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La presidenta en funciones de Navarra, María Chivite (PSOE)Paula Andrade

El perfil

Chivite, la embajadora en el infierno de Sánchez

Con ella comenzó la deriva hacia la deslealtad a la Constitución del que fuera partido de Estado

La prensa del régimen sanchista dice que María Victoria Chivite Navascués «avanza» en la reedición del Gobierno de Navarra. Avanza no, corre como una liebre, ahora que han pasado las elecciones generales. Hasta esa fecha Moncloa la convirtió en una estatua de sal, a la espera de que se pudieran airear sus vergüenzas: volver a poner en manos de Arnaldo Otegi, como hace cuatro años, su investidura como presidenta foral. Esta navarra de Cintruénigo, de militancia lanar en el sanchismo, tiene el pecado original de la putrefacción socialista. Con ella comenzó la deriva hacia la deslealtad a la Constitución del que fuera partido de Estado.

El 2 de agosto de 2019 Chivite se hizo con la presidencia gracias a la abstención de cinco de los siete parlamentarios de Bildu. Era tan descarado el pacto de la ignominia, que los proetarras le prestaron exactamente las abstenciones que necesitaba. Ni una más. A cambio, Bildu se hizo con la alcaldía del municipio navarro de Huarte, gracias a que el PSN de Chivite argumentó que no había podido encontrar ningún candidato para acudir a la votación, tras la sospechosa renuncia de la entonces alcaldesa socialista, Amparo López. Vaya lo tuyo por lo mío, se dijeron María y Arnaldo. Era el primero de muchos pagos. El último que está por materializarse, el canje del Gobierno foral por la alcaldía de Pamplona para Otegi.

Todavía se recuerda al entonces secretario de organización del PSOE, José Luis Ábalos, rompiéndose las manos aplaudiendo a la presidenta que colocó un estigma al socialismo español que pagó en las urnas del 28 de mayo, aunque hace quince días disfrutó de un indulto gracias a los votos independentistas en Cataluña y el País Vasco. La groopie de Sánchez quebraba así para siempre la unidad del constitucionalismo, cuyas siglas habían excluido sin excepción a los herederos de ETA de las instituciones navarras.

Su Ejecutivo lo formó de retales de enemigos de España: el sucedáneo del PNV, Geroa Bai, con el que ahora también negocia, los podemitas separatistas e incluyó entre sus colaboradores a una exbatasuna, que tuvo un altercado con la policía municipal al tratar de colocar por la fuerza una ikurriña en el balcón del Ayuntamiento de Pamplona, y a una amiga de Otegi directora para la Paz, la Convivencia ¡y los Derechos Humanos!, a la que las víctimas de ETA han acusado de maquillar a la banda. Y a un figura que defendió a los agresores de Alsasua que propinaron una paliza a dos guardias civiles lo situó en la Consejería de políticas Migratorias. Todo un tributo a las 42 personas asesinadas por ETA en Navarra y a los 214 heridos que dejo la vesania terrorista en la Comunidad Foral.

En abril 2015, en una televisión navarra el hoy presidente en funciones había sentenciado aquello de que «con Bildu no vamos a pactar, cuántas veces quiere se lo repita, con Bildu no vamos a pactar». Pero lo más escandaloso es que, en julio 2019, Sánchez repetía en una comparecencia oficial lo de que «con Bildu no se acuerda nada», cuando su embajadora en el infierno ya se sentaba desde hacía un mes en la poltrona gracias a los herederos de ETA. Esa embajadora que es una exponente claro de la clase política que no tiene más oficio ni beneficio que la fontanería de los partidos.

Chivite comulga con la columna vertebral del pensamiento sanchista: ahora ya no importa con quién sino para qué

Socióloga de formación, a los 20 años se afilió al PSN, cinco años después ya formaba parte de las Juventudes Socialistas de Navarra, desde donde fue catapultada a una concejalía de su pueblo, un bello enclave de la Ribera de Navarra, al sur de la Comunidad, que nada quiere con la anexión que persiguen los batasunos al País Vasco. Solo hay que mirar el nulo conocimiento del euskera en ese bonito municipio y su respaldo electoral a la suma de UPN, PP y Vox, que ha barrido al PSOE, para saber que Chivite no es profeta en su tierra.

Amante de la música indie, a ella Sánchez le ha permitido claudicar ante los fanáticos a diferencia de lo que ocurrió con su tío lejano y antecesor en el liderazgo del PSN, Carlos Chivite, al que Zapatero impidió conciliar el Gobierno de Navarra con los nacionalistas. Pero Sánchez es el verdadero impulsor de la estrategia de la presidenta, a la que no ha pasado la factura de que un día de 2014 apoyara a su enemigo, Eduardo Madina. Muy al contrario, tras la caída de Francina Armengol, es su única baronesa afín.

María Chivite comulga con la columna vertebral del pensamiento sanchista: ahora ya no importa con quién sino para qué. Lo que pasa es que, a veces, el quién –Otegi– cuando se le pregunta por los pactos con el socialismo navarro contesta aquello de que «¿creen que la gente es boba? Llevamos cuatro años juntos». Nada que añadir.