Crónicas castizas
Pensacola te espera
Nuestro periódico de hace más de dos décadas se llamaba El Rotativo. Allí el cronista castizo formó a varias generaciones de estudiantes en lo que Gabriel García Márquez consideró «el mejor oficio del mundo»
Cuando le conocí apenas nos rentaba nada. Nuestro periódico todavía se hacía en papel y las páginas digitales se nos bugueaban de continuo. Sólo la imaginación calenturienta de Tom Clancy había previsto el 11S. Aún no habían surgido los Jóvenes Turcos que hoy acuden a tierras de Erdogan para alfombrarse la azotea: la imaginación al poder y la alopecia al trastero de la Historia, que diría alguno... Sus muchachos de La Pizarra apenas eran un bello presagio en el corazón de sus padres.
Pero ya para entonces me familiarizó con Federico Feldespato, el españolito de a pie apto para todas las situaciones. Y me presentó a Lucas, residente en Algeciras, aficionado a la paella y propenso a esquivar todos los compromisos. A diferencia de este último, el cronista castizo que hoy es mi amigo me enseñó lo más importante del periodismo. Se resume en dos ideas sencillas: que el prójimo no te sea indiferente y que, al igual que la infantería, te acostumbres a pisar el terreno.
Nuestro periódico de hace más de dos décadas se llamaba El Rotativo. Allí el cronista castizo formó a varias generaciones de estudiantes en lo que Gabriel García Márquez consideró «el mejor oficio del mundo». Allí se arremangó para restañar el desvalimiento de aquellos jóvenes aprendices de reporteros. Una gran parte de ellos comenzaron como «cargaladrillos» y han acabado ascendiendo «por la escalera del buen servicio y los trabajos forzados de muchos años hasta el puente de mando». Ninguna lección mejor. El periodismo se aprende haciéndolo y tomando por ejemplo a quien más se tiene a mano.
No vas a quedar fuera de tu propio solar. Nunca. Nadie hará del orbe de tus sueños criba. Aunque estés postrado, sigue creyendo y espera
Por comprender el periodismo como la milicia, la calderoniana «religión de hombres honrados», a quien más se me asemeja es a Bernardo de Gálvez, el malagueño héroe de Pensacola. Se cuenta que, tras un desastroso intento de asalto, el comandante naval José Calvo de Irazábal ordenó dar media vuelta a la flota española en mayo de 1781. Rojo de furia, Gálvez, por entonces gobernador de la Luisiana, mandó poner proa hacia Pensacola. A todo trapo y en pie en el castillo de su nave se adentró en solitario en la bahía enemiga. No sin advertir de su presencia al adversario, lanzando quince sonoros cañonazos, bramó: «El que tenga honor y valor que me siga. Yo voy por delante […] para quitarle el miedo». «Yo solo» sería el lema de su título de conde concedido por Carlos III.
Sabes que nunca estuviste solo, cronista castizo. Sé el significado del costurón que te atraviesa de parte a parte la pechera. Nada más propio del look bestia que tanto te gusta. El que distrae de un corazón que apenas te cabe en el pecho. El que lo disimula. Con escasa fortuna.
No vas a quedar fuera de tu propio solar. Nunca. Nadie hará del orbe de tus sueños criba. Nadie. Aunque estés postrado, sigue creyendo y espera. El cielo sigue siendo limpio y en sus bordes se adivina, promisoria, la primavera. De un antiguo infante al perenne legionario: «Pon arriba tus ojos, siempre arriba». Pensacola te espera.