Sucesos
Dos policías evitan una potencial matanza al estilo de EE.UU. en Semana Santa en Murcia
Los dos agentes consiguieron reducir al pistolero, de tan solo 19 años, antes de que comenzara a disparar
Las aproximadamente 40 personas que estaban el domingo por la mañana en la estación de tren de El Carmen, Murcia, por un momento creyeron que estaban ante la grabación de una película. Dos policías altos y fornidos, perfectamente uniformados, de repente gritaron: «¡Policía Nacional! ¡Déjanos ver tus manos! ¡Enseña las manos!». Los testigos vieron que los dos agentes apuntaban a alguien con sus armas, uno con una pistola, el otro con una ametralladora. El individuo en cuestión que atraía las miradas de los agentes era un chaval joven, Roger, de 19 años (cumple 20 el próximo mes), vestido de negro de arriba abajo, con una mochila militar colgada a la espalda y una pequeña cicatriz por encima de la nariz.
El chaval no obedeció. Al contrario. Se levantó la camiseta con una mano y con la otra sacó una pistola 9 milímetros que llevaba escondida en la cintura. En ese breve lapso, los agentes, optaron por no abatirlo: el riesgo de matar o herir a algún civil era muy elevado. Les salió el instinto: cubrieron los diez metros que le separaban de él a la velocidad del rayo y saltaron como leopardos encima del chaval media milésima de segundo antes de que pudiera apuntarles y disparar.
Los testigos relatan un forcejeó y que la pistola del joven salió despedida por el suelo. Alguien empezó a gritar: «¡Arma, arma!» y la estación se vació por evaporación. Los agentes forcejearon con él y lograron ponerle las esposas. En cuanto lo vieron reducido, los primeros curiosos comenzaron a asomar de nuevo las cabezas. Escucharon al detenido hablar: «No me pongáis los grilletes a la espalda. Me hacen daño. ¿Por qué no me habéis disparado?». Uno de los policías le respondió: «Estate quieto, no luches y no pasará nada. Tranquilo. Si no te hemos abatido es porque había mucha gente y algún inocente podría haber resultado herido». Roger contestó sin tapujos: «Pues si me dais un segundo más yo sí que os habría matado». Poco después, el joven cambió de tema: «Nunca he estado en Murcia. Espero que me llevéis en un coche que tenga ventanillas, que me han dicho que la ciudad es muy bonita».
Los dos agentes pertenecían a una unidad de UPR (Unidad de Prevención y Reacción) de la Policía Nacional. Ellos fueron los primeros en llegar y reducir al joven, pero enseguida llegaron sus otros cuatro compañeros (van de seis en seis). Le registraron: la pistola de la cintura la tenía con bala en la recámara preparada para disparar; en la mochila, cinco euros, un revolver, mucha munición y cinco vainas percutidas que se cree son las que usó para asesinar a un hombre horas antes en Barcelona. Los seis agentes llevaron andando al detenido a la comisaria de El Carmen que está al lado de la estación. Un testigo escuchó como uno de los agentes le preguntaba: «¿Por qué mataste al instructor del club de tiro?». El chaval contestó: «No voy a responderte, solo quiero hablar con mi abogado». En la Policía están convencidos de que, si no lo hubiesen detenido, Roger habría acabado matando a alguien más o incluso cometiendo una masacre.
El desenfreno criminal de Roger había comenzado horas antes, el sábado por la tarde en el club de tiro de Canovelles, en Barcelona. Se acercó al instructor de tiro y le descerrajó cinco tiros a corta distancia. A la víctima no le dio la posibilidad de defenderse. Le atacó por sorpresa. Los tiros sonaron como petardos: rápidamente, le robó una pistola, munición, la metió en la mochila y huyó corriendo. En una gasolinera cercana encontró a dos jóvenes de poco más de veinte años, estaban lavando el coche. Con la pistola apuntándolas les dijo: «Dadme los móviles y meteos en el coche ya». Las dos chicas, aterrorizadas, le obedecieron sin rechistar. Él se puso en la parte de atrás y ellas delante. Apagó uno de los teléfonos y el otro lo uso como GPS, para orientarse y decirles dónde debían ir.
Primero fueron a Valencia y luego a Albacete. En el camino ellas no paraban de hablarle, le dijeron cómo se llamaban y le contaron sus vidas: básicamente para tratar de humanizarse a sus ojos y que le costase más disparar. Durante esta parte del periplo, Roger trató de atracar una gasolinera y de asaltar a una joven en un Lidl, pero los planes le salieron mal. Finalmente les indicó que fuesen a Murcia. Las dos chicas jamás habían estado em la ciudad. Se metieron al centro, pero con todas las procesiones, se equivocaron en una calle y condujeron en sentido contrario. Le dieron el alto dos policías municipales: «Señorita, se ha confundido. Va usted en contradirección. De la vuelta», le ordenó el agente. «Perdone, es que no somos de aquí». Las chicas obedecieron y se alejaron del lugar. «Menos mal que no me habéis delatado», comentó Roger. «Si llegáis a decir algo, los tendría que haber matado».
Las jóvenes estaban agotadas y se lo explicaron a Roger. La paliza conduciendo había sido enorme y le suplicaron que las dejase ir bajo la promesa de no contarle nada a nadie. No se sabe muy bien cómo, pero le convencieron. Eso sí, él se negó a devolverle los teléfonos. Le dejaron en la estación de tren y pusieron tierra de por medio. Al llegar a Molina de Segura, pararon en una estación de servicio y llamaron a la Policía. Lo siguiente fue que dos héroes de la UPR, a pesar de poner sus vidas en riesgo, lograron neutralizarlo.