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Dos legionarios y un cabo en Montejaque.

Dos legionarios y un cabo, en MontejaqueGM

Crónicas castizas  Cuatro cosas que me contaron cuando llevaba chapiri

El servicio del ciudadano a la defensa de la nación forma parte de las obligaciones y derechos de todos. Además, fue una fuente inagotable de anécdotas e historia curiosas como las que hoy aquí traemos

Alguna vez pregunté por qué las trinchas eran negras si originalmente eran marrones, o avellana que dicen los finos, de cuero crudo. El sargento de la Banda, Recio de nombre y carácter, me explicó: «Un jefe legionario, el coronel Juan Mateo y Pérez de Alejo, el día de San Pablo el simple, fue asesinado por un suboficial expulsado con deshonor. El asesino quedó herido en la pelea y estaban investigando las causas cuando llegó otro legía y se cargó al que había matado al coronel sin aspavientos ni remordimiento alguno. Los legionarios tiñeron sus trinchas de negro en señal de luto, por el coronel, y así se quedaron para siempre. Ya sabes, lo circunstancial es fácil que se convierta en definitivo en el Ejército».

Mientras le escuchaba recordé cuando la emperatriz de Francia, la esposa de Napoleón III, al que Marx dedicó su folleto El 18 Brumario de Luis Bonaparte, paseaba por los jardines de Versalles y se encontró a un soldado que hacía guardia junto a un banco de madera. Intrigada por lo absurdo de ese puesto de vigilancia Eugenia de Montijo, condesa de Teba y emperatriz de Francia, hizo investigar la causa. Hacía años que habían pintado el banco y dejaron a un soldado junto a él para indicarlo y que los cortesanos no se mancharan sus ricos trajes con la pintura fresca. Los oficiales de guardia siguieron haciendo todos los relevos, el del banco incluido, y así se mantuvo durante años hasta que la curiosidad de la española deshizo la costumbre inútil que iba camino de ser secular.

De guerras grandes y chicas

Más lejos, más tarde y precisamente en Ifni, donde sirvió Carmelo Cerezo, luego periodista del diario Pueblo, un legionario fumaba, a saber qué, sentado fuera de la trinchera, en la parte superior. Un teniente le dijo que entrara dentro, que se resguardara de las balas, recriminándole su temeridad estéril. El veterano del Tercio, con el pecho cuajado de medallas y los brazos de tatuajes, le contestó con sorna: «Esta guerra es de broma, mi teniente, yo estuve en la División Azul, en Rusia, aquello sí era una guerra. Tenía usted que haber visto al capitán Urbano destruyendo dos tanques bolcheviques él solito y sin más que un puñado de granadas que echaba por las escotillas de los T-34 encaramándose a ellos bajo una lluvia de plomo. No salió de rositas». Los hechos posteriores, en los inicios de 1958, y el heroísmo del legionario Maderal Oleaga y del brigada Fadrique, entre otros, le quitarían parte de razón al veterano guripa tiempo después. Sí fue una guerra aunque con otro clima, con otro enemigo y más corta.

Un legionario junto a un viejo carro T-26.

Un legionario, junto a un viejo carro T-26.GM

El mono fusilable

Por sus muchos robos y desmanes, el mono de una bandera legionaria irritó al comandante que ordenó que le dieran matarile para poner fin a sus tropelías. Los legionarios formaron desganados la línea de fuego del pelotón de fusilamiento ante la impaciencia furiosa del jefe. Uno de los gastadores, el que cuidaba al mono, le ordenó firmes mientras sus compañeros cargaban los fusiles de cerrojo siguiendo las órdenes de su jefe. El animal se cuadró perfectamente y se quedó en primer tiempo de saludo. El comandante no daba crédito a sus ojos, menos todavía que un banco a un parado, y la orden de fuego murió en sus labios. El mono fue perdonado por el espíritu marcial demostrado durante la que iba a ser su ejecución. Y siguió haciendo monerías.

Las mulas y la radio

El sargento entró en su casa como quien entra en una ajena, sin hacer ruido, en silencio y de puntillas. Mientras su esposa estaba en la cocina, embadurnada de harina, el suboficial cogió la radio de la familia y se la llevó. Estaba robando su propio receptor.

Tiempo después, ante la presión de su mujer que no dejaba de preguntar que a dónde había ido a parar la radio, las de entonces no eran miniaturas japonesas, el sargento confesó que se la había llevado a la cuadra del cuartel pues las mulas se ponían muy contentas cuando escuchaban música y daban facilidades en lugar de coces. La mujer, furiosa, se preguntaba a quién quería más su marido.

Feliz MMXXIII, queridos lectores.

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