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Ilustración de Begoña Gómez

Ilustración de Begoña GómezPaula Andrade

Retratos Dominicales

Begoña Gómez, la sombra de Sánchez entre Jackie Kennedy y Cruella de Vil

La «Primera Dama» del presidente ha tenido sus minutos de gloria en el Museo del Prado, donde pudo fijarse en «El Jardín de las Delicias» pero también en «La Crucifixión»

María Begoña Gómez Fernández (Bilbao, 1975), ha tenido sus minutos de gloria como anfitriona, junto a su marido, de la cena de gala en el Museo del Prado, donde algunos temen que termine empadronándose Boris Johnson cuando el Reino Unido le desaloje de Downing Street, afamado centro del poder británico y after oficioso de las mejores fiestas durante la pandemia.

Si el primer ministro se hizo la foto del día, embelesado por el fulgor de la pinacoteca, la esposa del presidente Sánchez desde 2006 conquistó la jornada entera, ya desprovista de la compañía de la Reina Letizia, cuya rotunda presencia en la víspera eclipsó a la oficiosa Primera Dama española, ese puesto que no existe pero ella ejerció en ese magma de presidentes y acompañantes que por un momento hizo olvidar la naturaleza trágica de su encuentro.

La comparación con la Reina la ha perseguido desde que Begoña llegara a La Moncloa en aquel tórrido de verano de 2018 y, junto a su marido, estimulara a su pesar una supuesta competición con don Felipe y doña Letizia, alimentada por un besamanos en Palacio donde ellos se quisieron quedar junto a los Monarcas, a la misma altura, hasta que el protocolo les puso en su sitio con la cara algo colorada.

Sea por aquella escena o por el rechazo generado por Sánchez en su primer aterrizaje forzoso en Moncloa, con una moción de censura improvisada para tapar sus dos derrotas electorales en apenas seis meses; lo cierto es que Gómez no ha tenido un minuto de respiro a efectos de afectos públicos: hay que remitirse a un personaje de ficción, la célebre Cruella de Vil, para encontrar a alguien capaz de generar tanto desdén.

Los ataques personales, siempre injustificados y a menudo injustos, son la inaceptable punta de iceberg de un fenómeno de recelo que sí tiene más sentido: desde que Sánchez llegara al poder, a Gómez la han proliferado ofertas universitarias y laborales rodeadas de polémica y con el aroma a puerta giratoria anticipada.

Ese papel africano, su salida repentina y la coincidencia de todo ello con los tiras y aflojas de Sánchez con Mohamed VI y el espionaje de su teléfono personal, previo al volantazo con el Sáhara, la ponen en el ojo del huracán

«Catedrática» sin habilitación o directora hasta hace dos Telediarios de un centro africano creado ad hoc por el Instituto de Empresa para ella, todo han sido buenas noticias profesionales para la hija de Sabiniano Gómez, empresario en tiempos del sector de saunas de rélax incompatibles con las leyes abolicionistas del negocio carnal aprobadas ahora por su yerno que prometen momentos de fricción en la próxima cena de Nochebuena.

Ese papel africano, su salida repentina y la coincidencia de todo ello con los tiras y aflojas de Sánchez con Mohamed VI y el espionaje de su teléfono personal, previo al volantazo con el Sáhara, la han puesto definitivamente en el ojo del huracán: incluso periódicos franceses como «France Soir», otrora serio y hoy de dudosisima credibilidad, han relacionado públicamente la sumisión sanchista con Rabat con las actividades de Gómez en el continente africano, sin ninguna prueba al respecto pero también sin ninguna aclaración.

Ninguna esposa de presidente lo ha tenido fácil nunca en España, donde el puesto carece de encaje institucional y la mística americana de las Jackies Kennedys se torna en mofa; pero quizá ella menos que ninguna, salvo Ana Botella.

Pero a tenor de su disposición a ejercer de anfitriona en El Prado, donde cuelgan «El Jardín de las delicias» de El Bosco pero también «La crucifixión» de Juan de Flandes, parece denotar una cierta indiferencia a las maldades y críticas ajenas.

Su familiaridad con Biden, excesiva a juicio de los expertos en diplomacia, confirma que Begoña Gómez viste en principio materiales impermeables e ignífugos, pero también demuestra su escasa sensibilidad para los estados de opinión pública que tantos acúfenos deben provocarle a su Pedro, padre de sus dos hijas y embajador probable del destino que las buenas y las malas lenguas divisan para la pareja: fuera de España, en algún lugar donde Jacqueline despierte más admiración que befas y se pueda desayunar de vez en cuando con diamantes.

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