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De duelistas, pintores y soldados de otros tiemposGustavo Morales

Crónicas castizas

De duelistas, pintores y soldados de otros tiempos

Los bares castizos son cosa del pasado. Ya no existe la clientela fija, los sol y sombra y las sonoras mesas de mármol con pies de hierro fundido han desaparecido. Si sobreviven, es por su carácter vintage

Con la llegada del mundo digital todo está cambiando. Ya no se queda en el bar de siempre para luego salir de copas, ahora se cierran las citas por WhatsApp (horrible anglicismo). Los jóvenes no juegan al dominó ni al mus en los bares. Los bares castizos son cosa del pasado. Ya no existe la clientela fija, los sol y sombra y las sonoras mesas de mármol con pies de hierro fundido han desaparecido. Si sobreviven, es por su carácter vintage (otra horrible palabreja). Cuentan de Ríos Capapé, gigantón de casi dos metros, ancho de espaldas y dotado de un valor fuera de lo normal, que estando de teniente en Melilla le señalaron a un tipejo, famoso duelista –un suceso ilegal pero que se producía en África cuando el honor así lo exigía–, que ya había herido a varios oficiales subalternos, provocando los enfrentamientos, abusando el matasietes de su propia destreza y de la juventud de sus oponentes.

Ríos tomó nota y al cabo de un rato, cuando se había terminado la manzanilla de Sanlúcar que tenía entre manos, se dirigió hacia el bravucón y sin mediar palabra le cogió su copa y se la echó por encima. El ofendido rápidamente sacó su tarjeta para citarlo a un duelo, pues estaba claro que el teniente Ríos no iba a pagarle el tinte. Ríos, sin inmutarse, le dijo que no llevaba tarjetas, partió con la mano un pico de una mesa de mármol y escribió por perfecta caligrafía de colegio de pago. No hubo duelo.

Estando de permiso en Sevilla con su amigo el teniente de regulares Luis Aizpuru un cochero, de coche de caballos, le propinó un puntazo con el látigo de azuzar a sus caballerías. Ríos, al ver que se daba a la fuga, trincó el coche y paró al noble bruto, que no era precisamente un ejemplar de concurso, sino más bien un caballejo ya aburrido de la vida.

Luis, simpático y con más vocación de pintor que de soldado, pero que se vio inclinado a ser militar por imperativo paterno, paseaba con Ríos por el barrio de Santa Cruz de Sevilla, cuando vieron a una pareja que pelaba la pava a través de una reja. Luis comentó lo guapa que era la novia, y el pelador de pava que estaba en la calle por imperativo de la reja, que había oído el comentario, se vio en la obligación de plantar cara a los descarados paseantes. Ríos, sin inmutarse, cogió los barrotes de la reja, los abrió y tras decir al ofendido novio, ¡aquí la tiene toda para usted!, le metió la cabeza entre los barrotes y procedió a cerrarlos. No sabemos si finalmente hubo boda.

De duelistas, pintores y soldados de otros tiemposGustavo Morales

Otro de aquella generación era Angelito Aizpuru, Maristany el anterior, este Moris, oficial de la Legión y veterano de la División Azul de dónde volvió con dos cruces de hierro y una cruz con espadas. Durante el tiempo de los maquis estuvo infiltrado en esta partida de facinerosos con el mote de 'El Chivo'. Portaba una navaja de muelles digna de un bandolero de Sierra Morena y su verdadera documentación cosida dentro del forro de su gorra. Tuvo que viajar a Zaragoza para, entre otras cosas, entrevistarse con Millán Astray. Una urgencia fisiológica le obligó a ir al baño donde se encontró sin algo aparentemente tan poco importante como el papel. Ante semejante situación se vació los bolsillos donde solo encontró el documento de concesión de una condecoración italiana y un billete de cinco pesetas. Sin dudarlo un instante la concesión de la condecoración pasó a mejor vida.

Angelito, ya llevando tiempo casado, durante la guerra de Indochina, estuvo pensando liar el petate e irse al otro lado del mundo ¡para unirse a los vietnamitas! Pero su mujer, Rosita, con mucho más sentido común que él, le dijo que si se iba a otra guerra, que no volviese.

Se puede tomar el Gurugú al asalto con el Disciplinario de Melilla, pero esto no impide ser un abuelo entregado a la noble causa de abuelear. Siendo general de división Ángel compró un triciclo para su nieta Luisa. Uno de esos triciclos de hierro, grande y sólidos, sin nada de plástico, y con ruedas de caucho, que se fabricaban a principios del siglo anterior. Feliz el General con el regalo se dirigió vestido con traje, chaleco, pajarita y sombrero a casa de sus hijos en la calle Caballero de Gracia para darle el regalo a Luisita. En el descansillo se subió en el triciclo, llamó al timbre y cuando abrieron la puerta se dirigió pedaleando al interior de la vivienda ante la sorpresa de los habitantes de aquel piso al ver a un ser ya mayor, con respetable barba blanca, pedaleando por el pasillo. El General, con la emoción, se había equivocado de piso.