El partido más antisistema de Europa Occidental
La CUP, el anarquismo separatista más excéntrico, en la Comisión de Secretos Oficiales
El Ejecutivo de Pedro Sánchez pretende dar acceso al corazón del sistema político español a una formación con antecedentes terroristas y caracterizada por asumir los postulados más radicales y violentos dentro del mundo independentista catalán
Dos formaciones que comparten mucho en común, Bildu y la CUP, entrarán juntas en la nueva Comisión de Secretos Oficiales que está a punto de constituirse en el Congreso.
Hablar de sintonía entre los herederos de la banda terrorista ETA y este partido anarco-independentista catalán no supone una exageración. Por compartir, comparten hasta el nombre. Herri Batasuna significa en euskera «Unidad Popular», que traducido al catalán sería «Unitat Popular». Póngasele antes un «Candidatura de» y surge el acrónimo «CUP». La coincidencia dista de resultar casual.
Las similitudes ideológicas entre radicales vascos y catalanes son compatibles con estrategias políticas diferentes; porque mientras el mundo de Arnaldo Otegi tras la desarticulación de ETA ha virado hacia el blanqueamiento de su marca electoral para tratar de ocupar la centralidad institucional del País Vasco, inspirándose así en el camino antes emprendido por Esquerra Republicana de Cataluña; sus hermanos de la CUP, en cambio, persiguen desde hace años la senda opuesta, orientados hacia actitudes maximalistas de corte radical.
Ubicados a la izquierda de la izquierda y asumiendo, a la vez, postulados no ya independentistas, sino directamente secesionistas, la CUP probablemente sea el partido con representación parlamentaria más radical del conjunto de Europa Occidental. A caballo entre la formación política clásica, el sindicato, el movimiento social, la casa okupa y las barricadas, la CUP desarrolla su lucha en una triple vertiente: por la implantación del socialismo asambleario, por la creación de unos Països Catalans y por la liberación de género.
Orígenes terroristas
Su origen cabe situarlo en 1968, cuando nace el Partit Socialista d’Alliberament Nacional. Aunque formalmente de inspiración marxista, el PSAN tenía claras reminiscencias anarquistas, de tanto arraigo previo en Cataluña, y apostaba por anteponer la causa de la «liberación nacional» como vía previa para construir un nuevo Estado de inspiración anarco-socialista; justo la estrategia contraría a la de ERC, que antepuso —y sigue anteponiendo— la cuestión social a la independencia.
El PSAN, impugnador radical de la Transición, fue el embrión ideológico del que nació el grupo terrorista Terra Lliure, responsable entre 1978 y 1991 de 200 atentados que dejaron un balance moral de cinco víctimas, cuatro de ellas miembros de la propia banda. Muchos de los 300 terroristas que llegó a tener Terra Lliure terminaron integrándose en ERC. Un pequeño grupúsculo de ellos, sin embargo, optó por seguir con su activismo desde pequeñas candidaturas municipalistas —CUPA, UM9, MDT, AMEI, Endavant-OSAN, PobleLliure, etc.— que son el origen próximo de la CUP.
Todos estos grupos locales débilmente coordinados dieron el salto hacia el partido de masas tras una reunión celebrada en Manlleu, provincia de Barcelona, en 2008. Allí nace propiamente la CUP, que no por ello pierde su carácter levantisco y tumultuario. En su Asamblea Nacional, el máximo órgano de decisión del partido, pueden participar todos los militantes de la formación bajo la lógica de «un afiliado, un voto», a lo que se añade la dinámica de votar todas las decisiones con un mínimo de trascendencia. La CUP pretende así borrar cualquier traza de liderazgos personales en su cúpula para que el partido mantenga su seña de identidad multitudinaria en la que la masa, el colectivo, desdibuja al individuo.
Con estas premisas ideológicas y organizativas, no puede extrañar todo lo que viene a continuación. En el marco de la sociedad catalana, que perciben irremediablemente infeccionada de «pujolismo», luchan contra todo y contra todos; incluso —haciendo gala de un notable ejercicio de coherencia interna— también luchan contra ellos mismos; porque en la CUP los cruces de acusaciones, las purgas internas, las prácticas «sectarias y maquiavélicas», los súbitos auges de liderazgos —y sus no menos súbitas defenestraciones— constituyen la permanente orden del día.
Las yesca del Procès
La larga hegemonía de CIU en Cataluña devino en una descomposición final con la consiguiente resaca de creciente radicalización nacionalista, erupción de casos de corrupción por doquier y demora económica con respecto al conjunto de España; estos fueron los factores que, en esencia, sirvieron de argamasa electoral para que el populismo independentista y antisistema realizase su entrada a partir de 2012 en el parlament.
Gracias a su gusto por la agitación, la propaganda y la polémica, consiguen una visibilidad mayor de la que le confieren las urnas con los nueve diputados —del conjunto de 135— que tienen en la actualidad en Cataluña. Defienden sin ambages las agresiones contra los estudiantes constitucionalistas de S’ha Acabat! dentro de los campus universitarios; sus juventudes, Arran, queman en Twitter la Constitución española el día de la Carta Magna; niegan en TV3 la existencia de derechos individuales —para ellos solo existen los «derechos colectivos»—; en plena pandemia uno de sus ediles en el ayuntamiento de Barcelona pedía «toser» contra los militares, etc. La lista con acciones de semejante tenor podría prologarse casi hasta el infinito.
Mención especial merecen unas palabras de quien hasta ahora ha sido su rostro más famoso, la prófuga Anna Gabriel. Declaraba en Catalunya Radio que, en su opinión, habría que tener «hijos en colectivo» para que «los cuide la tribu» como, a su juicio, hacen en «una gran cantidad de culturas». Gabriel se encuentra en Suiza huida de la Justicia española, que la investiga por ser una de las líderes de las revueltas callejeras que secundaron los momentos más álgidos y violentos del procés.
El sistema del antisistema: insultos y amenazas
Antonio Baños, otro de sus representantes más famosos, cabeza de lista de la CUP en las elecciones autonómicas de 2015, fue célebre durante su etapa en la formación —ya está fuera de la política— por sus sonoros insultos; desde llamar «comopaleta» a Ada Colau por emplear el idioma español en público hasta llamar «rataza» y «rey de las babosas» a Miquel Iceta, pasando por justificar agresiones y pintadas contra una pizzería italiana en Barcelona por utilizar el castellano en su servicio de camareros.
No deja de resultar curioso que Anna Gabriel haya huido sine die a Suiza. Fue en este país, en Zurich, en 1916, en el famoso Café Voltaire, donde se conocieron Tristán Tzara, la figura más célebre del Dadaísmo, un movimiento de vanguardia artística que impugnaba a la razón humana por considerarla «burguesa» y «positivista», y Lenin, por entonces en el exilio. Parece ser que hicieron buenas migas el líder bolchevique, amante del orden abstracto y la violencia política, y el esteta del caos, la libido, la creatividad y el absurdo. Desde entonces, aquella extraña alianza helvética, al menos dentro de la CUP, continua en boga.