con varios periodistas, Sánchez restó importancia al aislamiento parlamentario del PSOE en el asunto del Sáhara. Vino a decir que el tiempo le dará la razón. Y que el PP habría hecho lo mismo.
¿El tiempo le dará la razón? Más le vale al presidente del Gobierno, porque ha emprendido un viaje de no retorno en política internacional en la más absoluta soledad. El más arriesgado. Hipotecando las relaciones con Marruecos de todos los gobiernos venideros. Si sale mal, a Sánchez puede costarle el puesto.
«En la biografía de Pedro Sánchez, la decisión de entregar el Sáhara Occidental a Marruecos, ¿se verá como un logro o como un error de su presidencia?», le preguntó El Mundo al líder del Frente Polisario en una entrevista a comienzos de semana. «Creo que es obvia mi respuesta. La Historia lo dirá», sentenció Brahim Ghali.
Después de dormir en el Palacio Real de Huéspedes, Sánchez volvió el viernes de Rabat sin más garantías de que esta «nueva etapa» será provechosa para España –y no solo para Marruecos– que la palabra de Mohamed VI. Y lo que es peor: sin más cartas que jugar si el Rey alauita acaba traicionando la confianza de España, porque lo que perseguía, el reconocimiento del plan de autonomía de Marruecos para la ex colonia española, ya se lo ha dado Sánchez.
La declaración conjunta difundida el jueves, que proclama el advenimiento de una «nueva etapa del partenariado entre España y Marruecos», no menciona a Ceuta ni a Melilla. Ni siquiera alude a la «integridad territorial» de España, como al menos sí hacía la carta de Sánchez al monarca marroquí. No es que España pidiera esa alusión explícita y Marruecos se negara en el transcurso de las negociaciones; es que España ni lo pidió. Renunció a ello para no importunar a Mohamed VI.
Un periodista preguntó al presidente por esa notable ausencia en la rueda de prensa del jueves y respondió, literalmente: «Bueno, sí… Bueno, simplemente decirle que vamos a ver. La soberanía nacional del territorio nacional de España está fuera de toda duda, incluida también Ceuta y Melilla. No solamente porque existe un compromiso del Estado y del Gobierno, sino también en nuestro ordenamiento constitucional», argumentó.
El polvorín de Argelia
En el corto plazo, el acuerdo con Marruecos aliviará la presión migratoria sobre Ceuta, Melilla, Andalucía y Canarias, pero solo en parte. Porque Argelia es la cruz de la moneda: los informes de la Oficina de Asuntos Migratorios del Ministerio de Exteriores reflejan que dos terceras partes de los migrantes que llegan a territorio española (a Ceuta y Melilla o a la Península) por la ruta del Mediterráneo Occidental son argelinos. Y Argelia es hoy por hoy un vecino muy enfadado. «Más allá del tema del gas, Argelia nos puede causar muchos problemas migratorios. La inmigración de Marruecos y la de Argelia son diferentes. Los argelinos que vienen son mucho peores», relatan fuentes del Ministerio del Interior, que no ocultan su preocupación.
Si hay represalias, no tardarán en llegar. La primavera, con la subida de las temperaturas y la mejora de las condiciones del mar, será la prueba de fuego. Eso en lo migratorio, porque en lo económico Argel ya ha empezado a cobrar la factura a España. El jueves, la vicepresidenta Teresa Ribera reconoció a regañadientes que Argelia va a subir el precio del gas a España después de semanas insistiendo en que es un «socio fiable» y un país que siempre cumple sus compromisos comerciales.
Que se lo pregunten a Naturgy, al que este bumerán ha pillado en plenas negociaciones para renovar el suministro de gas a través de Medgaz, el único gasoducto activo del que se nutre España (y del que posee un 49 %, junto a BlackRock).
Pese a todo, a Sánchez no le preocupan los efectos colaterales. Y menos aún en el seno de su Consejo de Ministros, puesto que a estas alturas de la legislatura da por amortizado a Unidas Podemos.
Cuando Iglesias era vicepresidente
Con Pablo Iglesias en la Vicepresidencia Segunda, probablemente este giro copernicano y unilateral no habría sido posible. Mohamed VI tenía atravesado a Iglesias desde que en noviembre de 2020 disparó uno de sus tuits. Uno en el que se mostraba favorable a un referéndum en el Sáhara, citando una de las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU.
Fue el 15 de noviembre, un día después de que el Frente Polisario diera por roto el alto el fuego con Marruecos y declarara el estado de guerra por incidentes en el paso fronterizo de Guerguerat (entre el Sáhara y Mauritania). El Gobierno de España fue más diplomático. En un comunicado emplazó a las partes a «retomar el proceso negociador y a la avanzar hacia una solución política, justa, duradera y mutuamente aceptable».
Aquel pronunciamiento del entonces vicepresidente segundo encolerizó al Rey alauita. Hasta el punto de que canceló unilateralmente y sin previo aviso la Reunión de Alto Nivel entre ambos países que iba a celebrarse el 17 de diciembre de ese año. Oficialmente por la covid, aunque la diplomacia española entendió rápidamente el mensaje. A Mohamed VI siempre hay que interpretarlo.
Ahora, el Gobierno espera poder celebrar ese encuentro antes de fin de año, con dos años de retraso. «Establecemos un espíritu de genuina cooperación, única manera de construir una relación mutuamente provechosa», sostuvo Sánchez el jueves en Rabat. A Marruecos ya le ha aprovechado, a ver si a España no se le acaba indigestando.